Presunta
igualdad imposible.
¡Ya todos somos iguales!,
coreaban y cantaban en su mejor afro-anglo-caribeño, grupos de negros
americanos jubilosos, ante la estatua de Abraham Lincoln, que celebraban el
final de la contienda yanqui-confederada motivada por ellos y el algodón y
ahora satisfechos por la liberación de la esclavitud denigrante que sobre ellos
pesaba.
Que poco duró su alegría,
puesto que poco después miembros de la organización racial KKK efectuaban
nuevas cacerías si cabe más sanguinarias que las que sufrían anteriormente,
esta vez tapados con una sábana blanca y una cruz, que siempre quemaban como
símbolo de terror. Tal persecución social y racial perduraría en los Estados
Unidos hasta prácticamente mitad del siglo anterior.
¡Egalité, egalité!,
vociferaban grupos de “sant-culots” diseminados por la Plaza de la Concordia
parisina a la muerte de Luis XIV en la guillotina en pro de la susodicha
igualdad a través de la revolución más sangrienta de la Historia. Pocos años
después (1830) los mismos grupos recibían en sus carnes las bayonetas de los
cuerpos armados que portaban aquellos que antes fueron considerados sus
compañeros “iguales”. Incluso ante la intervención del profesor Aragó, también
revolucionario, que intentaba mediar, le dijeron: “Mire profesor, Usted da
clases y no sabe lo que es hambre, déjenos actuar a nuestro modo”. La guardia
republicana cargó contra ellos hiriendo y dando muerte a muchos neo -
revolucionarios franceses que resistían en las barricadas instaladas en
diferentes calles de Paris. Estos hechos se repiten con frecuencia en diversos
lugares del Mundo hasta estos mismos días.
¡Abajo el capitalismo
injusto, burgués y discriminatorio”, gritaban los bolcheviques en San
Petersburgo tras el asalto al Palacio de Invierto de los Zares, noviembre de
1917, presos e inspirados por el odio hacia la sociedad burguesa después de
varias revoluciones sangrientas basadas en la madre de todas: La Francesa. Tal
igualitarismo se desvanece 80 años después de la “Revolución Roja”, aún más
sangrienta que aquella si cabe, para convertir a la URSS en un mosaico de
países que a toda prisa adoptan la economía de libre mercado al más puro modelo
burgués occidental, tras la caída del Muro de Berlín, con sus mafias y todo que
ya se hallan en estas Islas Canarias alejado territorio español en el
Atlántico.
¡Por la Cuba libre, viva
Fidel Castro y su revolución”, arengaba el propio Fidel y sus inmediatos
colaboradores mientras bajaba, diciembre de 1958, de la Sierra Maestra al Llano
de Santiago en dirección a La Habana, burdel de Batista, según su propia
propaganda revolucionaria. Allí “mandaría parar” e intentará acabar con el
“imperialismo americano” asimismo “injusto y desigual”. Pero “la cosa cambió”
en las plantaciones de caña de azúcar cuando el nuevo capataz dijo: “Ahora que
todos somos iguales, machete para todos y a cortar caña todos”. Más,
protestaron “los administrativos de Batista” reciclados al nuevo régimen. Más
tarde protestaron los que no sabían aún leer y escribir pero que sí eran
expertos cortadores de caña, por lo que el capataz sentenció: “Vosotros no sois
iguales, ni en el cogote ni siquiera en la parte baja de la espalda, por lo que
cada uno hará lo que sabe, ha aprendido o estudiado, o para lo que está
legalmente facultado, que de iguales nada, ¡salvo el número de cromosomas que
es de 48 cada uno, y que todos descendemos del mono! Y claro, hoy en Cuba todo
sigue siendo igual o parecido, pero escapando como Dios les ayude ( y los
familiares de Miami y de Canarias principalmente), ya que Marx, Gorbachov o
Putin poco pueden hacer por ellos. Sin embargo, los dirigentes de aquel régimen
que ya lleva más de 40 años alegan el acoso imperialista americano, que también
tiene sus fallos como todo en esta vida.
Ni siquiera en estas Islas
Canarias (la América hispana en suma), a pesar de la política legisladora y
pacificadora de los Reyes Católicos o las Leyes de Indias, los guanches o los
indios americanos, mayores en número, nunca fueron iguales en derechos al resto
de los españoles colonizadores hasta tiempos relativamente recientes.
La verdadera igualdad, salvo
ante Dios, es la que los grupos sociales imponen, y siempre según la capacidad
racional y en todos los órdenes de cada individuo integrante del grupo,
diferente en cada uno por supuesto. También se ha de tener en cuenta “el yo y
las circunstancias” que acuñó el pensador español Ortega y Gasset.
MIGUEL LEAL CRUZ
WEB PERIODISMO HISTORICO