NORTEAMÉRICA CONTRA EL ANEXIONISMO EN CUBA

Por Carlos Manuel Estefanía Aulet

Alguien, con el fin de reivindicar a los disidentes acusados de "anexionistas" en Cuba, nos ha mandado un artículo publicado en Cubanet donde se refleja el espíritu de anexión que imperaba entre los primeros independentistas cubanos.

Sin dudas gran cantidad de cubanos alzados contra España en la guerra de 1868-1878 -para muchos de los cuales, era Texas y no Sudamérica el modelo a seguir- fueron anexionistas antes que independentistas, y lo que casi nadie reconoce hoy es que si Cuba no forma parte de los Estados Unidos, tras la ocupación del país por EE UU en 1898, fue en gran media más por la falta de voluntad de Norteamérica de quedarse con la isla, que por la resistencia de los cubanos [comparemos lo sucedido en la isla con lo que acontece en ese mismo momento en Filipinas, donde los independentistas ofrecen tenaz resistencia a los nuevos ocupantes, los ex aliados norteamericanos, quienes a su vez habrán de valerse de los restos del derrotado ejército colonialista español para aplastar a los patriotas]. En la desocupación de Cuba por los marines debió haber jugado un gran papel ,sin dudas, el racismo WASP (Blanco, Aglosajón, y Protestante), ese al que Martí respondió contundentemente en su "Vindicación de Cuba".


No dudo que sea ese mismo espíritu antianexionista el que haga a muchos norteamericanos preferir un Castro que dividir a los cubanos ante una democracia que los una. De tal modo quedarían explicadas aquellas ambiguas políticas norteamericanas que tanto le han favorecido al barbudo "revolucionario". Nadie puede negar hoy por hoy que Castro constituye un auténtico muro de contención contra la inmigración de cubanos no deseada en USA. Si alguna vez el "Comandante" ha enarbolado un arma "peligrosa" ésta ha sido precisamente cuando ha desatado una emigración desenfrenada hacia Norteamérica, como hizo en 1980 y 1994. Estos actos son intepretadospublicamente en Estados Unidos como atentados contra "la seguridad nacional", al "comandante" ya se le ha alertado que de reincidir en ellos se le tirará duramente de las orejas.

Para el WASP de hoy, como para aquel que Martí criticó en su "Vivindicación", el cubano es "un peligro", sobre todo ahora, cuando con un millón de compatriotas haciendo lobby en USA, no habría quien parará un virtual movimiento anexionista de origen isleño.

La suma de 13 millones de hispanos, emprendedores y calificados como son los cubanos, a USA desequilibraría peligrosamente la hegemonía anglosajona, (al menos en el sur de la gran nación), como no podrían haberlo hecho ni los portorriqueños, con su ínfimo número, ni los mexicanos que emigran -por lo general-, personas poco instruidas y por tanto más fáciles de asimilar o reciclar culturalmente por el sistema imperante.

Veamos a continuación tres documentos vinculados con antianexionismo histórico en USA. El primero es en contra, una respuesta de Martí, quien sin defender al anexionismo cubano, ataca la matriz xenófoba de sus enemigos. En cuanto al humillante tono de los dos últimos, no debemos dejarnos confundir sobre el temor que subyace en ellos. Ya sabemos que el desprecio es uno de los disfraces bajo los que se oculta el miedo al otro.

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Vindicación de Cuba, por José Martí


Nueva York, 21 de marzo de 1889
Señor Director de The Evening Post.

Señor: Ruego a usted que me permita referirme en sus columnas a la ofensiva crítica de los cubanos publicada en The Manufacturer de Filadelfia, y reproducida con aprobación en su número de ayer. No es éste el momento de discutir el asunto de la anexión de Cuba. Es probable que ningún cubano que tenga en algo su decoro desee ver su país unido a otro donde los que guían la opinión comparten respecto a él las preocupaciones sólo excusables a la política fanfarrona o la desordenada ignorancia. Ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter. Hay cubanos que por móviles respetables, por una admiración ardiente al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado desconocimiento de la historia y tendencia de la anexión, desearían ver la Isla ligada a los Estados Unidos. Pero los que han peleado en la guerra, y han aprendido en los destierros; los que han levantado, con el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en el corazón de un pueblo hostil; los que por su mérito reconocido como científicos y comerciantes, como empresarios e ingenieros, como maestros, abogados, artistas, periodistas, oradores y poetas, como hombres de inteligencia viva y actividad poco común, se ven honrados donde quiera que ha habido ocasión para desplegar sus cualidades, y justicia para entenderlos; los que, con sus elementos menos preparados, fundaron una ciudad de trabajadores donde los Estados Unidos no tenían antes más que unas cuantas casuchas en un islote desierto; esos, más numerosos que los otros, no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos. No la necesitan. Admiran esta nación, la más grande de cuantas erigió jamás la libertad; pero desconfían de los elementos funestos que, como gusanos en la sangre, han comenzado en esta República portentosa su obra de destrucción. Han hecho de los héroes de este país sus propios héroes, y anhelan el éxito definitivo de la Unión Norte-Americana, como la gloria mayor de la humanidad; pero no pueden creer honradamente que el individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el júbilo prolongado de una victoria terrible, estén preparando a los Estados Unidos para ser la nación típica de la libertad, donde no ha de haber opinión basada en el apetito inmoderado de poder, ni adquisición o triunfos contrarios a la bondad y a la justicia. Amamos a la patria de Lincoln tanto como tenemos a la patria de Cutting. No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que a The Manufacturer le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio, que, justo con los demás pueblos de la América española, suelen pintar viajeros soberbios y escritores. Hemos sufrido impacientes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres, y algunas veces como gigantes para ser libres; estamos atravesando aquel período de reposo turbulento, lleno de gérmenes de revuelta, que sigue naturalmente a un período de acción excesiva y desgraciada; tenemos que batallar como vencidos contra un opresor que nos priva de medios de vivir, y favorece, en la capital hermosa que visita al extranjero, en el interior del país, donde la presa se escapa de su garra, el imperio de una corrupción tal que llegue a envenenarnos en la sangre las fuerzas necesarias para conquistar la libertad. Merecemos en la hora de nuestro infortunio, el respeto de los que no nos ayudaron cuando quisimos sacudirlo. Pero, porque nuestro gobierno haya permitido sistemáticamente después de la guerra el triunfo fe los criminales, la ocupación de la ciudad por la escoria del pueblo, la ostentación de riquezas mal habidas por una miríada de empleados españoles y sus cómplices cubanos, la conversión de la capital en una casa de inmoralidad, donde el filósofo y el héroe viven sin pan junto al magnífico ladrón de la metrópoli; porque el honrado campesino, arruinado por una guerra en apariencia inútil, retorna en silencio al arado que supo a su hora cambiar por el machete; porque millares de desterrados, aprovechando una época de calma que ningún poder humano puede precipitar hasta que no se extinga por sí propia, practican, en la batalla de la vida en los pueblos libres, el arte de gobernarse a sí mismos y de edificar una nación; porque nuestros mestizos y nuestros jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando bajo el guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo, ¿se nos ha de llamar, como The Manufacturer nos llama, un pueblo afeminado? Esos jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el producto de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo mientras retenía sus buques el país de los libres en el interés de los enemigos de la libertad, obedecer como soldados, dormir en el fango, comer raíces, pelear diez años sin paga, vencer al enemigo con una rama de árbol, morir-estos hombres de diez y ocho años, estos herederos de casas poderosas, estos jovenzuelos de color de aceitunas-de una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubierta; murieron como esos otros hombres nuestros que saben, de un golpe de machete, echar a volar una cabeza, o de una vuelta de la mano, arrodillar a un toro. Estos cubanos afeminados tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln. Los cubanos, dice The Manufacturer, tienen "aversión a todo esfuerzo", "no se saben valer", "son perezosos. " Estos "perezosos" que "no se saben valer", llegaron aquí hace veinte años con las manos vacías, salvo pocas excepciones; lucharon contra el clima; dominaron la lengua extranjera; vivieron de su trabajo honrado, algunos en holgura, unos cuantos ricos, rara vez en la miseria; compraron o construyeron sus hogares; crearon familias y fortunas; gustaban del lujo, y trabajaban para él: no se les veía con frecuencia en las sendas oscuras de la vida: independientes, y bastándose a sí propios, no temían la competencia en aptitudes ni en actividad: miles se han vuelto a morir en su hogares: miles permanecen donde en las durezas de la vida han acabado por triunfar, sin la ayuda del idioma amigo, la comunidad religiosa ni la simpatía de raza. Un puñado de trabajadores cubanos levantó a Cayo Hueso. Los cubanos se han señalado en Panamá por su mérito como artesanos en los oficios más nobles, como empleados, médicos y contratistas. Un cubano, Cisneros, ha contribuido poderosamente al adelanto de los ferrocarriles y la navegación de ríos de Colombia. Márquez, otro cubano, obtuvo, como muchos de sus compatriotas, el respeto del Perú como comerciante eminente. Por todas partes viven los cubanos, trabajando como campesinos, como ingenieros, como agrimensores, como artesanos, como maestros, como periodistas. En Filadelfia, The Manufacturer tiene ocasión diaria de ver a cien cubanos, algunos de ellos de historia heroica y cuerpo vigoroso, que viven de su trabajo en cómoda abundancia. En New York los cubanos son directores en bancos prominentes, comerciantes prósperos, corredores conocidos, empleados de notorios talentos, médicos con clientela del país, ingenieros de reputación universal, electricistas, periodistas, dueños de establecimientos, artesanos. El poeta del Niágara es un cubano, nuestro Heredia. Un cubano, Menocal, es jefe de los ingenieros del canal de Nicaragua. En Filadelfia mismo, como en New York, el primer premio de las Universidades ha sido, más de una vez, de los cubanos. Y las mujeres de estos "perezosos", "que no se saben valer", de estos enemigos de "todo esfuerzo", llegaron aquí, recién venidas de una existencia suntuosa, en lo más crudo del invierno: sus maridos estaban en la guerra, arruinados, presos, muertos: la "señora" se puso a trabajar: la dueña de esclavos se convirtió en esclava; se sentó detrás de un mostrador; cantó en las iglesias; ribeteó ojales por cientos; cosió a jornal; rizó plumas de sombrerería; dio su corazón al deber; marchitó su cuerpo en el trabajo; ¡éste es el pueblo "deficiente en moral!" Estamos "incapacitados por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía en un país grande y libre. " Esto no puede decirse en justicia de un pueblo que posee-junto con la energía que construyó el primer ferrocarril en los dominios españoles y estableció contra un gobierno tiránico todos los recursos de la civilización-un conocimiento realmente notable del cuerpo político, una aptitud demostrada para adaptarse a sus formas superiores, y el poder, raro en las tierras del trópico, de robustecer su pensamiento y podar su lenguaje. La pasión por la libertad, el estudio serio de sus mejores enseñanzas; el desenvolvimiento del carácter individual en el destierro y en su propio país, las lecciones de diez años de guerra y de sus consecuencias múltiples, y el ejercicio práctico de los deberes de la ciudadanía en los pueblos libres del mundo, han contribuido, a pesar de todos los antecedentes hostiles, a desarrollar en el cubano una aptitud para el gobierno libre tan natural en él, que lo estableció, aun con exceso de prácticas, en medio de la guerra, luchó con su mayores en el afán de ver respetadas las leyes de la libertad, y arrebató el sable, sin consideración ni miedo, de las manos de todos los pretendientes militares, por gloriosas que fuesen. Parece que hay en la mente cubana una dichosa facultad de unir el sentido a la pasión, y la moderación a la exuberancia. Desde principios del siglo se han venido consagrando nobles maestros a explicar con su palabra, y practicar en su vida, la abnegación y tolerancia inseparables de la libertad. Los que hace diez años ganaban por mérito singular los primeros puestos en las Universidades europeas, han sido saludados, al aparecer en el Parlamento español, como hombres de sobrio pensamiento y de oratoria poderosa. Los conocimientos políticos del cubano común se comparan sin desventaja con los del ciudadano común de los Estados Unidos. La ausencia absoluta de intolerancia religiosa, el amor del hombre a la propiedad adquirida con el trabajo de sus manos, y la familiaridad en práctica y teoría con las leyes y procedimientos de la libertad, habituarán al cubano para reedificar su patria sobre las ruinas en que la recibirá de sus opresores. No es de esperar, para honra de la especie humana, que la nación que tuvo la libertad por cuna, y recibió durante tres siglos la mejor sangre de hombres libres, emplee el poder amasado de este modo para privar de su libertad a un vecino menos afortunado. Acaba The Manufacturer diciendo "que nuestra falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la apatía con que nos hemos sometido durante tanto tiempo a la opresión española", y "nuestras mismas tentativas de rebelión han sido tan infelizmente ineficaces, que apenas se levantan un poco de la dignidad de una farsa. " Nunca se ha desplegado ignorancia mayor de la historia y el carácter que en esta ligerísima aseveración. Es preciso recordar, para no contestarla con amargura, que más de un americano derramó su sangre a nuestro lado en una guerra que otro americano había de llamar "una farsa. " ¡Una farsa, la guerra que ha sido comparada por los observadores extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un pueblo, el abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer momento de libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestra propias manos, la creación de pueblos y fábricas en los bosques vírgenes, el vestir a nuestras mujeres con los tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años de esa vida, a un adversario poderoso, que perdió doscientos mil hombres a manos de un pequeño ejército de patriotas, sin más ayuda que la naturaleza! Nosotros no teníamos hessianos ni franceses, ni Lafayette o Steuben, ni rivalidades de rey que nos ayudaran: nosotros no teníamos más que un vecino que "extendió los límites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo" para favorecer a los enemigos de aquellos que peleaban por la misma carta de libertad en que él fundó su independencia: nosotros caímos víctimas de las mismas pasiones que hubieran causado la caída de los Trece Estados, a no haberlos unido el éxito, mientras que a nosotros nos debilitó la demora, no demora causada por la cobardía, sino por nuestro horror a la sangre, que en los primeros meses de la lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por una confianza infantil en la ayuda cierta de los Estados Unidos; "¡No han de vernos morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo libre al mundo!" Extendieron "los límites de su poder en diferencia a España. " No alzaron la mano. No dijeron la palabra. La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren volver. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de hombres han muerto después de la guerra en el misterio de las prisiones. Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de las anexionistas, de obtener la libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o la ocasión de una burla para The Manufacturer de Filadelfia. Soy de usted, señor Director, servidor atento, José MartíNew York, 21 de Marzo de 1889120 Front Street Obras Completas, tomo 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1975, páginas 236-241.


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¿QUEREMOS A CUBA?
The Manufacturer: Filadelfia, 16 de marzo de 1889, (cont.)

Se viene afirmando con alguna insistencia que el Gobierno actual, considerará seriamente el proyecto de invitar a España a que venda la Isla de Cuba a los Estados Unidos. No se sabe aún de seguro si el Presidente y sus consejeros tienen realmente esta intención; pero la noticia no es de tan loca improbabilidad que esté fuera de propósito discutirla. Que España consintiese en ceder la Isla por una suma considerable, está muy en lo posible. España es pobre, y Cuba ha sido tan esquilmada por la rapacidad y mal gobierno de los españoles, que ya no es la mina rica que era antes. En ninguna parte se ha comprobado mejor que en la Isla, que el poder absoluto en manos de funcionarios corrompidos lleva rápidamente a la ruina y a la bancarrota. No es exagerado suponer que al político español, que no puede esperar ya enriquecerse robando a Cuba, se le haga la boca agua al pensar en el gran sobrante del Tesoro americano.

Hay mucho que decir en favor de nuestra adquisición de la Isla. La empresa halaga la imaginación. Cuba, por lo que puede dar de sí, es la más espléndida de las Antillas. Se levanta en medio del Golfo que nos limita por el Sur. Domina ese vasto campo de agua. La nación que la posea tendrá el señorío casi exclusivo de las avenidas a cualquiera de los canales interoceánicos. En Cuba están las bahías más hermosas de toda esa región. Está tan cercana a la Florida, que la Naturaleza parece indicar su afiliación a la nación que domine este continente. Su capacidad productiva no es aventajada por la de ninguna otra porción del globo terráqueo. Su tabaco es el mejor del mundo. Es el suelo favorito de la caña. Y su adquisición nos emanciparía inmediatamente de todo el universo en nuestra provisión de azúcar. Allí prosperan todos los frutos tropicales. Adueñarnos de la Isla sería extender los límites de nuestra producción de lo subtropical a todo lo del trópico. Casi no habría entonces fruto alguno de cuantos da la tierra que no se produjera dentro de nuestros dominios. Ya tenemos ahora todo lo que se cría entre el hielo de Maine y los naranjos de la Florida. Entonces tendremos las sustancias que requieren un sol vivísimo y un amparo total de los riesgos del hielo. Abriremos además un nuevo y gran mercado para todo lo que ahora producimos, y ese mercado estará enteramente en nuestro poder. Podemos hacer con él lo que nos plazca. Cuba tiene ahora millón y medio de habitantes. En cinco años, bajo nuestro gobierno, podría doblarse esta población. Estas ventajas no pueden dejar de atraernos. Merece atención. La energía americana llevada a aquella Isla, con un gobierno libre, bajo el imperio de la ley y el orden, con la seguridad de la hacienda y la vida, dueño el esfuerzo humano de emplearse en todas sus vías propias, haría de Cuba lo que una vez fue, un productor de riqueza, de poder y fecundidad maravillosos.

Pero el asunto tiene otro aspecto. ¿Cuál será el resultado de la tentativa de incorporar a nuestra comunidad política una población tal como la que habita la Isla? Ni un solo hombre entre ellos habla nuestro idioma. La población se divide en tres clases: españoles, cubanos de ascendencia española, y negros. Los españoles están probablemente menos preparados que los hombres de ninguna otra raza blanca para ser ciudadanos americanos. Han gobernado a Cuba siglos enteros. La gobiernan ahora con los mismos métodos que han empleado siempre, métodos en que se juntan el fanatismo a la tiranía, y la arrogancia fanfarrona a la insondable corrupción. Lo menos que tengamos de ellos será lo mejor. Los cubanos no son mucho más deseables. A los defectos de los hombres de la raza paterna unen el afeminamiento, y una aversión a todo esfuerzo que llega verdaderamente a enfermedad. No se saben valer, son perezosos, de moral deficiente, e incapaces por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía en una república grande y libre. Su falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la indolencia con que por tanto tiempo se han sometido a la opresión española; y sus mismas tentativas de rebelión han sido tan lastimosamente ineficaces que se levantan poco de la dignidad de una farsa. Investir a semejantes hombres con la responsabilidad de dirigir este gobierno, y darles la misma suma de poder que a los ciudadanos libres de nuestros Estados del Norte, sería llamarlos al ejercicio de funciones para las que no tienen la menor capacidad.
En cuanto a los negros cubanos están claramente al nivel de la barbarie. El negro más degradado de Georgia está mejor preparado para la Presidencia que el negro común de Cuba para la ciudadanía americana. Podríamos arreglarlo de modo que la Isla quedase como un territorio o una mera dependencia; pero en nuestro sistema no hay lugar para cuerpos de americanos que no sean, o que no puedan aspirar a ser, ciudadanos.
La única esperanza que pudiéramos tener de habilitar a Cuba para la dignidad de Estado, sería americanizarla por completo, cubriéndola con gente de nuestra propia raza; y aún queda por lo menos abierta la cuestión de si esta misma raza no degeneraría bajo un sol tropical y bajo las condiciones necesarias de la vida de Cuba. Estos son hechos que merecen cuidadosa atención antes de que se consume ningún proyecto para la adquisición de la Isla. Podríamos hacernos de Cuba a un precio muy bajo, y pagarla todavía cara.

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Anexionismo: Cuba y los EEUU
UNA OPINIÓN PROTECCIONISTA SOBRE LA ANEXIÓN DE CUBA: The Evening Post, New York, 21 de marzo de 1889

The Manufacturer de Filadelfia es el único órgano declarado del proteccionismo en el país que está dirigido capazmente.

The Manufacturer publica en su último número un artículo sobre la compra y anexión de Cuba a los Estados Unidos.

Se afirma que este proyecto está en la mente del nuevo Gobierno, o del nuevo Secretario de Estado. Se ha dicho que la compra de Cuba consumiría el sobrante del Tesoro y haría desaparecer la necesidad de rebajar los aranceles durante un plazo indefinido con la admisión del azúcar libre, puesto que Cuba produce este artículo en cantidad suficiente para cubrir nuestro consumo, y, desde que entrase en la Unión, sus frutos estarían exentos de derechos. De este modo desaparecerían de una vez $58,000,000 de ingresos, además de varios millones que hoy se cobran por derechos sobre tabaco en rama y elaborado, naranjas, hierro y otros artículos de que Cuba nos provee, o pudiera proveernos. Sobre estas ventajas fiscales, se arguye que Cuba ofrece un vasto campo para "desarrollo", bajo la inspiración de la energía y el capital americanos.

Parece que estas consideraciones debieran recomendar el proyecto calurosamente al proteccionismo. De esa manera queda resuelto uno de los problemas más difíciles que los partidarios del arancel prohibitivo tienen que afrontar, siempre que España estuviera dispuesta a ver la idea con favor. Nos causa, pues, cierta sorpresa, que el primer órgano proteccionista del país, se oponga enérgicamente al proyecto. The Manufacturer cree que el proyecto es mal calculado, peligroso e inadmisible. Sus argumentos son poco más o menos los mismos que habríamos empleado nosotros, a no habérsenos anticipado el Manufacturer. Ni podría nadie haberlos expuesto mejor. Dice el colega así:



La población se divide en tres clases: españoles, cubanos de ascendencia española, y negros. Los españoles están probablemente menos preparados que los hombres de ninguna otra raza blanca para ser ciudadanos americanos. Han gobernado a Cuba siglos enteros. La gobiernan ahora casi con los mismos métodos que han empleado siempre, métodos en que se juntan el fanatismo a la tiranía, y la arrogancia fanfarrona a la insondable corrupción. Lo menos que tengamos de ellos, será lo mejor. Los cubanos no son mucho más deseables. A los defectos de los hombres de la raza paterna unen el afeminamiento, y una aversión a todo esfuerzo que llega verdaderamente a enfermedad. No se saben valer, son ociosos, de moral deficiente, e incapaces por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía de una república grande y libre. Su falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la indolencia con que por tanto tiempo se han sometido a la opresión española; y sus mismas tentativas de rebelión han sido tan lastimosamente ineficaces, que se levantan poco de la dignidad de una farsa. Investir a semejantes hombres con la responsabilidad de dirigir este gobierno, y darles la misma suma de poder que a los ciudadanos libres de nuestros Estados del Norte, sería llamarlos al ejercicio de funciones para las que no tienen la menor capacidad.

Todo esto lo reiteramos con énfasis nosotros, y aun se puede añadir que si ya tenemos ahora un problema del Sur que nos perturba más o menos, lo tendríamos más complicado si admitiésemos a Cuba en la Unión, con cerca de un millón de negros, muy inferiores a los nuestros en punto a civilización, y a quienes se ha de habilitar, por supuesto, con el voto, y colocar políticamente al nivel de sus antiguos dueños. Si Mr. Chandler y el Gobernador Foraker pueden a duras penas soportar el espectáculo que diariamente contemplan en los Estados del Sur, de negros defraudados del voto, cuáles serían sus padecimientos cuando les cayese también sobre los hombros la nueva responsabilidad de Cuba? ¡Imagínese una Comisión especial del Senado yendo a Cuba a recoger pruebas del fraude del voto negro! En primer lugar, las dificultades del idioma serían invencibles, porque el español que se habla en los ingenios es más difícil de aprender que el de las provincias vascongadas. El informe de semejante Comisión sería burlesco de veras, o pondría al Congreso en angustiosos apuros.

Lo probable es que nos veamos libres de un castigo tal como la anexión de Cuba, por la negativa de España a vender la Isla. Un despacho de Madrid dice que el Ministro Moret, respondiendo ayer a una interpelación en el Senado, declaró que España no aceptaría tratar sobre oferta alguna de los Estados Unidos para la compra de la Isla; y como si esta afirmación no fuera terminante, añadió que no había dinero bastante en el Universo entero para comprar la porción más pequeña de los dominios españoles. Esta declaración cierra probablemente por los cuatro años próximos la cuestión de Cuba; y nos deja el sobrante del Tesoro tan amenazador como siempre.

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Publicada: 20/05/2003