PESQUERÍAS CANARIAS EN LA COSTA
DEL SÁHARA
Francisco
García-Talavera
Introducción
Nunca
ha sido bien reconocido, ni suficientemente valorado, el importante papel
histórico que han protagonizado los canarios en los últimos cinco siglos del
extenso litoral sahariano vecino a estas islas.
Es
la misma Historia la que hace falsa la extendida creencia de que Canarias ha
vivido siempre de espaldas al mar. Ahí tenemos la extraordinaria labor y los
duros episodios que han protagonizado nuestros valerosos pescadores y marineros
en las inhóspitas costas del vecino continente africano, que relataremos a
continuación.
Hoy
sabemos también que los guanches explotaban, además del marisqueo, los
abundantes recursos pesqueros del litoral de nuestras islas. Para ello se
valían de diversas técnicas y artes de pesca, como el "embarbascado"
en los charcos de marea o "corrales", las nasas y redes empleadas en
Gran Canaria o los anzuelos de gran tamaño, hechos de conchas o cuerno de cabra,
encontrados en yacimientos arqueológicos de varias islas. Las dimensiones de
estos anzuelos nos están indicando que únicamente podían servir para la captura
de grandes peces y al mismo tiempo la posibilidad de que fueran utilizados para
la pesca de bajura, desde rudimentarias embarcaciones. De todos es conocida la
gran riqueza estacional de túnidos que recala por estas islas.
Por
eso resulta aventurado asegurar categóricamente que los antiguos canarios
desconocían la navegación, entre otras cosas porque, o bien fueron traídos por
los fenicios, púnicos o romanos, o vinieron por sus propios medios y, en
cualquiera de los casos: por mar.
Torriani
(1568) nos describe detalladamente cómo los antiguos canarios construían
embarcaciones de madera de drago y vela cuadrada de hojas de palma trenzadas,
con las que recorrían las costas de la isla de Canaria pescando y también se
aventuraban a viajar, me imagino que en épocas propicias, a
Fuerteventura y Tenerife para robar.
La
extraordinaria riqueza ictiológica de esta región atlántica era conocida desde
la antigüedad por las grandes civilizaciones mediterráneas del Ier
milenio A.C. Pues se ha constatado arqueológicamente la presencia de factorías
y colonias en diversos puntos de la costa atlántica marroquí (Lixus, Mogador,
Cabo Guir) fundadas por fenicios y púnicos, y reutilizadas por los romanos, que
buscaban los preciados productos marinos de "la púrpura", "el
garum" y otros derivados de la pesca.
En
los últimos años han salido a la luz suficientes datos contrastados como para
que las islas Canarias sean incluidas en el itinerario comercial de los
mencionados pueblos mediterráneos. Lo que hasta hace poco eran indicios y
pruebas aisladas, va tomando cuerpo, sobre todo a raíz de los importantes
descubrimientos de Lanzarote y La Graciosa, este último por nosotros, hace unos
meses.
Pero,
a pesar de la gran riqueza de los recursos marinos que albergan las aguas y
fondos de nuestro archipiélago, suficientes para abastecer a la población de
las islas, los canarios –quizás movidos por un espíritu aventurero innato y
propiciado por nuestro propio aislamiento- desde que tuvimos oportunidad, nos
proyectamos al exterior; al principio obligados, pero más tarde por nuestra
propia iniciativa, aunque a veces también forzados por las circunstancias
económicas y políticas.
Después
de la conquista, el objetivo más cercano lo teníamos a menos de 100 kilómetros:
la inmensa costa de Africa, ofreciendo sus ricos y vírgenes caladeros. También
hacía falta mano de obra que fuera sustituyendo a los liberados esclavos
guanches, para los duros trabajos de la floreciente industria azucarera. Hacía
allí se armaron numerosas expediciones esclavistas, comerciales y pesqueras, y
así dio comienzo un flujo de ida y vuelta que, con altibajos y distintos escenarios,
ha perdurado hasta nuestros días.
Las
frecuentes "razzias" esclavistas tenían lugar, fundamentalmente, en
el "hinterland" de las islas orientales comprendido entre Cabo Nun y
Cabo Juby, y para ello se hacía necesaria la construcción de fortificaciones en
esa costa que protegieran dicho tráfico, así como otras transacciones
comerciales con las poblaciones del lugar, además de la incipiente pesquería.
Con este fin se edificó la célebre torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña en
1477, la cual duró en pie hasta 1524, fecha en que fue arrasada por los
berberiscos, tras casi medio siglo de luces y sombras.
Los
guanches en berbería
Fueron
muchos los guanches que perdieron su vida en aquellas inhóspitas tierras,
especialmente los canarios, que llegaron a quejarse a los Reyes Católicos
porque más de la mitad de los enviados allí a la fuerza había muerto en
distintos enfrentamientos con los enfurecidos pobladores de aquellas tierras.
Quizás el más sonado de ellos es el que tuvo lugar en la
desembocadura del río Assaka, al sur de Sidi Ifni. Hacia el año 1500,
cuando Alonso Fernández de Lugo trataba de levantar allí una de las torres que
los reyes le habían encomendado, los guanches y algunos europeos fueron
cercados por una numerosa tropa enemiga y, tras una feroz batalla, en la que le
dio tiempo de embarcarse al adelantado y así escapar de una muerte casi
segura, murieron todos los que allí habían quedado, entre ellos el noble
canario Pedro Maninidra, que tanto contribuyó a la conquista de Tenerife.
En esas costas se escribieron páginas heroicas de nuestra Historia, como
también lo fue la gesta de la batalla de Tafraut, en 1549. Asimismo, hubo otras
no tan brillantes, sino más bien execrables, relacionadas con la esclavización
de aquellas pobres gentes.
Por fortuna, "las cabalgadas" en busca de esclavos berberiscos
cesaron a finales del siglo XVI, y a partir de esa época los contactos con el
vecino continente fueron eminentemente pesqueros.
Cabe
pensar que una de las principales razones del interés de los reinos de Castilla
y Portugal por conquistar el archipiélago canario, era su proximidad a esa
costa tan rica en pesca y tan propicia para el lucrativo comercio de los
valiosos productos africanos (esclavos, oro, marfil, especias).
Y
así, en medio de las disputas por el litoral africano entre los dos reinos
ibéricos, los derechos a las pesquerías en esas aguas fueron concedidos por
Juan II de Castilla al duque de Medina Sidonia, que ya explotaba con almadrabas
los bancos atuneros de Andalucía. Algo más tarde, los Reyes Católicos
consideran este lucrativo recurso como una regalía de la Corona y autorizan al
adelantado Alonso Fernández de Lugo a arrendarlas, el cual tuvo que enfrentarse
con los legítimos intereses señoriales de Inés Peraza en Santa Cruz de la Mar
Pequeña y también con las apetencias portuguesas.
Santa
Cruz de la Mar Pequeña
La presencia, sobre todo canaria, en estas inhóspitas costas le sirvió a
España, cuatro siglos después, para reclamar a Marruecos antiguas
reivindicaciones territoriales frente a las islas, que más tarde cristalizaron
en la concesión de Sidi Ifni y Sáhara Occidental. Fue a
raíz del tratado de Tetuán (1860) cuando se inicia el proceso de localización
de la antigua fortaleza de Santa Cruz de la Mar Pequeña, sucediéndose las
expediciones y campañas en su búsqueda. En ellas intervinieron eminentes
militares y políticos españoles, como Jorge Juan, Fernández Duro y Alcalá
Galiano, así como nuestros ilustres paisanos, el notario de Arrecife Antonio
María Manrique, abuelo del recordado artista lanzaroteño César Manrique y el
médico y etnógrafo tinerfeño Juan Bethencourt Alfonso, autor, entre otras, de
la gran obra "Historia del Pueblo Guanche".
Estos
dos destacados canarios contribuyeron, con sus datos de Puerto Cansado
recogidos "in situ" y los planos aportados (1882), a corregir el
error de otros autores que, de manera interesada, habían localizado Santa Cruz
de la Mar Pequeña en Sidi Ifni.
A
pesar de todas estas vicisitudes e incidentes, los canarios siguieron
frecuentando esas costas, faenando en las pesquerías del extenso litoral
comprendido entre el Cabo Guir y Cabo Bojador, en los primeros siglos
postconquista, hasta ampliarlas a las ricas aguas tropicales de Cabo Blanco y
Banco de Arguín.
El auge de las pesquerías canarias en "La Costa" fue tal, que
en la época de Sabino Berthelot (mediados del siglo XIX) constituía el
principal recurso alimentario de nuestro pueblo.
Los recelos de España
Los
regidores y autoridades insulares y, en especial el gobierno de España, no
veían con buenos ojos la intromisión de extranjeros en los negocios comerciales
y pesqueros en los territorios de la costa africana próxima a Canarias, sobre
los que se creían con derechos. La presencia del aventurero escocés George
Glas, en la segunda mitad del siglo XVIII, en Puerto Cansado, suponía para
España una amenaza para sus pretensiones territoriales en aquella zona. Glas,
que conocía muy bien toda la costa atlántica desde el sur de Marruecos hasta el
Senegal, decidió que la amplia bahía de Puerto Cansado era el punto ideal, por
su cercanía a las islas Canarias orientales, para establecer allí una factoría
pesquera comercial, a la que bautizó como Port Hillsborough.
Al
igual que hizo en El Río, el brazo de mar que separa La Graciosa de Lanzarote,
Glas realizó un minucioso sondeo batimétrico de la bahía de Puerto Cansado,
plasmándolo en un detallado plano de toda la zona, en el que figura la
situación de la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña.
Tras
vencer no pocas dificultades, pues prácticamente era visto por las autoridades
españolas como un espía, consiguió construir con mano de obra canaria su Port
Hillsborough. Entre tanto, enterados en Madrid de las intenciones de Glas,
creyendo que perjudicarían los intereses de la corona, el gobierno dispuso que
se observasen todos los planes del escocés, el cual finalmente fue arrestado
en Gran Canaria acusado de defraudar a la real Hacienda, y trasladado al
castillo de S. Juan (Castillo Negro) de Santa Cruz de Tenerife, donde
permaneció prisionero cerca de un año. Mientras, en Puerto Cansado, los
maures se amotinaron, mataron a varios ingleses y quemaron el bergantín que los
había llevado desde Lanzarote y que les servía de enlace con las islas. La
señora Glas, su hija y algunos más, pudieron escaparse del desastre, a bordo de
dos lanchas con las que pasaron a Gran Canaria y luego a Tenerife. Para su
desgracia, Glas, poco después de ser liberado, murió asesinado junto a su
familia a bordo del barco en el que regresaba a su país.
Un
siglo después, le ocurría algo parecido al inglés Donald Mackenzie que intuyó,
al igual que Glas, la excepcional situación estratégica de aquella zona para
instalar un puerto comercial en el que convergieran las caravanas
subsaharianas, que venían de Tombuctú cargadas con sus preciados productos. En
este caso, el punto elegido fue Cabo Juby y allí, con la tenacidad que
caracteriza a los anglosajones, fundó Port Victoria, tras laboriosas
conversaciones con el Xej de la región, Ben Beiruk, ya que el sultán de
Marruecos había reconocido que Cabo Juby se encontraba fuera de los límites de
su imperio. Esto ocurría en 1879, cuando Beiruk le concedió a Mackenzie una
franja de la costa de Tarfaya entre Cabo Juby y Punta Stafford. Muy poco duró
esta empresa, pues en 1880, aún sin terminar, fueron destruidas parte de sus
instalaciones bajo la presión de España y sobre todo de Marruecos.
Nuestra
isla de La Graciosa también se vio involucrada en este trasiego, ya que en
1876, curiosamente las mismas fechas en que Mackenzie iniciaba su Port Victoria
en Cabo Juby, el rey de España le otorgó al marino y escritor Silva Ferro la
concesión de terrenos en la isla para dedicarlos a un establecimiento de
salazón y demás operaciones relativas a la pesca en la vecina costa africana.
Para ello se creó la "Sociedad de Pesquerías Canario-Africanas". Como
en anteriores ocasiones, en las que se había escogido a La Graciosa para la
instalación de factorías pesqueras, incluso una con capital norteamericano, la
empresa fracasó, sin haber siquiera empezado a funcionar del todo. Pero sirvió
para que los trabajadores, de Lanzarote fundamentalmente, se instalaran
definitivamente en los barracones allí construidos para la factoría. Así nació
la primera población estable de la isla: Caleta del Sebo.
Los pescadores canarios, pioneros en el sur del Sáhara
Nos
dice Pérez del Toro, en su tratado sobre las pesquerías en Africa (1881):
"Los riquísimos bancos de pesca que explotan los canarios en
las pobres condiciones que más adelante se verán, se extienden a lo largo de la
costa comprendida entre los confines del imperio de Marruecos, hasta ahora no
precisados con bastante claridad, y los del Gran Desierto ó Desierto del
Sáhara, en el Sudán. Ocupan una extensión extraordinariamente considerable,
tanto que excede de 600 millas..." y continua: "Respecto a las costas
del Sáhara, una posesión no interrumpida de muchos siglos, basada en
antiquísimos derechos, da sólo a España el privilegio de explotar estas
pesquerías, como quieta y pacíficamente lo vienen haciendo los canarios,
cuyas embarcaciones recorren toda la extensión de costas indicada, extrayendo
una parte insignificante de los inagotables productos que contiene".
Asimismo, resalta en otro apartado: "la casi total ausencia de tempestades
en toda la gran extensión de esos mares. Con decir que durante los
cuatrocientos años que llevan los buques canarios frecuentando aquellas
costas no se ha registrado ni un solo siniestro marino, ni ha habido que
lamentar, por efecto de malos tiempos la pérdida de un solo hombre."
Pero
es el célebre y nunca bien ponderado marino y aventurero escocés George Glas
–que, como sabemos, recorrió e investigó toda esa costa y también nuestro
archipiélago, plasmando sus conocimientos en el libro publicado en Londres
(1764): "A description of the Canary Islands, including the modern history
of the inhabitants..."- quien mejor y más temprano recogió el testimonio
de la azarosa vida de nuestros pescadores:
"El
número de barcos empleado en la pesca de la costa de Berbería es de 30; tienen
de 15 a 50 toneladas de capacidad; el más pequeño tiene una tripulación de
quince hombres y el mayor de cincuenta. Están construidos en las islas y
tripulados por los isleños."
Glas
resalta en varias ocasiones las excelencias del Banco Canario – Sahariano,
comparándolo, en cuanto a la calidad del pescado, al de Terranova, pero al que
supera en todas las demás características: abundancia de especies de interés
comercial, temperatura, clima y buen tiempo. El viajero escocés llega a decir:
"La combinación de todas esas circunstancias hace que se puedan considerar
como las mejores pesquerías del mundo", opinión también sostenida por
otros estudiosos del tema como Berthelot que, al compararlas con las de
Terranova, comenta: "La cantidad de pescado cogido por un canario en las
costas del Sáhara es equivalente al cogido por 26 hombres en Terranova. Y sin
embargo, ni los pescadores del país, ni los comerciantes de estas islas, han
tratado de obtener ventajas de este inmenso campo de riqueza, quedando
satisfechos con limitar su industria exclusivamente a las necesidades del
consumo local."
La
preparación del barco
Volviendo
a la descripción de Glas:
"El
método de preparar una barca para la pesca en el Sáhara es el siguiente: Los
dueños proporcionan un barco para el viaje y llevan a bordo la cantidad
suficiente de sal para curar el pescado, con pan (gofio) bastante para la
tripulación durante todo el viaje. Cada hombre lleva su propio aparejo, que
consiste en unas cuantas liñas, anzuelos, un alambre de cobre, un cuchillo para
abrir el pescado y una o dos fuertes cañas de pesca. Si alguien de la
tripulación lleva vino, aguardiente, vinagre, pimientas, cebollas, etc., debe
ser por su cuenta, pues los dueños no proporcionan sino gofio."
Con
respecto a su vestimenta nos comenta Berthelot: "Los pescadores canarios
no tienen por qué precaverse contra la intemperie de aquellos parajes; vestidos
a la ligera, con una camisa de algodón y un simple calzoncillo de tela, pueden
trabajar sin que nada les incomode. Las playas arenales del Gran Desierto han
cesado de ser para ellos inhospitalarias y desde hace tres siglos se aventuran
alegremente sobre aquellas costas que les proporcionan la subsistencia."
La
temporada de pesca
Continua
relatando Glas: "Esta pesquería está limitada al norte por la extremidad
sur del Monte Atlas, o por la latitud 30 grados norte; y por el sur, por Cabo
Blanco, latitud de 20 grados 30 minutos norte; en esta larga extensión no hay
ninguna ciudad, pueblo, ni lugar habitado; las naves del rey de Marruecos jamás
se aventuran tan al sur, por lo que los canarios nada han de temer por aquella
parte.
En
primavera los pescadores siguen la costa hacia el norte, pero en otoño y en
invierno, hacia el sur; pues durante la primavera, los peces frecuentan la
costa hacia el norte, y más adelante bajan poco a poco hacia el sur, a lo largo
de la costa."
Observamos
que esta estacionalidad de la pesca está íntimamente relacionada con las
migraciones de los peces pelágicos (atunes y otros) provocadas por el fenómeno,
también estacional, del up-welling que explicaremos más adelante.
La
carnada y el pescado
"La
primera cosa que hacen los pescadores cuando llegan a la costa es pescar
carnada... la caña es tres veces más gruesa que la nuestra y no disminuye tanto
hacia la punta. La liña o sedal está formada por seis finos alambres de metal,
retorcidos; el anzuelo tiene unas cinco pulgadas de largo y no está barbado;
... después, saliendo hasta un cuarto o media milla de la costa, izan tantas
velas como para que el barco navegue a unas cuatro millas por hora, lanzando
entonces dos o tres hombres sus liñas por encima de la popa, dejando que los
anzuelos afloren a la superficie del agua: los peces, tomando los anzuelos por
peces más pequeños, los mordisquean, y cuando quedan enganchados, los
pescadores los traen a los barcos con sus cañas. A este pescado los canarios lo
llaman tasarte; no tiene escamas y tiene la forma de las caballas, pero
son tan grandes como los salmones; son excesivamente voraces y se tragan todo
el anzuelo... he visto a tres hombres en la popa de un barco capturando
ciento cinco tasartes en media hora. Ocurre a veces que un barco complete
su carga con este pescado solamente.
De
la misma manera se captura otra clase de pescado que estas gentes llaman
anjova; este es algo mayor que una gran caballa y sirve lo mismo que el tasarte
como carnada... cuando el barco ha conseguido suficiente cantidad de carnada,
deja su bote con cinco o seis hombres para capturar tasarte y anjova y se
dirige mar adentro a gran distancia, hasta que alcanza profundidades de quince,
veinte, treinta, cuarenta o quizás cincuenta o sesenta brazas, en donde ancla,
y toda la tripulación lanza sus liñas y anzuelos por la borda, cebados con
tasarte y anjova, etc., y pescan samas, o sargos como los llamamos nosotros, y
cherne, o abadejo, o bacalao.
La
vida a bordo
Cuando
una barca tiene la suerte de encontrar buen tiempo y va bien provista de
carnada, puede llegar a completar toda su carga en cuatro días. Pero como los
alisios o los vientos del nordeste soplan vigorosos en aquella costa, los
barcos sólo anclan en alta mar hacia mediodía, cuando se produce una calma
entre la brisa de tierra y la del mar; y cuando esta última empieza a soplar
fuertemente, levan sus anclas, corren hacia tierra y fondean en alguna bahía, o
al abrigo de algún promontorio y luego la tripulación se pone a trabajar, a
limpiar y salar el pescado que capturaron aquel día; cuando esto ya está hecho
suelen ser cerca de las cinco o las seis de la tarde, momento en que van a
comer o cenar, pues sólo hacen una comida al día, la cual cocinan como
sigue: en cada barco la tripulación pone una larga piedra aplastada como hogar
en el suelo, en donde encienden un fuego y cuelgan una olla sobre el mismo, en
la que cuecen algo de pescado; luego cogen una fuente y ponen en ella algunas
galletas rotas, con cebollas desmenuzadas, añadiendo a esto un poco de pimienta
y de vinagre, y vertiendo todo en el caldo del pescado; no hay sopa ni caldo
más delicioso que éste. Después terminan la comida con pescado asado, pues
tiran el pescado hervido al mar.
Poco después de esta colación, cada hombre busca el lugar más cómodo
para dormir, pues no se usan camas en estos barcos.
Alrededor de las cinco o seis de la mañana se levantan, dejan el bote cerca de
la costa, levan anclas y se quedan en alta mar como anteriormente, y no toman
ningún alimento antes de la misma hora que la tarde anterior. Nadie que
conozca la labor, la fatiga, el frío y el calor que estos pescadores pasan,
acusará jamás a los canarios de pereza.
El
método para curar el pescado es como sigue: lo abren, lo limpian y lo lavan
completamente, les cortan las cabezas y las aletas y los amontonan para
escurrirles el agua; después de lo cual los salan y los almacenan en grandes
cantidades a granel en la bodega. Pero como no hacen como los franceses que
pescan en los bancos de Terranova, que vuelven a salar por segunda vez, sus
pescados no se conservan más allá de seis semanas a dos meses."
Después
de este relato tan detallado de la azarosa vida de los pescadores canarios a
bordo de sus pequeños barcos de vela y de su manera de pescar, Glas también nos
describe su modo de navegar y, sobre todo, el regreso a las islas:
La manera de navegar. El regreso a las islas
"Como
estos barcos unas pocas veces van a pescar en alguna parte de la costa de
Berbería a barlovento de las islas, y se ven obligados a barloventear contra
los fuertes vientos del norte que casi continuamente prevalecen allí, están
construidos de tal manera que pueden soportar un buen viento, como se dice en
lenguaje marino, siendo muy afilados de proa y de popa, y amplios y aplastados
en el centro. Están aparejados como bergantines... He conocido estos barcos
barloventear desde Cabo Blanco a Gran Canaria en 12 días, aunque la distancia
es más de 400 millas. Su manera de barloventear es como sigue: levan anclas
hacia las 6 ó 7 de la mañana, y se mantienen en alta mar, con el terral, hasta
el mediodía, cuando viran hacia tierra con la brisa marina; cuando llegan
cerca, o bien anclan para pasar la noche o navegan en zig-zag en pequeñas
viradas hasta el alba, en que se lanzan a alta mar hasta medio día, como
anteriormente. La diferencia entre el terral y la brisa del mar en esta costa
es generalmente de 4 puntos y ambos soplan fuertemente en las velas. Cuando
llegan a 10 ó 15 leguas a barlovento de Cabo Bojador, se dirigen hacia la isla
de Gran Canaria: si ocurre que el viento es del nordeste, alcanzan el puerto de
Gando, en el sudeste de aquella isla; pero si el viento es
norte-cuarta-nordeste, sólo alcanzan las calmas, en las que se meten, y allí encuentran
pronto un viento sudoeste que los lleva cerca de Gran Canaria, desde donde la
mayor parte de ellos se dirigen a Santa Cruz de Tenerife y Puerto de la
Orotava, para soltar sus cargas; el resto va a Las Palmas, en Canaria y Santa
Cruz, en la isla de La Palma."
Todo
esto puede parecer una proeza a la vista de la precariedad de los medios con
que contaban nuestros pescadores. Así lo comenta Berthelot: "Sus
embarcaciones de pesca carecen de lo más necesario; su equipo de navegar está
reducido a las cosas más indispensables, la mayor parte ni siquiera tienen
bitácora; el patrón se provee de una brújula de mala apariencia, que guarda en
uno de los baúles de su camarote; por la noche el timonel se guía por las
estrellas y solamente cuando el tiempo está cubierto, manda consultar el
instrumento abandonado. Las jarcias y cabullería de maniobra de esos barcos
está generalmente en estado lastimoso y, a pesar de este abandono, cuando llega
el momento, la tripulación está siempre dispuesta para la maniobra y sabe crearse
recursos inesperados. Tienen estos hombres de mar un instinto providencial
que los guía y los hace adivinar todos los cambios en la navegación; la íntima
seguridad que tienen en sí mismos produce en ellos ese abandono que les
caracteriza."
Una
vez en tierra, descargada la pesca y vendido el pescado, el reparto era el
siguiente: La cantidad neta, una vez deducido el gasto de la sal y el gofio, se
dividía en partes. Una parte se entregaba al propietario del barco, el resto se
repartía entre la tripulación según sus méritos: los pescadores veteranos una
parte, los jóvenes, los de tierra o los novatos, media parte o un cuarto, de
acuerdo a sus habilidades, y el patrón o capitán, una parte, más otra que le
dan los dueños por cuidar del barco.
Las relaciones en la costa
A
continuación resalta Glas un hecho del que se quejan también otros autores de
los siglos XVIII y XIX, obedeciendo, con toda probabilidad, a los intereses
político-coloniales de España: "En vez de estimular este muy útil y
provechoso sector comercial, los magistrados en estas islas adoptan todos los
medios para perjudicarlo; pues de manera muy poco política fijan un precio al
pescado y cargan su comercio con derechos disparatados y poco razonables,
impidiendo además a los pescadores que tengan cualquier trato con los moros a
cuyas costas van a pescar, lo cual constituye una grave injusticia , ya que se
ven a menudo obligados, debido al mal tiempo, a arribar a la costa para
repostar agua y madera (combustible). Sin embargo, privadamente tratan con
ellos en beneficio mutuo; pues los canarios dan a los habitantes del
desierto viejas cuerdas, que estos últimos destuercen y después hilan en hebras
o en bramantes, para fabricar redes para pescar; también les dan pan (gofio),
cebollas, papas y frutas de diferentes clases, a cambio de lo cual los moros
les dejan coger agua y madera en su costa, siempre que les hagan falta
estos productos tan necesarios, y les regalan huevos de avestruz y plumas."
Alvarez
Rixo, nuestro paisano, buen conocedor del tema, nos dice al respecto: "Con
estos "moros mansos" la coexistencia y el intercambio resultaba
posible. De ellos se podía obtener cera, miel, sebo, pieles, animales, lana y
orchilla... Pero los pescadores canarios al llegar a las islas tenían que
ocultar los productos intercambiados para no alborotar a las autoridades",
como si se tratara de contrabando.
Fruto
de esos contactos y del buen conocimiento que tenían los pescadores canarios de
todos los accidentes de la costa que frecuentaban, son los numerosos topónimos
que nuestros compatriotas han legado a los derroteros y que salpicaban todo ese
litoral: Boca del Río, Malillos, Médanos y tantos otros.
Los
zenagas
Las
gentes que habitaban las costas del Sáhara, en los siglos pasados y
probablemente desde tiempo inmemorial, eran bereberes zenagas, que ya desde los
siglos anteriores estaban brutalmente sometidos por las tribus guerreras árabes
hassanies. Esta presión los ha hecho emigrar hacia el sur hasta quedar
relegados en la actualidad a pequeñas poblaciones berberófonas relícticas en la
costa sur de Mauritania y norte de Senegal, en la desembocadura de este río,
conocida como la "Langue de Berberie". El propio nombre del río y del
país, Senegal, deriva por corrupción del etnónimo bereber zenaga. Marcy
observó características fonéticas de su lengua que la aproximan a los lenguajes
canarios, más que otros dialectos bereberes, al igual que sus inscripciones
rupestres que, según dicho autor, son análogas a los grabados alfabetiformes de
El Hierro. Debemos tener en cuenta que esta población zenaga se extendía mucho
más al norte, hasta el mismo Sus, cuando a comienzos del siglo XV los árabes
hassaníes los rechazaron hacia el sur. En aquellos momentos enlazaban con los
cheljas del Sus. Tampoco debemos olvidar que esa fue la época del comienzo de
la conquista de Lanzarote y Fuerteventura.
Pero
quien mejor los describe es el viajero portugués Valentím Fernándes, a finales
del siglo XV, que se refería a los zenagas como un pueblo de tradición
sedentaria y pescadora, de barbas abundantes y vestidos con pieles. A Serra
Rafols estos rasgos le hacían recordar a los guanches y, según él, con los
rudimentarios bateles que poseían -vivían del mar en los bancos del antiguo
Sáhara Español- sus remotas generaciones habrían abordado con ellos las islas
Canarias.
Valentím
Fernándes nos describe así sus rudimentarias embarcaciones:
"Sus bateles tienen cinco palos de "higuera del infierno"
(tabaiba) secos, a saber: uno de braza y media de largo (2,6 m) y así los dos
en cada costado de dos palmos menos (2,10 m) y estos tres van atados con
cuerdas de las dichas redes y quedan por detrás los tres iguales y por delante
sale el de en medio más, que es más largo. Entonces atan otros dos palos de
seis palmos (~ 1,20 m) a sus costados, bien apretados. En medio de estos
palos ponen sus redes, o la mujer e hijos, o cualquier cosa que quieren llevar,
y él detrás en aquellos tres que salen más, con las piernas de dentro hacia el
más largo. Y en cada mano traen una tablilla de palmo y medio (0,30 m) de largura
y medio palmo (0,10 m) en ancho, con que reman. Y los que van en la barca van
con agua por encima de las rodillas y así van y no se ahogan. Y de esta manera
atraviesan cualquier golfo de aquellas marismas (se
refiere al Banco de Arguin), 12 leguas, y también corren así toda la costa.
Cuando están en tierra, luego ponen su barca al sol para que se seque y sea más
ligera".
Podríamos
pensar en este tipo de embarcaciones a la hora de plantear una posible
primitiva arribada "de fortuna" a las islas orientales, de pobladores
procedentes de Tarfaya.
El cárabo
Muchos
historiadores han hecho referencia a una clase de embarcación atípica,
utilizada desde antiguo en la costa atlántica marroquí. Se trata del cárabo,
corrupción del nombre local agherrabu con que la conocen los pescadores del sur
de Marruecos.
El
cárabo es descrito por Laoust como una embarcación de dos proas, ligera de
costillaje y tablazón, delgada, elástica y fácil de varar. Dicho autor, después
de hacer una exhaustiva descripción de las características de estos barcos, su
ornamentación y los nombres (la mayoría bereberes) de todos sus componentes,
acaba diciendo: "El agherrabu (cárabo) es el verdadero barco de pesca de
los Chleuh (bereberes del Sus marroquí). Con este nombre es conocido desde Cabo
Juby hasta Safi. El término ha podido derivar del griego karabos o del
latín carabus. También presenta analogía con el qareb (árabe)
utilizado en los puertos de Rabat y Casablanca." A E. Serra le recordaba a
otra embarcación antigua y ligera, también de dos proas: la utilizada por los
vikingos (creemos que se refería al snekkar, de menor porte que el drakkar,
pues este podía medir hasta 45 m de eslora). Pero Serra pensaba que los
antecedentes de los humildes cárabos no estaban en los barcos nórdicos,
sino que hay que buscarlos en los antiguos buques fenicios y púnicos que,
según él -sobre todo los de pequeño porte y poco calado, utilizados para
la pesca- fueron dejados en estas costas, escasas en madera, en donde una
embarcación ligera, manejable y de poco consumo de madera era muy útil. También
creía Serra que las naves gaditanas de la antigüedad debían ser de este tipo.
Este autor nos dice finalmente: "Nada más verosímil que estos cárabos
abordasen en más de una ocasión alguna de las islas Canarias, especialmente las
orientales, y acaso ellos sean los responsables de alguna o de algunas de
las aculturaciones superpuestas en el conjunto cultural que se halló en este
archipiélago, en el momento de la conquista europea."
En
cualquier caso, creemos que este tipo de embarcaciones no tienen nada que ver
con las "balsas" de los zenagas mencionadas anteriormente, mucho más
rudimentarias y sólo aptas para navegar en aguas tranquilas y poco profundas,
como las del Banco de Arguín.
Canarios
en Mauritania. Los Imraguen
Ya
hemos hablado de las pesquerías canarias más allá de Cabo Blanco, las cuales
vienen frecuentando nuestros paisanos, sobre todo a partir del siglo XVIII. Las
escasas poblaciones costeras que habitan en el bajo litoral de la Bahía del
Galgo y del Banco de Arguin, esto es, desde Cabo Blanco hasta Cabo Timiris (ó
Mirik) en Mauritania, han sido siempre sometidas por los guerreros nómadas
árabes conocidos como hassaníes. Estos beduinos del interior nunca han
explotado las riquísimas aguas de Arguin, pero se han asegurado la sumisión de
pequeños clanes de pescadores, de origen bereber y negroide llamados Imraguen,
que explotan desde hace mucho tiempo algunos puntos de aquellas costas.
El
etnógrafo inglés J. Robin, en un magnífico artículo publicado en 1955 por la
Royal Geographical Society de Londres, titulado "Moors and Canary
Islanders on the coast of the Western Sahara", nos da todo tipo de
detalles sobre las relaciones pesqueras entre los canarios y los imraguen. Este
autor, al igual que otros que le precedieron, como Glas, Berthelot y Perez del
Toro, resaltan las excelencias pesqueras de las aguas del Sahara Occidental,
especialmente las comprendidas entre los paralelos 19º y 24 º N, y las colocan entre
las más ricas del mundo.
Up-Welling
Sabemos
que la principal causa de la gran biodiversidad y extraordinaria riqueza
pesquera de este mar se debe a un fenómeno oceanográfico estacional conocido
como "Up-Welling o Afloramiento", cuyo mecanismo, muy resumido, es el
siguiente: las aguas profundas, y cargadas de nutrientes (sales minerales) de
la corriente fría de Canarias, al tropezar con el talud continental africano
ascienden, también favorecidas por el desplazamiento lateral del agua
superficial a causa de los fuertes vientos alisios del Nordeste. Los alisios
suelen cobrar intensidad durante la primavera y el verano, por eso el
up-welling es estacional. En esa época se puede observar claramente la
tonalidad verde del agua del mar cuando se navega por esas latitudes, que
contrastan con el azul intenso de las aguas del Sáhara frente a Canarias.
En esta dinámica interviene como factor importante la luz, pues en las épocas
de up-welling hay un gran desarrollo del plancton vegetal (fitoplancton) en la
zona fótica, hasta donde penetra la luz, que se alimenta de los nutrientes
aportados por las aguas frías que ascienden. El ciclo de la cadena alimentaria
(trófica) lo completan el plancton animal (zooplancton) que se come al
fitoplancton, los peces pequeños e invertebrados que se alimentan de éste y,
finalmente, los peces grandes que se comen a los pequeños y el gran depredador,
vértice de la pirámide, que arrasa con todo: el hombre. Podemos asegurar, con
certeza, que la riqueza de las aguas mauritanas radica en el up-welling. La
importancia de este fenómeno es inimaginable, puesto que las 5 zonas de
up-welling que existen en nuestro planeta, no ocupan más que el 1% de la
superficie de los océanos y, sin embargo, aseguran el 50% del tonelaje de la
pesca mundial.
J.
Robin también nos dice: "Las aguas de la Bahía del Galgo y del Banco de
Arguín son frecuentadas desde hace mucho tiempo por las flotillas de pesca del
archipiélago de las Canarias, y particularmente por los marinos de
Lanzarote, Fuerte-Ventura (sic) y Gran Canaria. Este dominio atlántico es, por
lo tanto, el teatro, varias veces secular, del encuentro de dos poblaciones, de
dos lenguas, de dos civilizaciones y, finalmente, de dos técnicas profundamente
diferentes.
La
técnica de los pescadores canarios es muy vecina de las utilizadas en las
costas europeas del Atlántico. La más tradicional comporta el uso de grandes
embarcaciones a vela, goletas, "dundees" y balandros, provistos de
anexos o lanchas, comparables a los "doris" utilizados antiguamente
en el Banco de Terranova, y el empleo de liñas de fondo o grandes redes rectas,
de malla variable, según la especie de pescado que se quiere capturar. El
objetivo perseguido es la captura, con redes, de los bancos de corvinas, de
bonitos o de lisas; o, a la liña, samas y chernes; estos peces son capturados
por las embarcaciones anexas (lanchas) a la embarcación madre (goleta), a bordo
de la cual son cortados y salados para luego ser transportados a las Canarias;
allí son tratados por desecación y vendidos en los mercados con los nombres de
corvinas y de bacalao."
En
cuanto a la técnica inmemorial de los Imraguen, se encuentra su primera
descripción en la relación de Valentím Fernándes (1506-1507), cuya traducción
bajo el título "Descripción de la Costa de Africa de Ceuta al
Senegal" se le debemos a P. de Cenival y a Th. Monod:
"Las
redes con las cuales pescan los azanegues "schirmeyros" son de hilo
hecho con raíces y corteza de árboles. Alcanzan una braza de ancho por cinco de
largo. Ellos las enrollan sobre un grueso palo con dos puntas y del tamaño de
un bordón. Los flotadores de esta red son de trozos de madera de "Figueyra
do inferno" (que es la tabaiba dulce, Euphorbia balsamifera) que
ellos llaman "afernan". La planta de la que hacen las redes es una
Asclepiadácea (Leptadenia spartum) conocida por ellos como
"titarek". La plomada de la red se compone de bolas de arcilla
cocida, secadas en ceniza caliente, y perforadas."
"Para
pescar, van de dos en dos, cada uno llevando su red enrollada en su palo.
Queriendo pescar, juntan el uno al otro sus redes y, desde que ellos han apercibido
los peces, avanzan cada uno de su lado, dejando poco a poco caer la red de los
palos entre ellos, hasta el momento en que alcanzan la orilla y se juntan. Todo
esto sucede en agua poco profunda, que no les llega sino hasta las rodillas, y
en el momento de más calor del día, puesto que los peces están como atontados
por el calor del agua. Ellos llevan en la mano derecha su arpón para arponear
los peces que quieren franquear la red saltando al aire. Es así como ellos
practican la pesca."
Continua
diciendo Valentim Fernándes: "... son tan pobres y tan miserables que no
tienen ni pan, ni aceite, ni madera para quemar, ni sal, ni nada. Para preparar
su comida, reúnen algas y les prenden fuego, poniendo el pescado que capturan
en la parte inferior de este fuego, lo asan y se lo comen así, sin añadirle
ningún otro ingrediente. Es la misma manera con que se comen las
tortugas..."
"...están
tan oprimidos por los alarbes que (cuando llegan a sus campamentos a exigirles
tributo) se comen todo lo que encuentran y se acuestan con sus mujeres y sus
hijas en sus propios hogares."
La pesca con delfines
El
relato de V. Fernandes a comienzos del siglo XVI sobre la manera de pescar de
los azanegues en Arguin, se diferencia muy poco de lo que sucede en la
actualidad con los imraguen, cuando llega la época de la pesca (de octubre a
marzo) de la gran lisa amarilla (80-100 cm), que acude allí por millares
durante su migración al Sur. Esta especie es muy valorada por los maures tanto
por su carne (tichtar) como por sus huevas (que exportan como poutargue), las
cuales secan al sol a la manera de las jareas canarias. De las cabezas extraen
un aceite muy apreciado, que utilizan para todo.
La
única diferencia estriba en los materiales utilizados ahora en las redes de
pesca: las fibras vegetales de la malla (titarek), los flotadores de tabaiba
(afernan) y los pesos de arcilla cocida, están siendo sustituidos
paulatinamente por materiales sintéticos modernos. Pero hay otra novedad
interesante que, aunque V. Fernándes no la incluyera en su relato, no podemos
descartar que existiera en aquella época, incluso mucho antes. Se trata de un
extraordinario hecho de colaboración entre animales y el hombre con el fin de
obtener un beneficio mutuo: la comida. Los delfines acuden a la orilla cercando
los bancos de lisas, respondiendo también a la llamada de los imraguen cuando
golpean el mar con sus gruesos palos. Es este un claro ejemplo de simbiosis
entre el hombre y el animal, digno de un profundo estudio etológico. Aunque
muchos autores piensan que se trata de una asociación puntual, más que de una
verdadera cooperación.
Volviendo
al fantástico escenario, los imraguen con sus redes desplegadas y con el agua
por las rodillas, forman una barrera y van encerrando al pescado en varios
círculos de redes y, mientras, los delfines por el otro lado comiendo todo lo
que pueden. El espectáculo es impresionante, centenares de enormes lisas
tratando de escapar, saltando sobre las redes en todos los sentidos...
Después de la euforia viene la calma, las redes están llenas. Los pescadores,
contentos con su captura la llevan a la playa para que las mujeres y los niños
comiencen su trabajo... Una vez descabezado el pescado, se abre, se le cortan
las aletas, se lava y se pone a secar al aire, sin sal. Ya tienen sustento
hasta la próxima temporada.
"Ese
"modus vivendi" concurrente entre las actividades de los pescadores
canarios y mauritanos, parece que se debió establecer de manera tácita por las
dos partes para respetar una línea divisoria ideal, que correspondería,
aproximadamente, a la isóbata situada a –1,60 m de profundidad, la cual
delimitaría los fondos de pesca explotables según la técnica de los imraguen,
de los más profundos que podían explotar los canarios", y añade J. Robin:
"A
pesar de que a veces esos acuerdos fueron violados y llegaron incluso hasta las
armas, las relaciones se desarrollaron de forma pacífica. Los marinos Canarios
tenían necesidad de tocar tierra para reparar sus redes y barcos y abastecerse
de agua dulce en todas estas costas carentes de ella, con la excepción de la
isla de Arguín". Sabemos que los portugueses se habían fortificado allí
desde el siglo XV con el fin de controlar la pesca y el comercio con las
caravanas que recalaban por esa zona. La isla de Arguín es conocida por algunos
como Cerne, localizando allí la antigua colonia púnica. En mi opinión, parece
como si los portugueses, en su época de expansión oceánica, fueran siguiendo
los pasos de los fenicios en sus descubrimientos y establecimiento de colonias
en la costa. Puede ser casualidad, o puede que tuviesen algún conocimiento de
las rutas por documentos antiguos. En cualquier caso, esta pequeña isla tuvo un
alto valor estratégico que se disputaron portugueses, holandeses, ingleses y
franceses durante siglos. Los grandes aljibes que aún se conservan allí pueden
abastecer de agua potable a una población numerosa.
"Los canarios fueron a menudo autorizados a desembarcar por ciertas
tribus maures a cambio de una compensación pagable en pescado y en gofio.
Algunos de estos acuerdos persisten en nuestros días y perpetúan los lazos
anudados en el pasado entre ciertas poblaciones maures, especialmente los Ahel
Laghzel o los Barikallah, y ciertas familias de pescadores canarios."
Así
continuaron las cosas hasta que, en 1905 a raíz de la misión del científico
Profesor Gruvel, la administración francesa decidió la creación en la Bahía del
Galgo de un puesto militar y de una estación de pesca provistos de aparatos
para destilación del agua del mar. Así es como nació la villa de Port-Etienne,
que tendría más tarde fuertes repercusiones políticas y económicas y
contribuiría a instaurar el clima favorable a contactos más continuos y
fecundos entre mauritanos y canarios. El impulso económico vino de la mano de
la instalación allí de industrias, para salar y secar el pescado, dedicadas a
la exportación, proceso que culminaría con la creación, en 1921, de la
"Societé Industrielle de la Grande Peche". Esta Sociedad disponía de
una flotilla cuyos cuadros, a excepción de algunos franceses, estaban constituidos
por patrones y marinos canarios, con los cuales se tuvo la prudencia de mezclar
indígenas para proceder así a la formación profesional.
A
pesar de los avatares provocados por la 2ª Guerra Mundial, continuaron las
relaciones canario-mauritanas, aunque en condiciones diferentes. El fin de la
guerra provocó en Port-Etienne una renovada actividad, marcada por la
instalación de modernas industrias. Y fue en 1951 cuando se fundó una nueva
empresa oficial, la "Societé Indigène de Prévoyance de la Baie du
Lévrier", organismo de ayuda mutua al cual se podían adherir todos los
habitantes indígenas de la circunscripción y cuyo principal papel fue el de
funcionar como una caja de crédito marítimo. Así, todo socio deseoso de
adquirir de un vendedor canario una embarcación de pequeño tonelaje (lancha o
balandro), para su propio uso, recibía de la Sociedad el avance de dinero
necesario, obligándose a reembolsarlo, aumentado por un pequeño interés, en un
plazo de dos años, sobre el producto de la pesca. También se ocupaba la
Sociedad, con el concurso de un carpintero de ribera especializado, del
carenado y reparaciones de las lanchas de sus socios, a título oneroso. Las
embarcaciones así adquiridas fueron empleadas de diferente manera según
perteneciera su propietario a una comunidad tradicional de Imraguen o fuese
deseoso de adoptar la técnica de los pescadores canarios. Esta última opción es
la que siguieron los guerreros nómadas hassanies.
Como
hemos visto, los Imraguen continuaron hasta hace pocas décadas con su técnica
tradicional en materia de pesca, utilizando sus embarcaciones para la
comunicación entre sus campamentos: Arguin, Islas de Tidra y Serenni, Cabo
Timiris, Iwick, etc., y Port-Etienne, donde se encontraba el principal mercado,
transportando en un sentido el pescado y otros productos de la pesca que ellos
querían vender, y del otro las mercancías y agua potable destinadas a su
consumo, que compran en la villa.
"En
el caso de los que compraron los barcos para utilizarlos en la pesca, vemos que
de nuevo intervinieron los canarios. Generalmente, las primeras tripulaciones
de las lanchas compradas con el concurso de la Societé de Prévoyance eran
mixtas. El nuevo armador mauritano embarcaba, al menos, un marino canario, del
cual aprenderían el arte de navegar a vela (latina), el mantenimiento de la
embarcación, el uso de la liña de fondo, las redes, así como todo lo referente
a la preparación del pescado: descabezarlo, abrirlo, limpiarlo, salarlo,
almacenarlo, etc. La retribución de cada uno se hacía "a la parte de la
pesca" siguiendo el tipo de contrato de aplicación vigente en el país. La
parte de los canarios era aumentada por una prima que el patrón mauritano
utilizaba para conservar la colaboración de su partenaire."
Para
poder valorar lo que fue el progreso de la implantación de las pesquerías
canarias en el Sáhara y Mauritania basta comparar las cifras que daba Glas a
mediados del siglo XVIII: 30 barcos de vela y 700 hombres, con las
proporcionadas por Robin doscientos años más tarde (1955): "Alrededor de
3000 marinos canarios frecuentan de manera estacionaria la Bahía del Galgo y el
Banco de Arguin a bordo de una flotilla modernizada, y en su mayor parte
motorizada, tienen en Port-Etienne (hoy Nouadhibou) su puerto de atraque y
fondeo, donde se ha establecido una pequeña base constituida por canarios
inmigrados. Así, estos pescadores valerosos han acabado por obtener
pacíficamente sus derechos de ciudadanía sobre esta tierra sahariana que le
había sido tanto tiempo hostil. Varias decenas de pequeñas unidades,
balandros y lanchas, ya no abandonarán más esos parajes y ahora tienen un lugar
apreciable en la economía local."
Nuestra
experiencia de tres décadas en estas costas nos ha servido para confirmar
algunas de las cosas que aquí se dicen. Muchas conversaciones hemos tenido con
los pescadores del sur de Marruecos (en la zona de Cabo Guir), del Sáhara
(cuando estuvimos en Puerto Cansado sobre la torre de Santa Cruz de la Mar
Pequeña), de Tarfaya (nos comentaban que ellos, a veces, ven las montañas de Fuerteventura
y que conocían el dicho: "De Tuineje a Berbería se va y se viene en un
día"), y de Mauritania, donde nos hablaban con nostalgia los imraguen
de las estrechas relaciones que sus abuelos tuvieron con nuestros pescadores.
Allí nos enseñaron (y navegamos en ellas a vela latina) algunas de las viejas
lanchas canarias que aún conservan. En todas esas ocasiones me invadía esa
extraña sensación indefinible, mezcla de memoria histórica y orgullo.
Reflexión
final
Con
la llegada del siglo XX y los barcos de vapor, comienza el declive de las
pesquerías canarias tradicionales. Si bien hemos visto que a mediados de los
años 50 del pasado siglo, la flotilla canaria que operaba en Mauritania había
intentado modernizarse, y alcanzar un cierto grado de desarrollo las pesquerías
en aquella zona, no fue suficiente para competir con la tecnología punta de las
potentes flotas europeas y asiáticas que, cada vez más, iban imponiendo su ley
en unas aguas en las que durante siglos estuvimos prácticamente solos.
La
vergonzosa cesión del Sáhara a Marruecos en 1975 significó la puntilla a una
situación decadente e insostenible. A partir de ahí, las cosas fueron
empeorando y ni siquiera el tan cacareado Plan de Desarrollo Pesquero para
Canarias propuesto por el gobierno de Suárez, supuso mejoría alguna, pues los
10.000 millones de la época para reconvertir la flota canaria, no se vieron por
ninguna parte (en realidad sí se vieron en Galicia). Se ve que España no tenía
demasiado interés de que esto sucediera, ni de que se desarrollara la ley del
78 para delimitar nuestras aguas de la Zona Económica Exclusiva, como sí lo
hizo Portugal por esas mismas fechas, con Azores y Madeira. No había voluntad
política y sobre todo se temía, y se teme, alterar las delicadas relaciones con
Marruecos.
Así
han continuado las cosas hasta nuestros días, tiempo en el que hemos visto
desaparecer las industrias canarias conserveras y derivadas de la pesca, la
flota canaria amarrada en puerto, y a punto de ir al desguace los últimos
barquitos de Lanzarote....
Ante
esta crítica situación nosotros nos preguntamos si hay razones para que los
canarios tengamos que estar mendigando ante las instancias españolas y europeas
sobre un derecho que nos asiste y que la Historia nos otorga. Como ya hemos
visto, nos hemos ganado a pulso, con sudor y sangre, el que una de las
principales y más ricas pesquerías del mundo lleve el nombre de Banco
Canario-Sahariano. Y que España no olvide que las posesiones que un día
tuvo en esta región del Atlántico africano las consiguió, en gran parte,
gracias a Canarias y a los canarios. La última palabra no está dicha.
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