Por Miguel Leal Cruz
El inquieto espíritu intelectual de Unamuno, desde sus primeros momentos universitarios le llevará a incurrir en claras contradicciones así como su posterior vinculación hacia posturas contrarias a las propugnadas por las instituciones oficiales que, a su vez, le ocasionarían mal trato personal.
Transcurrida la etapa negra para la historia de España, pérdida de los territorios de ultramar o derrotas en África (Anual en 1921) y consiguiente informe Picasso o expediente para determinar responsbilidades, tendría lugar un periodo dictatorial.
Una vez que se consolidó el golpe de estado, en su manifiesto al país, el 13 de septiembre de 1923, Primo de Rivera había anunciado que la nación sería gobernada por militares o por civiles colocados bajo su patrocinio. Aspectos éstos que chocaban abiertamente con la conocida postura político-social de Miguel de Unamuno en torno a la institución militar puesto que sería los militares y no los civiles los que ocuparon las principales tareas de gobierno.
El primer enfrentamiento significativo del Dictador con el mundo intelectual tuvo lugar a comienzos de 1924 y supuso la consagración de Unamuno como el representante más caracterizado de la protesta en los medios culturales. El catedrático de la Universidad de Salamanca había expresado en una carta privada, que sería publicada en la prensa, juicios muy duros acerca del régimen, la monarquía, y que, además, había tratado de darle publicidad a través del Ateneo.
En la postura del filósofo había por supuesto un eco de su posición liberal pero también un enfrentamiento casi personal con el Directorio y con el propio monarca, producto de una "angustiosa radicalización en la que jugaban un papel importante factores no sólo políticos, sino también religiosos". Junto con el propagandista republicano Rodrigo Soriano, Unamuno fue confinado en la entonces desértica Fuerteventura.
El destierro y su incidencia, influirá fuertemente en el temple de su ánimo y en la transformación del espíritu, como apunta Hernán Benítez: El acontecimiento de hondas repercusiones en la vida intelectual, política y sobre todo espiritual de Unamuno fue su destierro, que globalmente transcurre desde 1924 hasta 1930, de los que sólo cuatro meses transcurren en Fuerteventura, a partir de su inicio en febrero de 1924, y añade: Seis años de confinamiento, lejos de su patria, domaron su coraje y le desencantaron definitivamente de los sucedáneos...
A la caída del régimen dictatorial en 1930, Unamuno regresó a España desde Hendaya, y ese mismo año recibió honores en todas aquellas ciudades españolas que visitó y al año siguiente fue nombrado Rector de la Universidad de Salamanca y luego presidente del Consejo de Institución Pública a solicitud del nuevo Gobierno republicano.
El 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la citada institución académica se enfrentaría verbalmente con un militar enardecido por los éxitos militares recientes, Millán Astray, legionario y herido de guerra al que dijo en presencia del general Franco y otras numerosas personas: vencer no es convencer, siendo replicado por aquél con una frase que hará historia por su incoherencia: Viva la muerte abajo la intelectualidad.
Como se ha dicho el régimen franquista le ignoró y propició su ruina, intelectual y física, después de su conocida intervención el 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, hecho deplorable para un intelectual de su talla y con indicios de clara confabulación contra él. A partir de ese momento se refugiaría en su domicilio, y desde la soledad repudió la mentalidad de cuartel y sacristía imperante en aquella España de Franco situación que le aproximó a la muerte en plena angustia provocada por la discordia nacional, en circunstancias lamentables. En aquellos momentos tal vez hubiera deseado desterrarse nueva y voluntariamente en la tranquila isla, pobre y escabrosa pero de un gran misticismo y añoranza para él: la Fuerteventura de aquella época.