CAPITALIDAD Y ESTATUTO

 

Por Miguel Leal Cruz

 

Las declaraciones que ha efectuado el Alcalde de Santa Cruz de Tenerife, el pasado domingo día 23 (noviembre 2003) al periódico La Opinión, cuando asegura que “en Las Palmas de Gran Canaria se está creando un poder económico con apoyos políticos…”, nos dan pábulo para incidir sobre un aspecto ya debatido pero nunca superado: el pretendido desmantelamiento del pleito insular y la creación de una única capitalidad para esta nacionalidad archipiélagica. Pero, tal vez con no sana intención, el mismo rotativo en sospechosa noticia paralela apunta que “se  están detrayendo inversiones en Tenerife y a favor de Gran Canaria… y que Adán Martín ha celebrado excesivos consejos de  Gobierno en la capital de la isla hermana cuando la sede de la presidencia corresponde a Tenerife durante toda la legislatura…”

Resulta lamentable lo anteriormente apuntado para quien se pueda sentir canario de todas las islas y ajeno a toda complicidad en el susodicho pleito, que como es sabido beneficia más a intereses económicos, empresariales y periodísticos que a los canarios del montón que son los más aunque puedan estar informados de lo que ocurre en el plano reivindicativo de otras nacionalidades históricas del mapa español con menos peculiaridades intrínsecas que la nuestra. La coyuntural gestión gubernamental del Partido Popular es considerada causa e incentivo fundamental para las mismas.

Como ya se ha dicho desde hace algún tiempo (unos diez años) el control político y administrativo en toda comunidad jurídica (nacionalidad con o sin estado), pero más contundentemente en los estados soberanos, se determina a través del Parlamento y el Gobierno.

En la comunidad canaria, erigida en nacionalidad como consecuencia de reforma estatutaria, existe un Parlamento con sede en Santa Cruz de Tenerife que concentra a los sesenta parlamentarios elegidos en todas las Islas, y una sede del Ejecutivo, hoy alternante en las dos capitalidades canarias y que reúne, para cada acuerdo de gobierno a 10 o 12 consejeros (incluidos directores generales y cargos intermedios) por las distintas áreas y para acuerdos que afectan a cualquiera de las siete islas.

Una vez fijadas las respectivas sedes para ambas instituciones básicas, lo demás sí puede ser compartido o repartido siguiendo la sana y buena lógica de toda administración cuál es el racional equilibrio, la celeridad y eficacia en la gestión.

Por lo tanto no hay que temer dónde ha de ir la sede permanente del Parlamento ni la del Ejecutivo, normalmente en una capitalidad distinta: En nuestro caso Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria respectivamente.

Así lo apreciamos en auténticos países soberanos con similar problema. Alemania entre Berlín y Bonn, Holanda Ámsterdam y La Haya, Brasil entre Río y Brasilia. En consecuencia es digno mencionar aquí lo que manifestó, un tertuliano destacado de la Cadena Ser tinerfeña, Antonio Salazar, cuando tiempo ha, debatiendo este polémico tema creado intencionadamente haciendo uso de aquello de “divide y vencerás”, dijo: “Hay que darle la capitalidad a Las Palmas de Gran Canaria para que nos dejen vivir en paz a todos...”

Canarios somos todos incluso los afincados que van tomando arraigo e interés por los acontecimientos cercanos que redundan en su inmediato beneficio, pero aquella elección no tiene que ser fundamental y obedece a razones estratégicas globales para nuestros comunes intereses, puesto que el presidente de la Comunidad puede ser tanto de Fuerteventura o del Hierro, como de  Lanzarote o La Palma, etc. Lo elegimos todos al igual que a los parlamentarios. No es fundamental por que actualmente la burocracia administrativa o de gestión se acerca por las rapidísimas autopistas de la informática, no sólo por el ya desfasado correo electrónico, sino a través de comunicación interactiva bis a bis que hace simultánea cualquier orden o disposición oficial. No tiene sentido esta guerra entre personajes interesados de ambas islas mayores sin tener en cuenta el sentir mayoritario del pueblo canario fundido y hermanado, cada vez más, en torno al sentimiento propio de la “canariedad” sin perjuicio de que sea compartido con el resto del país peninsular español, Europa, o con nuestros hermanos de América.

Con esta lucha creada por muy pocos hacemos el ridículo ante terceros no sólo dentro de España sino en países vecinos,  léase Marruecos, poniendo en peligro la voluntad mayoritaria que desean los canarios dentro de la condición de españoles y europeos. El pleito y sus consecuencias lo crean personajes determinados, por intereses económicos unos, por interferencias foráneas otros, y los demás, la mayoría, sufren estos hechos que afectan a su dignidad peligrosamente. El temor se halla en que esa mayoría copie actitudes que se están gestando en aquellas comunidades históricas.