¿De espaldas a la realidad?

Por Juan Manuel García Ramos

Algunos lectores de estos folios dominicales me acusan de no llevarme bien con los marroquíes, pues en algunos de mis artículos he criticado con cierta dureza la política del reino alauí con respecto a Canarias en los últimos tiempos.

Quiero salir al paso de esas reprimendas porque no ha sido nunca mi intención una política de choque con ninguno de nuestros vecinos; todo lo contrario, la situación geoestratégica del archipiélago nos exige ser exquisitos con los pueblos cercanos para beneficio recíproco en un área de difícil supervivencia.

Otra cosa es la rumorología sobre las apetencias anexionistas de Marruecos, aireadas de nuevo el pasado jueves día dieciocho del mes en curso por el representante del Frente Polisario en Tenerife, Hamdi Manssur, quien vino a decir que una de las pretensiones de Marruecos es incluir a Canarias en sus aguas jurisdiccionales.

Y otra cosa también es la apropiación indebida por parte de Marruecos del banco pesquero canario-sahariano, la titularidad hegemónica de las extracciones petrolíferas, los flujos migratorios desde las costas marroquíes hacia Canarias, con las desestabilizaciones sociales y económicas consiguientes en las sociedades de las islas más orientales, la rivalidad del tomate en la Europa de nuestros días, las inversiones españolas en infraestructuras turísticas y portuarias en los territorios de nuestro vecino a cambio de nada.

Son muchos los contenciosos abiertos y muy pocas las ganas de cerrarlos, siquiera de enfrentarlos por parte del Estado español y de las autoridades autonómicas canarias.

Tras la chapucera descolonización del Sahara Occidental todo han sido traspiés de la política exterior española en la zona y la víctima más directa de muchas de esas inconsecuencias diplomáticas ha sido Canarias sin ningún género de dudas.

Ahora, a todos esos asuntos pendientes entre las cancillerías de Marruecos y de España, se unen otros fenómenos políticos y sociológicos.

Por un lado, la cerrazón de Marruecos a aceptar el último Plan Baker para esa región, cuando el resto de las partes se muestra en disposición de llegar a acuerdos, con España en ese pelotón de países empeñados en salir de un laberinto que dura ya más de veintiocho años.

Por el lado sociológico, la aparición del fenómeno integrista en el tejido político marroquí con una fuerza desconocida hasta hoy día y que en las últimas elecciones municipales del pasado doce de septiembre emergió con el Partido Justicia y Desarrollo y con su indiscutible presencia institucional en las principales ciudades de Marruecos, todo ello a pesar de que sólo se presentó en el 18 % de las circunscripciones electorales debido a la influencia que sobre esa fuerza política tuvo el suceso de los atentados terroristas del dieciséis de mayo en Casablanca, donde murieron cuarenta y cinco personas.

Esa suma de incógnitas, en lo que se refiere a las relaciones entre Canarias y Marruecos, debiera empezar a contestarse con una delimitación de fronteras oceánicas entre los dos pueblos para saber todos a qué atenernos. En ese sentido, leo con inquietud una documentada información de Juan Manuel Pardellas en 'El País' (15/9/03) sobre la intención del Partido Popular de retrasar la ley que delimitará las aguas de Canarias, un texto legislativo que había sido pactado con Coalición Canaria tras las últimas elecciones autonómicas y que por fin iba a poner en limpio el asunto fronterizo atlántico no sólo en lo que concierne a las aguas interiores del archipiélago sino en cuanto a la mediana a establecer con Marruecos desde las islas de Lanzarote y Fuerteventura.

Dicen los populares en Madrid que han de esperar a la cumbre de Rabat de los primeros días de diciembre para examinarse de estas asignaturas pendientes y uno no tiene más remedio que recelar.

No podemos darle la espalda a la realidad de los problemas que hoy existen en nuestras relaciones con Marruecos y con un Estado español de mediador pusilánime.

El Magreb sigue siendo para Canarias un mundo desconocido, a pesar de que nuestros antepasados descendían de él. Hasta que el Gobierno de Canarias llegue a gozar algún días de competencias en relaciones exteriores con los países del entorno, ha de prepararse para comprender ese conjunto de pueblos a través de la creación de un Instituto de Estudios Magrebíes, financiado por ese ejecutivo y dirigido por expertos universitarios de nuestros dos centros superiores, además de por personal especializado de otros orígenes. Y mucho más acertado sería extender ese instituto a los asuntos macaronésicos. Se trataría de abordar cuestiones políticas, económicas, sociológicas y culturales vinculadas a la zona donde nos movemos por designio geológico.

A veces se habla de la necesaria "dignidad de las periferias". Si nadie lo remedia, la nueva Constitución Europea nos rotula como ultraperiféricos, como un pueblo que poco menos ha tenido la desgracia de existir fuera de los centros económicos y políticos del poder.

Esa imagen hay que invertirla: estamos en la obligación de saber quiénes somos y dónde nos hallamos; otra cosa son las relaciones que podamos establecer, como sociedad moderna que aspira a su libertad pero también al bienestar de sus ciudadanos, con estructuras de convivencia como son el Estado español y la Unión Europea de los nuevos tiempos.

Y nadie sabe quién es y donde está situado si antes no ha establecido sus fronteras con los demás, no para generar enfrentamientos, bueno fuera a estas alturas, sino para administrar con sabiduría nuestra propia creatividad, nuestra capacidad de iniciativa y nuestros objetivos mediatos e inmediatos como colectividad en marcha.

Todo menos quedarnos sumidos en una geografía política provisional, como hasta ahora han querido los distintos gobiernos del Estado español. No hay ni ha habido en los últimos lustros política atlántica de España para Canarias. Es una alarma que activamos, como activamos la alarma de la Europa post-2006, con los avisos del comisario Barnier gravitando sobre nuestros fondos estructurales.

Para gobernar la Canarias del siglo XXI pueden usarse dos criterios: o conformarse con la ilusión de lo que hoy somos, un país subsidiado que mañana puede dejar de serlo, o aprender a tomar decisiones que nos vayan fijando como una unidad organizativa de verdad autónoma en lo político, lo institucional, lo económico, lo social y lo cultural.

Es decir: o quedarnos de espaldas a la realidad, o mirar a esta de frente y empezar a cambiarla con los instrumentos políticos y legales a nuestro alcance.

* Publicado en Canarias/ y Diario de Avisos