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Diatriba
inmigratoria y realidad histórica
Por Miguel Leal Cruz
La
enconada controversia que tiene lugar entre destacados representantes
políticos de nuestras Islas en torno al problema migratorio, ya existió en
otros momentos pero a la inversa. De ahí que algunos políticos equiparen el
problema, colocando un estandarte justificatorio para sus fines partidistas
o ideológicos. Nos referimos al Partido Popular y al Partido Socialista
Obrero Español, que, prácticamente, engañan al votante canario cuando
comparan la emigración que tuvo lugar, desde siempre, hasta América y
singularmente a Cuba, con la que tiene lugar ahora desde países europeos,
africanos o de la propia América hasta nuestras Islas.
Evidentemente,
aquellas eran tierras vírgenes sin apenas población, de enorme extensión y
a las que se propiciaba la emigración incluso por la fuerza.
Este
fenómeno migratorio tuvo lugar desde largo tiempo, pues el trasiego
migratorio de los habitantes de Canarias hacia América, especialmente a
Cuba y otras islas del Caribe, ha sido constante y fundamentalmente a
través de dos principales aspectos: la forzada u obligatoria desde el mismo
siglo XVI, impuesta por la necesidad de colonizar las extensas tierras
americanas faltas de población, para lo que se utilizó todo tipo de
disposiciones legales incluido el famoso "tributo de sangre"; y
la emigración voluntaria por la que los canarios abandonan el Archipiélago
para mejorar su crítica situación económica y social o huyendo de los
abusos laborales y de uso del caciquismo imperante en sus islas de origen.
Fueron
los canarios isleños y sus descendientes, grandes y excelentes agricultores
cuya actividad era desechada por otros colectivos migratorios españoles, y
fueron los isleños los que más sufrieron el fuerte sol antillano durante el
laboreo de las campiñas o en tareas de desbroce de los montes para crear
nuevos terrenos aptos para el cultivo de la caña de azúcar o el tabaco,
actividades en la que eran especialistas, desde sus lugares de origen.
Esta
actividad la llevaron a cabo en condiciones infrahumanas la mayoría de las
veces, pero ganándose por ello el prestigio de hombres excelentes labriegos
y laboriosos trabajadores cordiales, fieles en el trato hasta el punto de
que decir "isleño" era sinónimo de honradez y de excelente
trabajador. Si bien a veces pecaba de excesiva modestia y honestidad.
¿Por qué
esta forma tan peculiar de ser y comportarse del canario en Cuba?
La
explicación resulta fácil puesto que, normalmente, partía de las comarcas o
pueblos de nacimiento en sus respectivas islas donde malvivía en
condiciones lamentables a la sombra del cacique de turno, en consecuencia
era inculto y desconfiado, viendo en la lejana Cuba la solución a esta
forma casi esclava de vida.
Según
deducimos en páginas del periódico de la Isla de La Palma, El Time,
investigado por el antropólogo ya desaparecido Pérez Vidal quien profundiza
las motivaciones que impulsan al canario, en general, a emigrar, cuando
leemos "Existen en estas islas y como constante histórica, un
sentimiento de postración y olvido, el pueblo era analfabeto y desconfiado,
ya que el voto censitario, era sólo para propietarios de alta renta y
terratenientes, por lo que el pueblo trabajador le resultaba indiferente la
política. Sacrificado y sin ambición, nada podía hacer, sólo emigrar
especialmente a Cuba".
En
"El libro sobre Canarias", periódico Germinal, Año I, número 20,
Santa Cruz de la Palma, 15 de mayo de 1904, del que entresacamos, por
gentileza del Profesor de Historia de América, Manuel de Paz Sánchez, del
tomo 2 de su obra "Wangüemert y Cuba", en su página 9, la
confirmación de esta problemática social cuando leemos que "la mayor
parte de los capitales de esta Isla de La Palma, proceden de América y, si
recorremos los pueblos y caseríos del interior, nada tiene de extraño que
nos cuenten que muchas fincas rústicas se han adquirido y trabajado con
dinero de ultramar y que la mayor parte de las casas, típicas con
artesonados de tea y teja, se han hecho con centenes de La Habana".
Pero
todo ello está precedido por el sacrificio y a veces el fracaso de muchos y
sirven de argumento para introducirnos en el largo debate del problema
migratorio isleño, diatriba que ocupó a lo largo de las dos primeras
décadas del siglo XX a destacados observadores de la realidad canaria.
Detractores unos, defensores otros de este lacerante problema llamado
"llaga social". "No saben nuestros paisanos lo que hacen al
abandonar la tierra canaria guiados por el espíritu de aventura, que ha
fijado tantos jalones gloriosos en la Historia", dice Ruiz Benítez de
Lugo en "Estudio sociológico y Económico de las Islas Canarias",
a lo que responden los republicanos palmeros "algo saben.
Saben
que aquí viven muriendo siendo esclavos por obra y gracia de una política
criminal que con su labor funesta hace que huyan a miles de su patria los
hijos de las Islas Afortunadas, del Jardín de Las Hespérides con suelo del
privilegiado clima, de la tierra que a España envidian no pocas naciones,
del país donde hay flores todo el año y crecen vigorosas y lozanas las
plantas de todas la zonas. Y saben aún más. Tienen conocimiento que en Cuba
hay preferencia por el labrador canario, modelo de laboriosidad y honradez,
y han visto regresar a no pocos que se vieron empujados por la miseria,
trayendo con qué fabricar una casita y adquirir un pedazo de terreno que le
produzca gofio. Trayendo así, un poco de dinero que aquí no hubieran tenido
nunca y pensando más libremente, menos dispuestos a ir a las urnas
conducidos como piaras de ganado".
Sin
embargo, al espectáculo que ofrecen los emigrantes en los muelles, tristes
llorosos y miserables, añadimos la odisea sin cuento con que son tratados
en la travesía apiñados en vapores sin las mínimas condiciones higiénicas.
En la
revista Las Canarias número 670 de fecha 20 de junio de 1906, se comenta un
telegrama del Delegado Interno del Gobierno en Las Palmas de Gran Canaria,
según el cual el vapor español Juan Forgas había embarcado unos 600
pasajeros con destino a Cuba: 250 hombres y el resto mujeres y niños. La
Guardia Civil había desembarcado, tras una inspección, 30 indocumentados,
en parte prófugos.
Sobre
este abuso sistemático propio de aquellas épocas, en torno a las pésimas
condiciones para el traslado a Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico
fundamentalmente, entresacamos algunas conclusiones del historiador Julio
Hernández García de la Universidad de La Laguna, cuando denuncia a
especuladores sin escrúpulos que se aprovechan al máximo de las
posibilidades de estos viajeros hacia el Parnaso americano hacia donde
escapan a la crítica situación isleña.
Recoge
el interesante trabajo que el periodista tinerfeño Manuel Linares Delgado
publicó el 4 de julio de 1906 en el que se congratula, sin embargo, del
éxito obtenido por muchos canarios, al tiempo que analiza la vertiente
regeneradora del proceso desde el lado positivo, cuando dice que " a
los emigrantes que vuelven al país natal y también a los que se quedan en
su nueva patria, se debe, en primer término a la rápida y provechosa
transformación que ha experimentado la propiedad canaria. El emigrado, el
casi mendigo de ayer, es el propietario y, a veces, el intelectual de hoy,
adulado por los parásitos de sangre azul.
Estas
conquistas de la moral y el progreso, estas prodigiosas redenciones
sociales se deben exclusivamente al movimiento migratorio", según se
lee en el número 672 de citada revista Las Canarias. En su análisis afirma,
sin ambages, que la emigración era la única salida que le quedaba al
trabajador humilde, que era mayoría, máxime en el estrecho marco
territorial de un archipiélago de apenas 7000 kilómetros cuadrados, donde
cruel contradicción "el clima paradisíaco ofrece la sangrante burla de
prolongar la vida, ensanchando la miseria".
A esta situación
territorial se unía, además, la explotación de que era objeto el trabajador
canario por los señores que les conceden el favor de darle ocupación sólo
en época de días grandes con jornadas de sol a sol, pagándoles en granos
con escasa medida y aumento de precio por la misma abundancia de mano de
obra que abarata y envilece el trabajo, en tanto que la escasez aumenta el
precio de la faena y dignifica al jornalero. Estos proletarios se dirigían
a América donde encontraban un suelo fértil, una sociedad democrática y un
pueblo hospitalario y acogedor.
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