Por D. Manuel de Paz Sánchez *
Posiblemente no sospechaba Iñaki de Azpiazu, el sacerdote vasco
disidente que había atacado al régimen español en Caracas, donde pronunció una
conferencia en el Centro Vasco en un acto al que asistió el embajador de
Argentina (1), que su polémica visita a La Habana contribuiría a producir la
crisis diplomática más importante del siglo XX entre España y Cuba. El
consejero de información y delegado de la OID Jaime Caldevilla informó que
Azpiazu, que había sido entrevistado en un canal de televisión, lanzó diversos
ataques contra el régimen español (2), pero, gracias a sus gestiones con el
presidente de la empresa televisiva, se interrumpió la emisión, al tiempo que
dos agustinos españoles, los padres Mendoza y Morales, se personaron en los
estudios con ánimo de rebatirle, lo que constituyó un verdadero antecedente
próximo de la famosa interrupción por el embajador Juan Pablo de Lojendio,
pocos días después, del discurso televisado de Fidel Castro. Caldevilla también
preparó “minuciosamente la reunión sacerdotal” que, el 7 de enero, se llevó a
cabo en la sede de la Embajada de España, en la que estuvieron reunidos con el
embajador, durante más de una hora, quince provinciales y superiores mayores de
las órdenes y congregaciones religiosas españolas que radicaban en Cuba,
acompañados también por miembros de la representación diplomática y por un
centenar de religiosos (3). Al final del acto fue entregada una declaración
conjunta al representante de España, en solidaridad con el régimen del Caudillo
y con los principios de la “Cruzada”, pero – frente a lo que se ha señalado en
alguna ocasión – la reunión no tenía entre sus propósitos conspirar contra la
revolución cubana, aunque la situación de la Iglesia católica, como luego
veremos, se hacía cada vez más difícil en la Isla y, en cierto modo, tanto la
declaración como la reunión en sí misma constituían una suerte de provocación
contra el régimen revolucionario.
El periódico comunista Hoy
(4), así como unos días más tarde el órgano fidelista Revolución –
como luego apuntaremos – acogieron con fuertes críticas el gesto de los
religiosos españoles, que consideraron, además, una ingerencia en los asuntos
internos de Cuba y, de hecho, se generó una campaña de prensa contra el propio
embajador, el consejero de prensa Jaime Caldevilla y el canciller Alejandro
Vergara, campaña que adquirió dimensiones preocupantes, hasta el punto que
Caldevilla fue acusado de redactar una carta que el sacerdote cubano Juan R.
O´Farril, a la sazón exiliado en Estados Unidos, “escribió y publicó contra el
primer ministro Fidel Castro”. Lojendio presentó entonces una nota de protesta
ante el Ministerio de Exteriores cubano y la campaña, que estaba remitiendo, se
encrespó de nuevo con la publicación de un reportaje en la revista Bohemia,
aunque en opinión de Caldevilla las repercusiones de la reunión en la Embajada
eran positivas, dadas las “reacciones violentas de los exilados y de la prensa
comunista y filo-comunista” (5).
Así, pues, cuando
Lojendio acudió al programa Telemundo con ánimo de exigir explicaciones
a Fidel Castro – algo ciertamente insólito en el ámbito de las relaciones
diplomáticas -, que acababa de lanzar serias acusaciones de conspiración
reaccionaria contra la Embajada de España, la Iglesia católica y, lógicamente,
el propio régimen de Franco no cabe duda que el ambiente se encontraba ya, para
aquellas fechas, suficientemente caldeado (6). La crisis diplomática, que no
condujo a la ruptura por el tacto del Ministerio español de Exteriores y por
otros factores que trataremos de examinar seguidamente, tuvo también una notable
repercusión internacional, tanto en Estados Unidos y Europa como en toda
Hispanoamérica.
La noticia del
incidente disparó, pues, los teletipos en todo el mundo y, en el Palacio de
Santa Cruz, sede del Ministerio Español de Asuntos Exteriores, saltó la alarma.
El incidente, apuntaba una nota de la Oficina de Información Diplomática basada
en información de la agencia española de noticias, “comenzó a las 12,38 (24,38)
hora cubana y Castro volvió otra vez a las ondas a las 12,45 (24,45) mientras
que una bandera cubana era desplegada por detrás de él. Lojendio abandonó el
estudio acompañado por el Comandante Juan Almeida, Jefe del Ejército cubano y
otros oficiales del Ejército. No solamente se le negó el derecho a hablar sino
que Castro le pidió que dejase Cuba en 24 horas. La orden fue transmitida por
el Presidente Dorticós que estaba también presente”. La acción se produjo unos
pocos minutos después de que Castro atacara directamente a Manuel Rojo del Río,
ex jefe de los paracaidistas cubanos que, el día anterior, había huido a Nueva
York, donde pidió asilo político después de acusar a Fidel Castro de querer
convertirse en un superhombre. “Castro manifestó que Rojo era una de las
típicas personas que había luchado por el Gobierno de Franco y le calificó de franquista”.
Añadía también la nota, verdadera síntesis informativa de los hechos, que
Lojendio se había ofendido vivamente cuando Fidel Castró “leyó una carta
escrita a un pariente de Pedro Díaz Lanz, jefe de las Fuerzas Aéreas cubanas,
que se había refugiado en los Estados Unidos y en la que se decía que los
embajadores español y norteamericano estaban dispuestos a ayudar los esfuerzos
contrarrevolucionarios de Díaz Lanz”. El autor de la carta, Antonio Miguel
Yabor, refugiado igualmente en Estados Unidos, indicó que había sido auxiliado
por sacerdotes españoles. “La carta decía que Yabor tenía una imprenta oculta
en una iglesia cubana con armas y dinamita. Castro agitó la carta y manifestó
que informaría a las autoridades eclesiásticas. Un miembro de la emisora de la
TV dijo que los sacerdotes habían dado al representante diplomático español un
voto oficial de confianza en Franco y habían declarado su apoyo al Jefe del
Estado español. Castro dijo entonces: el pueblo cubano juzgará esto"
(7).
Lojendio abandonó el
estudio de televisión mientras el público asistente gritaba: Aquí no estamos
en España y, tras anunciar la expulsión del diplomático, el presidente
Dorticós afirmó que “al enfrentarnos con este caso verdaderamente sorprendente,
nuestra dignidad nacional y nuestro sentimiento patriótico no permitían otra
decisión que la anunciada por el Primer Ministro. Sea conocido para todos que
ésta es la decisión oficial de nuestro Gobierno”. Fidel Castro declaró entonces
que enviaría un cable al embajador de Cuba en Madrid para que regresase a La
Habana inmediatamente y, al ser preguntado si también serían retirados otros
miembros de la misión cubana en la capital de España, agregó que primero
llegaría el embajador y que, posteriormente, se estudiaría el problema, y
señaló igualmente: “No perdemos nada si cortamos las relaciones entre los dos
países”. Poco después tomó nuevamente el micrófono y se pudo comprobar que “su
temperamento estaba francamente violentado”: ¿Quién dijo a este falangista,
marqués de Vellisca, que tenía el derecho a perpetrar esta ofensa y demostrar
esta gran falta de respeto?, gritó. ¿Quién dijo a este señor que un
espíritu de democracia no existe en Cuba? El Primer Ministro de Cuba no pasea
por las calles de La Habana rodeado por Guardia Mora – en referencia a la
antigua escolta de Franco -. El agresivo odio de Cuba hacia el fascismo y la
reacción internacional ante nosotros les da ese valor. Ellos se arrancan con
este tipo de barbarie, faltas de respeto, sólo porque los cubanos saben cómo
comportarse correctamente ante tales circunstancias. Subrayó también que
todas las veces que había coincidido con el embajador español, en las
recepciones del Cuerpo diplomático, le había saludado “con la cortesía que
había mostrado hacia otros representantes extranjeros” y, acto seguido,
presentó al público al ex campeón de los pesos pesados Joe Louis, que estaba en
Cuba como invitado oficial, quien
felicitó a Fidel Castro “por la protección dada al embajador español con el fin
de que éste pudiera salir con seguridad escoltado del estudio”.
A partir de entonces comenzaron a llegar, desde diversas
instancias públicas y privadas,
expresiones de solidaridad con el máximo líder, en las que se vertían duras
críticas al comportamiento del embajador de España. Lojendio se marchó a su
residencia y pidió a la guardia que la custodiaba, que fue reforzada aquella
misma noche, que no se permitiera a nadie la entrada, asegurando la crónica de
los hechos que se había retirado a descansar puesto que estaba convaleciente de
una operación de nariz y garganta. Fidel Castro apuntó más tarde: Nosotros
no estamos en España y Cuba no es desde hace tiempo una colonia española, ni
tampoco una colonia de otro país, en clara referencia a Estados Unidos, y
acusó al embajador de abusar de su inmunidad diplomática: Esto incluye
ciertas prerrogativas, pero no el derecho a faltar al necesario respeto a las
autoridades de este país. Él no es sino el representante de una tiranía que
viene oprimiendo al pueblo español desde hace veinte años. Yo quiero preguntar
si alguien en España tiene derecho a dirigirse al Jefe del Estado y actuar como
lo ha hecho Lojendio. Este incidente produce extrañeza e indignación en el
pueblo cubano y establece una nueva marca en la conducta diplomática. Solamente
le ha faltado traer una porra. Este episodio muestra cómo el fascismo
internacional se encuentra frente a la revolución cubana (8).
Durante algunos días,
la noticia ocupó las primeras páginas de prestigiosos periódicos de todo el
mundo como el New York Times, el Journal American, el New York
and World Telegram, el New York Post, Le Monde, France
Soir, París Presse, The
Universe, Times, Guardian, Daily Telegraph, Daily
Mail, News Chronicle, Daily Express, Daily Herald,
Spectator, L´Aurore, entre otros muchos, apuntando algunos de ellos
en los primeros momentos de la crisis la “virtual” ruptura de relaciones entre
España y Cuba que, sin embargo, los hechos se encargaron de desmentir. El
embajador de Cuba en España, Miró Cardona, se mostró bastante sorprendido y
apenas realizó declaraciones, limitándose a afirmar que viajaba a su país a
realizar consultas y que dejaba a su familia en España. Un despacho de AP,
clasificado por la OID con rango de confidencial (9), ponía de relieve también
que las relaciones entre España y Cuba, tras el advenimiento de la revolución
cubana, eran buenas, pues se acababa de suscribir un acuerdo comercial para la
venta de tabaco cubano en España, y que únicamente algunos sectores de la
prensa española, particularmente de Madrid, habían atacado al régimen de Fidel
Castro, destacando en este sentido el ABC que, en un editorial reciente,
aseguraba que “la Cuba de hoy no es una democracia, sino más bien lo que
podríamos llamar una plebeyocracia”. Radio Nacional de España, en sus
emisiones de noticias a lo largo del día 21, “silenció el incidente y no hizo
la menor referencia a lo ocurrido”, pero, posteriormente, un portavoz del
Ministerio de Exteriores confirmó los hechos aunque reservó la opinión oficial
hasta la llegada de su embajador en La Habana, actitud que, además, venía
“reforzada por el deseo constante del Gobierno español de mantener cordiales
relaciones con todos los gobiernos y especialmente con los pueblos hermanos de
Hispanoamérica”. En horas de la noche la radio oficial dio a conocer el
incidente pero sin realizar comentario alguno (10).
Isaac García del Valle, jefe de la delegación española que
había negociado el convenio comercial con Cuba, informó al director general de
política exterior que, el propio día 21 de enero, había almorzado en Madrid con
el ex presidente del Banco Nacional de Cuba, Felipe Pazos, a la sazón embajador
especial en Europa para asuntos económicos, “mostrándose ambas partes muy
complacidas por el volumen que iba alcanzando el intercambio comercial entre los
dos países, que se esperaba llegase a la cifra de veinticinco millones de
dólares, muy superior a la que era habitual en los últimos años”. Pazos, que
marchó inmediatamente a Barajas para despedir al embajador de Cuba, “le rogó
hiciera presente al Dr. Fidel Castro el interés cubano por el mantenimiento del
acuerdo”, que según García del Valle ofrecía un superávit favorable a España y
permitía abrir nuevas perspectivas “para la exportación de productos que no
figuraban tradicionalmente en el comercio con Cuba" (11).
Paralelamente, el
ministro cubano de Exteriores, Raúl Roa, que acababa de visitar Egipto, Grecia,
Yugoslavia e Italia, en cuya capital fue entrevistado por un corresponsal de la
United Press Internacional, aseveró que la acción del embajador español era
inadmisible y que la decisión de expulsarle estaba totalmente de acuerdo con el
derecho internacional y la seguridad del país, pero apuntó – comparando la
situación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y España con la de su país
y Estados Unidos – que no creía que hubiese motivos para una ruptura: “Mi país
experimenta actualmente una transformación, pero se trata solamente de una
cuestión interior cubana. Todos los países tienen el derecho de soberanía,
progreso, justicia y paz”. Agregó, también, que el gobierno revolucionario no
estaba contra nadie y que no toleraría interferencias por parte de ninguna
potencia, tanto occidental como oriental, puesto que Cuba había encontrado su
propio camino y seguiría en él, y añadió que no existía “influencia comunista
en Cuba”, puesto que el Gobierno cubano era, simplemente, un “gobierno
nacionalista y su principal propósito es mejorar la situación cubana”,
finalizando la entrevista con una alusión a la agresión económica que, en caso
de llevarse a efecto, significaría la reducción de la cuota azucarera por parte
de Estados Unidos, que resultaría injusta, además, porque Cuba le había
entregado azúcar, durante las dos guerras mundiales, a un precio inferior al
fijado en el mercado internacional (12).
En Naciones Unidas
circularon comentarios favorables a la actitud de España y parece que Madrid se
congratuló por una expresión que hizo cierta fortuna en círculos diplomáticos
de la sede y, asimismo, en alguno de los grandes periódicos internacionales:
“Se esté de acuerdo o no, los españoles han demostrado que tienen...” (13).Al
mismo tiempo, en La Habana, de la que partió Lojendio el día 22 rumbo a Miami y
Nueva York como escalas previas en su viaje de regreso a Madrid, se produjeron
vivas muestras del descontento popular por el incidente. El líder sindical
David Salvador – entusiasta defensor del régimen revolucionario que, no
obstante, no tardaría en arrollarlo - afirmó que el imperialismo norteamericano
era el responsable del comportamiento de Lojendio, y se organizó una
manifestación en la que se veían pancartas que denunciaban al embajador como
“asesino falangista” y “enemigo de Cuba”. Entre los oradores que se dirigieron
a la multitud, cifrada en unas veinte mil personas, estaban el “coronel”
Alberto Bayo, del que luego hablaremos, y Pedro Atienza, representante éste
último del gobierno republicano español en el exilio, quien aseguró que “el
enemigo de Cuba es el mismo enemigo de la República española, porque no vayáis
a creer – añadió – que el acto de anoche se debió a un rasgo de locura o a un
rapto de embriaguez alcohólica. Responde a una conjura internacional en la que
el régimen de Franco tiene asignado su papel” (14), dejando bien claro que la
tesis del contubernio internacional no era, ni mucho menos, privativa del bando
franquista.
La prensa local cubana, incluido el pro españolista Diario
de la Marina, censuró, aunque con diferentes niveles de crítica, el
comportamiento del representante de España (15). El periódico de José I. Rivero
escribió en uno de sus siempre ponderados editoriales (16):
El señor Lojendio – justo es reconocerlo – tuvo una actitud muy hidalga,
valiente y humanitaria durante los días de la revolución, protegiendo a
numerosos revolucionarios, brindándoles asilo, a pesar de que España no es
signataria del tratado correspondiente, y propiciando la salida de Cuba de
muchos perseguidos que estaban en peligro de muerte. Tal vez por las simpatías
que entonces se granjeó por ese gesto entre los que luchaban contra la
dictadura y por su amistad con altas figuras del Gobierno, pensó que podía
presentarse de improviso en el acto de la entrevista que se hacía al doctor
Castro, prescindiendo de pautas diplomáticas tradicionalmente respetadas.
Ese no es el camino, repetimos, para zanjar discrepancias entre un jefe
de misión y el gobierno ante el cual está acreditado. La prudencia diplomática
fue olvidada y dio lugar a un suceso realmente deplorable.
Esperamos y deseamos que este incidente no trascienda al plano superior
de las relaciones entre cubanos y españoles. Esas relaciones deben estar por
encima de todo enojoso trance. Tenemos la seguridad de que ésta es la actitud
de nuestro Gobierno. Quisiéramos que fuese también la actitud del Gobierno de
Madrid, a fin de que los lazos culturales y la buena amistad entre ambos
pueblos no se quebrante.
Mientras que el vocero
del régimen cubano, Revolución, exclamaba (17):
La insólita actuación cargada de resentimiento esclavista del embajador
Pablo de Lojendio, ha tenido como consecuencia que se reaviven en el pueblo de
Cuba los sentimientos de repulsa contra la mala España, contra la España
oscurantista, contra la ex metrópoli odiosa que expolió durante siglos a
nuestra patria.
Claro que siempre los cubanos hemos sabido distinguir la otra España, la
de Labra, la de Capdevila, la de la inteligencia y la dignidad combativa de los
trabajadores, de los campesinos, del pueblo que fundó la República democrática
de los años 30 que decapitó Franco con sus falangistas, con sus nazis y
fascistas.
...En unos minutos Lojendio logró revivir en el pueblo cubano su antiguo
sentimiento de repulsa a la España maldita. Ahora tan combativo como en el 68,
en el 95, en 1936, este pueblo cubano sabe que a su revolución en el camino
creador sólo le queda el combate incesante contra la vieja España colonialista
de Franco, y la adhesión y la ayuda más decidida a la causa del pueblo español
que ansía y lucha por su liberación...
Según otro despacho de
la agencia Efe, sin embargo, fuentes de la Delegación permanente de España
en la ONU declararon también por entonces que, pese a la importancia de la
crisis coyuntural, era posible su resolución, como de hecho sucedió, con el
nombramiento de un encargado de negocios que se hiciese cargo de la Embajada de
España en La Habana, y se apuntó además que Lojendio era, en efecto, un “hábil
diplomático”, pero de temperamento un tanto “impulsivo”, y que pudo “haber
sentido que era su oportunidad aparecer en el programa de televisión de Castro
para dar pública contestación a las acusaciones hechas contra él” (18). Poco
después, precisamente, se dio a conocer en La Habana la nota redactada por el
embajador de España antes de su marcha de Cuba (19):
Deseo hacer llegar a la opinión pública cubana la siguiente declaración:
Soy diplomático con treinta años de carrera y sé muy bien que mi demanda de
inmediato derecho de réplica al sentirme injustamente atacado por el Primer
Ministro del Gobierno, no se ajusta a las normas diplomáticas tradicionales.
Pero estas normas fueron quebrantadas por el propio Primer Ministro al
calumniar a la Embajada de España en un programa televisado para todo el país.
Cuando un Gobierno tiene queja de la actuación de una Embajada debe seguir para
substanciarla los trámites normales de la Cancillería y de la vía diplomática.
Abandonados éstos por el Primer Ministro, yo no quise reducirme a indefensión y
comparecí ante la opinión pública, como en ocasión parecida lo hice hace casi
exactamente un año (20). Queda del incidente de Telemundo, mi gesto de protesta
por las calumnias vertidas contra la Embajada de España y concluyo esta
declaración afirmando categóricamente que cuantas imputaciones se hicieron
contra ella en dicha emisión carecen de todo fundamento. Deseo para Cuba todo
lo mejor.
El embajador
norteamericano Bonsal, que se había despedido afablemente de Lojendio puesto
que entre ambos existía una vieja amistad, marchó a Estados Unidos el propio
día 23 llamado por su Gobierno, al objeto de estudiar la “forma de mejorar las
relaciones” con Fidel Castro. El Secretario de Estado - Christian Herter -
había convocado a Bonsal “para tratar con él de las incesantes declaraciones insultantes
de Castro contra los Estados Unidos y de sus confiscaciones de propiedades
norteamericanas”. Herter acababa de manifestar, ante el Comité de Asuntos
Exteriores de la Cámara de Representantes, que estaba profundamente preocupado
por la situación cubana, al tiempo que el almirante Burke recalcaba la
intención norteamericana de no retirarse de la Base Naval de Guantánamo y
dejar, con ello, que Cuba cayese en manos de “una gran potencia enemiga”, en
clara alusión a la Unión Soviética (21).
En Madrid, donde fue
reforzada la vigilancia ante la Embajada de Cuba por razones de seguridad, la
prensa deslizó algunos comentarios, destacando una entrega del vespertino Pueblo,
obra de su director Emilio Romero, donde se lamentaba que “Fidel Castro sea
carne de escándalo en tantas ocasiones, cuando compartimos sinceramente mucho
positivo afán de renovación como ha llevado a la política cubana”. Se apuntaba
también que, sin embargo, Fidel Castro no se había despojado “todavía de cierto
equipaje personal, muy propio para Sierra Maestra y para guerrillas, pero
improcedente e ineficaz para las sosegadas y sutiles tareas de gobierno”, y
terminaba advirtiéndole que “fallos como el actual pueden inhabilitarlo
definitivamente – si es que todavía hay remedio – para el servicio de la
América Latina y del mundo occidental” (22).
En Sevilla, según la Associated Press, un grupo de
quinientos estudiantes, entre los que figuraban varias mujeres que gritaban ¡Castro
es un sinvergüenza!, se manifestó contra el primer ministro cubano ante el
Consulado de Cuba en la capital andaluza (23). Este asunto fue recogido por la
prensa cubana, destacando el periódico Diario Libre de La Habana que la
sede consular había sido apedreada por “los falangistas”, y que el ex embajador
Lojendio contaba con el respaldo del gobierno de Franco, como lo demostraba el
hecho de que seis ministros le esperasen en el Aeropuerto de Barajas (24), lo
que era totalmente inexacto. Para Caldevilla estaba claro que la unanimidad de
la prensa cubana obedecía a “consignas violentas” de los sindicatos de talleres
y periodistas, al tiempo que observaba con cierta preocupación los movimientos
de los republicanos españoles, deseosos de que el gobierno de Fidel Castro
reconociese de inmediato al de la República en el exilio (25).
También se recibieron,
en el Palacio de Santa Cruz, felicitaciones dirigidas al embajador Lojendio por
su actitud gallarda en defensa del honor de España (26), pero no sólo de
españoles, como la rama masculina de Acción Católica (27), sino especialmente
de cubanos del exilio, como Ramón González G.-Arrese, antiguo consejero
económico “at large” de la República de Cuba en Europa y Norte de África y ex
representante oficial del Banco Cubano de Comercio Exterior, que afirmó que
había sido expulsado de sus cargos, ganados por oposición, bajo la acusación de
haber participado en la guerra civil española del lado de Franco, y se ofreció
para colaborar, si “los hechos requiriesen la intervención armada de España en
mi patria, en defensa de sus súbditos e intereses”, como “simple soldado en la
labor de libertar a Cuba del yugo comunista” (28). Otro español, Luis Francisco
Silva y Mazorra, residente en La Habana, pagó con la inmediata expulsión de
Cuba sus simpatías hacia la conducta “viril y digna” del representante de
España, pues habiéndole expresado su admiración en el momento en que su
automóvil y el del diplomático quedaron en paralelo en una parada de tráfico
cerca de la Embajada, los servicios de seguridad cubanos le denunciaron y de
ahí que fuera obligado a abandonar la Isla en el plazo máximo de cuarenta y
ocho horas (29).
Naturalmente, en La
Habana todos los colectivos organizados de la colonia española de Cuba fueron
obligados – como luego se verá – a mostrar sus simpatías hacia el ofendido
primer ministro (30), mientras que el rotativo Hoy llamaba la atención
sobre la conjura internacional contra Cuba, ligando la marcha del embajador Bonsal
a la de Lojendio a causa de la cercanía temporal entre la expulsión del segundo
y el viaje del primero llamado por su gobierno (31), y ello a pesar de las
promesas de no intervención reiteradas por Herter y por sectores destacados de
la prensa norteamericana (32), que estaban deseosos, según se afirmaba, de
alejar la mácula imperialista que pesaba sobre sus conciencias pues, como había
indicado el presidente del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de
Representantes, Thomas E. Morgan, demócrata por Pennsylvania: “Nuestra antigua
posición de enviar infantería de marina como alguna vez lo hicimos... Ese tipo
de diplomacia está descartada” (33).
El nombramiento de
Eduardo Groizard como encargado de negocios contribuyó – aparte de la nota y de
la actitud oficial del Ministerio español de Exteriores (34) – a enfriar los
ánimos. Muy pronto el eje del interés periodístico volvió a caer del lado
norteamericano, pues la coyuntura, como subrayó el siempre avisado embajador de
España en Colombia, Alfredo Sánchez Bella, no había podido ser más propicia.
“Hemos sido muy afortunados en que nuestro incidente se haya producido en el
momento de máxima tensión entre el Gobierno cubano y el Gobierno de los Estados
Unidos de Norteamérica pues, como consecuencia de ella y por excepción, las
informaciones de las agencias internacionales se han producido en un tono de
equilibrio y moderación verdaderamente desacostumbrado. La verdad, les ha
resultado muy cómodo atacar con pólvora ajena. Este ataque a España indirectamente
favorece a Estados Unidos, puesto que le sirve para demostrar ante estos
pueblos que no es contra el imperialismo yanqui contra quien combate Fidel
Castro, sino contra todo lo que significa orden tradicional”. No obstante,
destacaba el embajador de España en Bogotá, “habremos de tener mucho cuidado en
evitar que la posición española se identifique con la norteamericana en este
Continente”, pero no por anti-norteamericanismo – un sentimiento con valor
emocional, pero poco rentable en diplomacia para un país como España -, sino,
incluso, por una suerte de estrategia política internacional, “pues sin duda –
subrayaba Sánchez Bella – el mejor modo de ayudarles (a los estadounidenses)
será precisamente el conseguir autoridad y amistades en aquellos campos en que
ellos ya la han perdido” (35).
En otros países
hermanos como, por ejemplo, en Perú, se publicaron las informaciones de agencia
sobre el incidente sin comentarios dignos de mención, al menos inicialmente,
aunque en términos generales la mayor parte de los periódicos y la opinión
pública situó el asunto entre las consecuencias, notablemente desaforadas, del
modo de hacer política en Cuba. “Desde hace tiempo – aseguraba el representante
de España en Lima-, la opinión pública peruana viene atacando los procedimientos
de Fidel Castro y, el hecho de hallarse siempre rodeado de elementos
comunistas, ha producido marcada desilusión de que no hubiera sabido aprovechar
la circunstancia única de su triunfo, el año pasado, para organizar un Gobierno
democrático, dentro del orden y del respeto a las prácticas internacionales”
(36).
Se trataba, en efecto, de una política hiriente que, como
recordaba el embajador de España en Chile, sólo producía simpatías entre los
sectores socialistas y filocomunistas del país, pero que, aun entre los
demócrata cristianos hostiles al gobierno Alessandri, “no han encontrado eco
las estridencias cubanas”. En Chile, además, había causado un impacto muy
negativo en la opinión nacional la llegada a la capital de Raúl Castro en
agosto de 1959, a raíz de la Conferencia de Cancilleres de la OEA, junto a un
contingente de milicianos armados “sin haber solicitado el acostumbrado
permiso”, aparte de la frecuente intervención de miembros de la delegación
cubana en concentraciones públicas de los “partidos extremistas chilenos”. Así,
pues, dirigentes políticos y algunos diplomáticos no dudaban en manifestar que
el episodio pudo haber ocurrido con el representante de cualquier otro país,
como por ejemplo Estados Unidos, “objeto habitual de las agresiones verbales
del primer ministro cubano”. Fidel Castro, había apuntado Maluenda, el
influyente director de El Mercurio, “se está revelando como un caso
clínico para psicoanalistas y psiquiatras”, mientras que El Diario Ilustrado
subrayaba el hecho de que, efectivamente, “las normas diplomáticas fueron
quebradas por el Primer Ministro”, justificando con ello, en cierto modo, la
conducta de Lojendio (37).
En Paraguay, el propio
Presidente de la República, general Alfredo Stroessner, llamó personalmente al embajador
de España, Ernesto Giménez Caballero, para transmitirle “su adhesión más
fervorosa a España ante el hecho vandálico de ese descastado llamado Fidel
Castro, que ha renegado de su casta, de la Madre Patria”, y le calificó,
además, “con una serie durísima de adjetivos de los que recuerdo bárbaro,
comunista, cruel, loco y asesino, pero sobre todo descastado”. El diplomático
español, caso singular de identificación con la ideología ultraconservadora del
régimen paraguayo, le dio las “gracias conmovidamente, y volvió a reiterarme
que debemos ir unidos nuestros dos pueblos ante los mismos enemigos”. Le
agradeció también, según dijo, su “misión de enlace con la Embajada de Estados
Unidos y me prometió que, a primeros de semana, prepararía en su residencia una
sesión privada – para Gobierno y Cuerpo Diplomático – del NO-DO Norteamérica
y España que he traído y se está dando en los cines públicos con gran
éxito” (38)
El ministro Castiella
telegrafió, entonces, a las representaciones diplomáticas en Hispanoamérica con
la orden de que se informara al Ministerio de la repercusión que había tenido
el incidente, en todos los países de la región. La Embajada en Panamá, por
ejemplo, contestó el 27 de enero reiterando las informaciones recogidas en la
prensa panameña, básicamente despachos de las agencias internacionales, aunque
algunos medios criticaban la actitud poco diplomática de Lojendio. No obstante,
tanto el ministro de Relaciones Exteriores como el propio Presidente de la
República manifestaron su pesar al representante de España por el suceso, del
que, sin embargo, culpaban a Fidel Castro por sus “métodos exaltados y
violentos”, lo que en parte se explicaba, como matizó el embajador español,
porque, “entre el elemento oficial y conservador panameño, está aún vivo el
recuerdo de la abortada invasión de Panamá en mayo del pasado año, organizada
en Cuba y llevada a efecto por cubanos” (39).
Al margen de las
críticas que, en efecto, se deslizaron más tarde en la prensa y en círculos
políticos peruanos sobre la poco diplomática actitud de Lojendio -en términos
profesionales-, la popularidad inicial de la revolución cubana había decaído
bastante en los últimos tiempos, pues, tal como insistía el embajador de
España, toda la prensa gubernamental había venido “atacando los procedimientos
del primer ministro cubano, destacando la influencia comunista de su régimen,
la falta de orden y de tranquilidad y el peligro que todo ello puede suponer
para los demás países de Hispanoamérica” (40). Por parecidas razones a las de Panamá,
tampoco en Haití tuvo un eco particularmente importante el incidente, aunque el
ministro de Exteriores señor Moyse, en conversación con el embajador de España,
Jorge Spottorno, manifestó que Lojendio se había excedido en su comportamiento,
pero indicó que también era cierto que Castro utilizaba con enorme frecuencia
la televisión para tratar asuntos de política exterior, “dando la impresión que
va a la busca de incidentes de esta clase y aún más graves”. Fidel Castro, tal
como subrayó el representante de España, no contaba en Haití con simpatías
oficiales. “La invasión de agosto pasado fue obra de cubanos y del
delirante primer ministro. La prensa tampoco está con él, pero tampoco se le
ataca, en primer lugar porque se le teme y luego porque no hay en Haití nadie
que quiera hacer el juego a Trujillo” (41).
La preocupación del
Ministerio de Asuntos Exteriores, de que el incidente pudiese ser utilizado
para “hostilizar” al régimen de Franco, parecía justificada pues, como
reconoció también el representante de España en Chile, la prensa y los medios
políticos habitualmente contrarios lo estaban explotando en la medida de sus
posibilidades. Algunos colegas diplomáticos le habían manifestado, incluso,
que, aun en el hipotético caso de que Fidel Castro hubiese admitido el debate
público, se habría creado una situación de anormalidad para el desenvolvimiento
de las labores representativas de Lojendio, observación que resultaba muy
atinada. Suñer Ferrer, según indicó, trató de restarle importancia al incidente
en sus contactos con colegas y políticos chilenos y, además, para que el
representante de Cuba no pudiese atribuir, a la representación española en
Santiago de Chile, “algún comentario hostil para el Gobierno de su país de los
publicados en esta prensa, tuve cuidado de hacerle llegar la versión,
rigurosamente exacta, de que la Embajada de España ni movía aquellos
comentarios ni los aprobaba” (42).
En diplomacia,
aseguraba un editorial del Diario de Nueva York remitido a Madrid por el
consejero de información en la ONU, el exceso de celo no siempre era una virtud
por la sencilla razón de que la vehemencia personal podría aumentar la
proporción de un incidente y, con ello, exponer a toda la nación representada a
consecuencias imprevisibles, pero el decreto de cese de Lojendio – interpretado
como una sanción a su falta de compostura en La Habana, aun en el caso de que
ésta no fuese la intención del gobierno español -, había servido para dar, de
manera implícita, satisfacción al gobierno cubano y, en cierto modo, “se ha ido
más lejos en tolerancia y en el deseo de conservar a toda costa las relaciones
con Cuba” de lo que, hasta la fecha, había ido la Administración
norteamericana. “Desgraciadamente – concluía el periódico –, este exceso de
compostura con Fidel Castro es tan contraproducente como la falta de la misma
en que incurrió Lojendio”, porque “el energúmeno dictador cubano se
envalentonará más de lo que está” (43). No obstante, tal vez como una respuesta
positiva a la buena voluntad del gobierno español, Jaime Caldevilla anunció
entonces que habían desaparecido de los periódicos, al menos coyunturalmente,
las acostumbradas firmas de los republicanos españoles, así como las noticias
sobre sus actos y reuniones, y que ello obedecía “a una orden que dicen fue dictada
por el propio Fidel Castro" (44). No debe olvidarse, sin embargo, que
durante estas fechas se produjeron en España, como luego se dirá, algunos
atentados que fueron vinculados a agentes republicanos provenientes, al
parecer, de Cuba.
Sánchez Bella reiteró
desde Colombia, en respuesta a las instrucciones dictadas por el Ministerio,
que la simultaneidad de los ataques de Fidel Castro contra España y los Estados
Unidos contribuyó a diluir, “en gran parte, el efecto negativo que el gesto
pudiera tener”. Además, según manifestó, políticos y diplomáticos estaban de
acuerdo en Bogotá en que había que extremar la prudencia “para evitar se
lleguen a adoptar actitudes irremediables que obliguen a una ruptura total”,
puesto que una radicalización agudizaría las posiciones exaltadas de los
cubanos, “extremadamente sensibilizados en una posición nacionalista que muy
hábilmente está explotando Moscú”. En el caso de España debían tenerse en
cuenta, asimismo, los cuantiosos intereses de la colonia española residente en
Cuba, cuya importancia económica consideraba superior, incluso, a la de Estados
Unidos y, por otra parte, la “necesidad que existe de evitar que los exilados
españoles pretendan hacer de La Habana cuartel general de sus acciones
subversivas contra el régimen español en todo el Continente”, lo que, como más
tarde insistiremos, constituía uno de sus sueños más acariciados. En este
contexto, la prudente actitud del gobierno español, al tratar de limitar las
consecuencias del incidente, merecía todo tipo de parabienes, puesto que se
trataba de eludir un agravamiento del problema ya de por sí extremadamente
delicado, y además porque, efectivamente, podría ser utilizado para “una nueva
movilización en toda Hispanoamérica de las fuerzas de izquierda” (45), contra
el régimen español.
En la República
Dominicana, aparte de la satisfacción con que los círculos gubernamentales
celebraron la actitud del embajador Lojendio frente a Fidel Castro, también es
cierto que sectores de la colonia española vieron, con preocupación, el
“desamparo en que podrían quedar los españoles en Cuba, como consecuencia de
una ruptura espectacular producida por un hecho semejante al ocurrido” y, en
consecuencia, fue muy bien acogida la nota publicada por Asuntos Exteriores,
aplaudiéndose su ponderación y energía (46). Al tiempo que, en Río de Janeiro,
el incidente causó sorpresa desde el punto de vista diplomático, pero toda la
prensa, salvo la de inspiración comunista, contemplaba con gran recelo la
evolución política de Cuba. El embajador de España, sin embargo, pudo constatar
el tono conciliador de la representación diplomática cubana en la capital
brasileña, cuyos funcionarios trataron de interpretar el incidente asociándolo
al típico temperamento hispánico, por lo que las relaciones entre las Embajadas
de Cuba y España continuaron siendo excelentes (47).
Por distintas razones,
finalmente, el incidente tuvo escasa repercusión, al menos en lo tocante a sus
aspectos desfavorables al régimen de Franco, en otros territorios y países de
Hispanoamérica, como Puerto Rico y Bolivia. En el primero, según apuntaba el
cónsul general de España, resultaba “muy significativo el silencio guardado por
los rojos españoles y por sus amigos en esta Isla, convencidos todos, sin duda
alguna, de que hoy es impopular en Puerto Rico defender la causa del Gobierno
cubano, con el que se han roto las relaciones oficiosas de amistad hace ya
muchos meses” (48). En Bolivia, el embajador se preocupó inicialmente por la
eventual reacción de la prensa y, en menor medida, por la del Gobierno, “ya que
en todos los países hispanoamericanos perdura como complejo aún no vencido, el
recuerdo de su dependencia con respecto a España”, pero, afortunadamente, las
opiniones de políticos y periodistas le convencieron de que “la veta hispánica
había vibrado, sintiéndose en cierto modo orgullosos de la actitud de nuestro
embajador en La Habana”. Naturalmente, subrayaba el delegado de España en La
Paz, el gesto de Lojendio no se ajustaba a los cánones diplomáticos, pero
tratándose de Fidel Castro que no era, precisamente, “un celoso cumplidor de
las normas de convivencia internacional, todo el mundo consideró comprensible
la rápida y enérgica actuación del señor Lojendio”. La nota oficial española,
por otra parte, como sucedió en otros lugares, fue unánimemente reconocida por
su “acierto y ecuanimidad”, por ello y, también, por la actitud afable del
representante de España en La Paz, Joaquín R. de Gortázar, que extremó sus
habilidades con el joven e inexperto embajador de Cuba José Tabares, con las
autoridades locales, con la prensa y con el propio cuerpo diplomático, el
incidente no fue utilizado para arbitrar campañas contra el régimen español
(49).
El 5 de febrero, el Ministerio español de Exteriores estaba
en condiciones de analizar la situación con más calma. Efectivamente, las
relaciones habían estado a punto de romperse pues, desde la misma madrugada del
día 21 de enero y, también, a lo largo de la propia jornada, se “intentó
provocar por determinados sectores cubanos, en abierta colaboración con
exilados políticos españoles, una situación de tirantez que desembocase en la
ruptura de relaciones y el reconocimiento del titulado Gobierno en el exilio”.
No obstante, la manifestación convocada para protestar contra el embajador de
España, sólo pudo reunir unos “escasos millares de participantes” y, asimismo,
la “intervención del ex capitán Bayo fue forzada por éste, después de haberse
dado por terminados los discursos programados”, además de que no había asistido
al acto ningún ministro del Gobierno revolucionario.
El Ministerio cubano de Exteriores “intentó normalizar al
día siguiente, mediante la entrega de la Nota Verbal correspondiente, la
insólita forma en que había sido declarado persona no grata el embajador
de España”, pero, frente a lo acostumbrado, no fue entregada nota alguna en
Madrid. La llegada a La Habana del embajador de Cuba en España tuvo, por otro
lado, una importancia esencial en los acontecimientos y, según se afirmaba, su
prudencia “señaló el comienzo de un claro giro por parte del Gobierno cubano”.
A partir de entonces descendió el empuje de la prensa y, además, “el propio
Raúl Castro ordenó al ex capitán Bayo que cesase en sus actividades en
televisión y radio contra España”. Igualmente, se consiguió “impedir la
maniobra de los exilados y contrarrestar las gestiones de M. Feduchi, llegado
especialmente desde Méjico para forzar la posición de Raúl Roa, antiguo amigo
suyo”, y, según parece, toda la prensa gubernamental cubana recibió
“instrucciones para que cesaran en sus ataques al régimen español, mostrando
los deseos del Gobierno de centrar el incidente en la persona del embajador
Lojendio” (50).
La designación del
ministro consejero de la Embajada de España en Cuba, Eduardo Groizard, como
encargado de negocios fue aceptada, además, de forma inmediata por el
Ministerio cubano de Relaciones Exteriores, y, el 30 de enero, Miró Cardona le
comunicó el resultado de su conversación con el Presidente Osvaldo Dorticós, de
la que dimanaron los siguientes extremos (51):
a)
No se romperán las relaciones con España.
b)
Esperaban una Nota española en respuesta a la
declaración de persona “no grata”.
c)
El incidente no puede afectar a las tradicionales y
buenas relaciones entre Cuba y España.
d)
El Gobierno cubano estaba convencido de que no había
ninguna actividad contrarrevolucionaria de la que pudiera acusarse a España.
e)
Se proveería la Embajada de Madrid, que quedaría
vacante por traslado del Dr. Miró, pero sin señalar plazo.
f)
La decisión de no romper relaciones había sido tomada
de completo acuerdo con el Dr. Fidel Castro.
En España, constataba el informe, aparte de la larga
entrevista con el embajador de Cuba antes de su salida para La Habana, se había
hecho todo lo posible para evitar que se crease un “ambiente hostil hacia el
régimen cubano, procurando que la prensa recogiese la información objetiva del
incidente”. Además, fue impedida “toda actividad a los exilados políticos
cubanos residentes en Madrid, que hubieran deseado utilizar la cordial acogida
dispensada al marqués de Vellisca por sus compañeros del Ministerio y
representaciones de la Secretaría General del Movimiento, Delegación Nacional
de Sindicatos, etc., para provocar incidentes”. Como también sabemos, la
preocupación fundamental del Ministerio se centró en evitar que el incidente
pudiera ser utilizado en toda Hispanoamérica por los sectores hostiles al
régimen español y, por otra parte, “como gesto amistoso hacia el propio Fidel
Castro, el Consejo de Ministros del día 22, reconoció la nacionalidad cubana al
Teniente Briz, comunicándoselo inmediatamente al embajador Miró Cardona
en La Habana”. Igualmente, se menciona la orden circular remitida a todas las
representaciones españolas en Hispanoamérica, donde se señalaban los deseos del
Gobierno de limitar las consecuencias del asunto, así como también la cuidadosa
redacción de la Nota oficial hecha pública a la llegada a Madrid de Lojendio, a
la que se sumó la solicitud de audiencia elevada por el encargado de negocios
al ministro Raúl Roa, quien “dentro del régimen cubano representa,
posiblemente, la postura menos flexible en relación con el incidente” (52).
En Hispanoamérica, reconocía el informe, “quizá haya sido en
los sectores más afines a España en los que el incidente fue recogido con mayor
sentido crítico, precisamente por su posible utilización como arma hostil y por
la tradicional suspicacia nacionalista frente a cualquier injerencia externa”.
Finalmente, aparte de destacar el interés del Ministerio español por alejar a
todo trance el riesgo de ruptura diplomática, como había quedado demostrado, se
ponderaban también otros extremos sobre el futuro de la diplomacia española
respecto a Cuba, Estados Unidos y América Latina, y en lo tocante a los deseos
de la Cancillería cubana de obtener una Nota de respuesta de España a la suya
sobre la declaración de persona no grata de Lojendio, se apuntó que el
Ministerio español consideraba que, “al procederse a la expulsión de un
embajador, debe el Gobierno que adopte tan grave decisión entregar, por
conducto de su Embajada en el país de origen, una Nota explicativa de las
razones de dicha expulsión y que solamente a esta Nota podría contestarse”. En
tal sentido, además, se había hecho ver a Miró Cardona que, “dado el tiempo
transcurrido, quizá fuera preferible evitar nuevas comunicaciones escritas,
pues en tal caso el Gobierno español se vería obligado a referirse nuevamente,
como ya lo hizo en la nota oficial hecha pública en Madrid, a los ataques del
Dr. Fidel Castro en la TV y a rechazar las infundadas acusaciones sobre
supuestas actividades de nuestra representación, en conexión con grupos
contrarrevolucionarios cubanos”. Un hálito de ilusión parecía coronar, además,
el futuro revolucionario de Cuba desde la óptica española, pues, como señalaba
el propio documento, la visita de Raúl Roa a El Cairo podría interpretarse como
la necesidad de calcar modelos políticos más moderados y cercanos. “Nasser fue
siempre contemplado como ejemplo a imitar y Fidel Castro se quería erigir en Nasser
del Caribe”, y, por otra parte, tampoco podían omitirse las visitas de Raúl
Roa a Tito y a Burguiba (53) .
Parecía, pues, que se abrían nuevos senderos a la esperanza,
aunque habían fracasado los esfuerzos cubanos para organizar, con el apoyo de
América Latina, una Conferencia de países subdesarrollados a celebrar en La
Habana, cuya “finalidad sería constituir un bloque neutralista con los países
afro-asiáticos al margen de la OEA y, por lo tanto, de la influencia del
Departamento de Estado”, y, por otro lado, estaba la política aparentemente
moderada del Departamento de Estado, que resistía las presiones que predicaban
una mayor dureza con Cuba, provenientes del Pentágono y del propio Senado
norteamericano, si bien se orientaba hacia la “formación de un ambiente hostil
frente al régimen del Dr. Castro”, aunque tal enemistad se centraría en el
repudio interamericano del régimen revolucionario por “antidemocrático”, pero
“evitando con ello el peligroso instrumento propagandístico que significaría
una posible reedición de la llamada Operación Guatemala” (54). Se
trataba, en fin, de una visión notablemente optimista que la propia dinámica de
los hechos se encargaría de desmentir, pero que, tal vez, hubiese resultado
preferible a juzgar por varios de los acontecimientos que estaban por venir.
Poco después, en una de
sus entrevistas televisadas, Fidel Castro volvió a recordar el affaire
Lojendio e ironizó al destacar que era el “representante de Franco,
distinguiendo, aunque sin decirlo, entre embajador de España y embajador de
Franco”, tal como lo percibió Caldevilla (55). A partir de entonces, en efecto,
la diplomacia cubana mantuvo esa especie de distinción un tanto singular,
puesto que, junto a los comentarios sobre la presencia en Cuba de dirigentes
comunistas españoles como Santiago Carrillo, se deslizaban, en los medios de
comunicación cubanos, las visitas a la Isla de representantes económicos del
Gobierno español y, naturalmente, entraba en la lógica diplomática el
intercambio de felicitaciones entre los dos gobiernos con motivo de sus fiestas
nacionales (56). Cosas de familia.
[1]. Comunicaciones del marqués de Saavedra, embajador de España en Venezuela, del 23 y 24-12-1959 (AGA. Exteriores, C-11868).
[2]. Informe nº 1 de Caldevilla, La Habana, 2-01-1960 (AGA. Exteriores, C-5360).
[3]. Informe nº 2 de Caldevilla, La Habana, 9-01-1960 (AGA. Exteriores, C-5360).
[4]. “Insolente ingerencia falangista”, Hoy, La Habana, 9-01-1960 (recorte en AMAE, R5971-2).
[5]. Informe nº 3 de Caldevilla, La Habana, 16-01-1960 (AGA. Exteriores, C-5360).
[6]. Ver M. de Paz-Sánchez: Zona rebelde. La diplomacia española ante la revolución cubana (1957-1960), “Taller de Historia”, Gobierno de Canarias-CCPC, Tenerife, 1997: 301-317.
[7]. Nota mecanografiada de la agencia de noticias española Efe con membrete de la Oficina de Información Diplomática, 21-01-1960, y también nota dada por teléfono desde el Alto Estado Mayor, Madrid, 21-01-1960 (AMAE, R5971-2).
[8]. Ibídem.
[9]. Como apuntó el periódico La Prensa de Buenos Aires, en referencia a la difusión de la noticia del incidente en España, “la censura gubernamental permitió publicar la mayoría de los detalles del incidente Lojendio-Castro en la prensa del país pero suprimió los ataques personales dirigidos a Franco que contenían los despachos informativos” de las agencias, de ahí el carácter confidencial de las noticias que, posteriormente, pasaron censuradas a la prensa española (“Fueron intervenidos todos los bienes de Jorge Zayas”, La Prensa, Buenos Aires, 23-01-1960, recorte adjunto a la comunicación del embajador de España en Argentina, José María Alfaro, del 25-01-1960, AMAE, R5971-2).
[10]. Telex de Associated Press (21-01-1960) recogido por la OID, Madrid, 22-01-1960, confidencial (AMAE, R5971-2).
[11]. Nota del Ministerio español, Madrid, 22 de enero de 1960 (AMAE, R5971-2).
[12]. Despacho de Efe recogido por la OID, Roma, 22-01-1960 (AMAE, R5971-2).
[13]. Telegrama del consejero de Información en Nueva York, 22-01-1960, recogido por la OID (AMAE, R5971-2).
[14]. Despacho de Efe, La Habana, 22-01-1960, recogido por la OID (AMAE, R5971-2).
[15]. Despachos de agencias recogidos por la OID y diversos recortes de prensa (AMAE, R5971-2).
[16]. “El deplorable incidente de Telemundo”, Diario de la Marina, La Habana, 22-01-1960 (recorte en AMAE, R5971-2).
[17]. OID. Telegrama del consejero de Información en Naciones Unidas, 23-01-1960, referido al número del periódico del día anterior (AMAE, R5971-2).
[18]. Despacho de Efe recogido por la OID, 22-01-1960, en AMAE, R5971-2.
[19]. OID, despacho de Efe datado en La Habana, 23-01-1960, que se pasó a toda la prensa de España (AMAE, R5971-2).
[20]. Se refería al instante en que el régimen de Franco y, lógicamente, la propia Embajada de España en Cuba fueron acusados por el historiador Portell Vilá en un programa de televisión, el 3-01-1959, de la venta de armas a Batista, acusación que fue contestada por el diplomático que se personó en los estudios de televisión, por cierto con gran éxito entre el público y en la calle. Ni el personaje ni, obviamente, las circunstancias eran las mismas, pero aquel precedente junto – probablemente - a la actitud de los dos agustinos españoles antes mencionados y a la propia ocasión en que, hacia marzo de 1959, encabezó igualmente Lojendio una defensa pública del nuncio Luis Centoz, estaba como vemos en la conciencia del diplomático, que tenía en su haber alguna que otra intervención igualmente temperamental en otros momentos de su carrera, como por ejemplo en Argentina, a finales de los años treinta, donde también defendió con ardor sus principios y honorabilidad (Véase: M. de Paz Sánchez: “El Asunto Bohemia, un incidente diplomático entre España y Cuba en 1957”, Tiempos de América, Universidad Jaime I, 1999, 3-4: 33-52, y “Revolución y contrarrevolución en el Caribe: España, Trujillo y Fidel Castro”, Revista de Indias, CSIC, Madrid, 1999, LIX, 216: 467-495).
[21]. OID, despacho de Efe fechado en Washington, 23-01-1960 (AMAE, R5971-2).
[22]. E. Romero: “Con buena voluntad”, Pueblo, Madrid, 22-01-1960.
[23]. Telegrama de Associated Press datado en Sevilla a 22-01-1960, recogido por la OID, Madrid, 23-01-1960, con carácter confidencial (AMAE, R5971-2).
[24]. “Estalla violenta lucha de guerrillas contra Franco”, Diario Libre, La Habana, 24-01-1960 (recorte en AMAE, R5971-2).
[25]. Informe nº 4 de Caldevilla, La Habana, 23-01-1960 (AGA. Exteriores, C-5360).
[26]. Como la remitida por un ciudadano de Alcoy el 23-01-1960 (AMAE, R5971-1).
[27]. Telegrama del 25-01-1960 (AMAE, R5971-1).
[28]. Carta de Ramón González G.-Arrese al ministro Castiella, Madrid, 22-01-1960 (AMAE, R5971-1). También el cubano J. Morera telegrafió, desde Miami, mostrando sus simpatías por el gesto de Lojendio e igualmente, el 25-01-1960, lo hizo, desde Riviera Beach, el cubano Daniel García en nombre propio y de otros exiliados (AMAE, R5971-1).
[29]. Comunicación 42 de Miguel Cordomí, cónsul general de España, La Habana, 23-01-1960 (AMAE, R5971-1).
[30]. “Nuevas protestas contra Lojendio”, Revolución, 26-01-1960 (AMAE, R5971-2).
[31]. “La provocación insolente de Lojendio, parte de la conjura”, Hoy, 24-01-1960 (AMAE, R5971-1).
[32]. “No podemos intervenir, dice el New York Post”, Diario Nacional, La Habana, 24-01-1960 (AMAE, R5971-2).
[33]. “Confía Phillip Bonsal en rápido regreso”, Prensa Libre, La Habana, 24-01-1960 (recorte en AMAE, R5971-2).
[34]. En la misma se confirmaba la retirada del embajador español en La Habana, se rechazaban las acusaciones sobre actividades antigubernamentales de la Embajada en Cuba y se hacía presente la simpatía de España hacia un país hermano tan querido como Cuba, a “cuya prosperidad contribuyen con su esfuerzo cientos de miles de españoles, acogidos en todo momento con hidalga hospitalidad”. La nota se publicó en todos los medios de comunicación del país (M. de Paz Sánchez: Zona rebelde..., cit.: 308).
[35]. Despacho 104 del embajador de España en Colombia Alfredo Sánchez Bella, Bogotá, 25-01-1960 (AMAE, R5971-2).
[36]. Despacho de Mariano de Yturralde, embajador de España en Perú (más tarde pasaría a Washington), Lima, 22-01-1960, así como recortes de prensa adjuntos de El Comercio, La Crónica, La Tribuna, Última Hora y La Prensa, (AMAE, R5971-2).
[37]. Despacho 71 de Tomás Suñer y Ferrer, embajador de España en Chile, Santiago de Chile, 23-01-1960 (AMAE, R5971-1).
[38]. Despacho 92 reservado de Ernesto Giménez Caballero, embajador de España en Paraguay, La Asunción, 24-01-1960 y recorte adjunto de Patria, con el artículo “Descastado...!” publicado por orden de Stroessner (AMAE, R5971-1).
[39]. Despacho 70 reservado del embajador de España en Panamá, Ricardo Muñiz, del 27-01-1960 (AMAE, R5971-1).
[40]. Despacho 44 reservado del embajador de España, Mariano de Yturralde, Lima, 27-01-1960 (AMAE, R5971-1).
[41]. Despacho 18 reservado del embajador de España, Jorge Spottorno, Puerto Príncipe, 29-01-1960 (AMAE, R5971-1).
[42]. Despacho 105 reservado del embajador de España en Chile, Tomás Suñer Ferrer, Santiago de Chile, 29-01-1960 y recortes de prensa adjuntos. La prensa chilena publicó, también, otra de las noticias que contribuyó a tranquilizar los ánimos en todas partes, el cese como embajador de España en Cuba decretado por el gobierno español con fecha 22 de enero de 1960 (AMAE, R5971-1).
[43]. OID. Telegrama del Consejero de Información en Nueva York, de 30-01-1960 (AMAE, R5971-2). El decreto indicaba, lacónicamente, el cese de Lojendio como embajador de España en La Habana (BOE, 23, 27-01-1960: 1077).
[44]. Informe nº 5 de Caldevilla, La Habana, 30-01-1960 (AGA. Exteriores, C-5360).
[45]. Despacho 133 de Alfredo Sánchez Bella, Bogotá, 30-01-1960 y recortes de prensa adjuntos, así como “Proposición número 26 de 1960”, texto mecanografiado de la Junta de Amigos Pro-Liberación de América, Calí, 21-01-1960 (AMAE, R5971-1).
[46]. Despacho 4 personal y reservado del embajador de España en República Dominicana, Manuel Valdés Larrañaga, Ciudad Trujillo, 1-02-1960 (AMAE, R5971-1).
[47]. Despachos 136 y 138 reservados del embajador de España en Brasil, Eduardo Gasset, Río de Janeiro, 1º y 2-02-1960 y recortes de prensa adjuntos (AMAE, R5971-1).
[48]. Despacho 22 del consulado general de España en Puerto Rico, San Juan, 2-02-1960. La prensa se había limitado a reproducir noticias de agencia (AMAE, R5971-1).
[49]. Despachos 46 (reservado) y 56 del embajador de España en Bolivia, Joaquín R. de Gortázar, La Paz, 4 y 20-02-1960 (AMAE, R5971-1).
[50]. Informe relativo a las relaciones entre España y Cuba después del incidente Lojendio-Fidel Castro, Madrid, 5-02-1960 (AMAE, R5970-14). Manuel Martínez Feduchi o Feduchy, embajador de la República.
[51]. Ibídem, fol. 3.
[52]. Ibídem, fol. 4.
[53]. Ibídem, fol. 6.
[54]. Ibídem, fol. 7.
[55]. Informe nº 8 de Caldevilla, La Habana, 20-02-1960 (AGA. Exteriores, C-5360).
[56]. Véase, al respecto, la “Cronología de las relaciones bilaterales Cuba-España (1959-1978), según la Dirección de Documentación del MINREX”, Anejo 4 del Apéndice Documental de M. de Paz Sánchez: Zona Rebelde..., cit.: 354ss. En la página 357 se indica, por ejemplo, que el 1-01-1967: “Envía el gobierno español mensajes de felicitación a Cuba por el VIII aniversario del triunfo de la Revolución cubana”, en buena lógica el protocolo diplomático obligaría a que, al menos, determinadas autoridades cubanas acudiesen a las recepciones de la Embajada de España con motivo de las celebraciones de los aniversarios del 18 de julio.
*Manuel Antonio de Paz Sánchez, natural de Santa Cruz
de La Palma, Islas Canarias, España (1953).
Doctor en Historia con Premio
Extraordinario y Catedrático en Historia de América en la U. de La Laguna,
Islas Canarias.
Autor del libro Zona de Guerra. España y
la revolución cubana (1960-1962) editado en Taller de Historia del Centro de la
Cultura Popular Canaria, del
que tomamos el artículo que antecede correspondiente al capítulo 1
También es autor, entre otras numerosas
publicaciones, de: Historia de la francmasonería en las Islas Canarias,
1739-1936 (Gran Canaria, 1984; Premio "Viera y Clavijo"; Wangüemert y
Cuba (Tenerife,1991 y 1992; Amados Compatriotas (Tenerife, 1995). Coautor de
Masonería y Pacifismo en la España Contemporánea (Zaragoza, 1990); El Bandolerismo
en Cuba, Presencia Canaria y protesta rural, 1800-1933 (Tenerife, 1994; La
Esclavitud Blanca (Tenerife 1993); Zona Rebelde y coautor también de La América
Española (1763-1898).
Ex Director del
Departamento de Historia de la Universidad de La Laguna y Director-fundador de
"Taller de Historia" del Centro de la Cultura Popular Canaria.
Experto estudioso de la masonería en Canarias con vinculación institucional
para asesoramiento.
véase www.tallerdehistoria.com,