Montes incendiados: otro problema ambiental

Por Miguel Leal Cruz

 

 

      Nuestras Islas Canarias, son conocidas desde muy antiguo como Afortunadas y sin lugar a dudas lo fueron y lo son por su clima sin par y por sus exuberantes bosques, creados desde el terciario, fundamentalmente, y hoy reducidos a manchas forestales en las zonas montañosas de las Islas Occidentales.

Siguiendo al ilustre palmero, que nos ha dejado no hace mucho, Salvador López Herrera, Canarias goza del clima mejor del mundo entero, con inviernos de moderación y dulzura inigualables; no hay nunca variaciones bruscas ni grandes diferencias de una a otra estación. Los días son siempre calientes y soleados, y apenas tenemos temporales o cambios climáticos destacados. Si bien añadimos que en cada isla encontramos tres diferencias climáticas - microclimas insulares - en las zonas norte, sur o de altura, consecuencia de la orografía y de la vegetación.

Esta argumentación sería de por sí suficiente para que pongamos el máximo interés en la protección de nuestros bosques, especialmente los de pinos, dragos, mocanes, barbusanos, herencia histórica de nuestros antepasados, de los que se servían para su misma subsistencia. Posiblemente los "guanches" ponían más cuidado que nosotros para su protección: Se jugaban mucho, cada menceyato, reino o cantón guardaba celosamente el suyo. Hoy el equilibrio ecológico lo exige igualmente, pero no lo cumplimos. ¿Quién sale realmente beneficiado de esta destrucción de masa arbórea en sospechosos incendios cada cierto tiempo? No el turismo, ni la agricultura de los lugares próximos. No los Ayuntamientos respectivos - ni siquiera los antiguos pescadores que usaban las maderas privilegiadas para barcos marineros, sólida madera de acres aromas, nudosas y fuertes, resistentes y duras como las rocas isleñas -, y sí salen muy perjudicados los condicionamientos climáticos y acuíferos, y sobre todo algo nuestro que perdemos: aquella belleza vegetal a que aludimos.

Cae en mis manos un documento, ya publicado por Leoncio Rodríguez padre de El Día, que por su interés transcribimos y analizamos en parte. "De la exuberancia de nuestros pinares hiciéronse lenguas todos los historiadores. Viejos cronistas refieren que a principios del siglo XV, sólo en la Isla del Hierro existían más de cien mil pinos, muchos de ellos tan gruesos, que dos hombres no podían abarcarlos - existen algunos todavía hoy en el Pinar -. En Tenerife abundaban los ejemplares corpulentos en Los Realejos, si bien las continuadas talas y voraces incendios, especialmente el de 1731, acabaron con aquella exuberancia. Fama tuvo por sus pinos "canariensis" gigantes la región forestal que se extendía al norte de la villa de La Orotava hasta los límites de Las Cañadas. En esta zona se hallaba el famoso pino, llamado del "Dornajito", en la Cruz de La Solera, del que pendían a modo de cabellera, grandes festones de plantas parásitas. El pino de La Merienda y el de La Caravela, en lo alto de la montaña de su nombre. Pinos desaparecidos y que conocemos de su existencia por la descripción de viajeros, especialmente ingleses".

Sin embargo, y por su relación geográfica con pasados y graves incendios, destacamos la mejor suerte histórica que tuvieron los pinos llamados "gordos" de la zona sur de la Isla de Tenerife, tal vez debido a la mayor distancia, peor progreso de la zona, gran dificultad para acceso a la orografía de los lugares donde se enclavaban. Por ello, sin duda, han podido prolongar su existencia hasta nuestros días numerosos ejemplares como el de Tágara, en Guía de Isora, y sobre todo los de Vilaflor - centro del pavoroso incendio de estos días -que el pueblo bautizó con el descriptivo nombre de "pinos gordos", muchos ya desaparecidos. Sigue siendo uno de los escenarios más bellos de la Isla - y esperemos que lo siga siendo cuando se recuperen - en torno a las alturas de San Roque, El Sombrerito y especialmente la Montaña de Guajara, desde donde se visionan estos colosos como "símbolo viviente de fuerte raza". La Madre del Agua, también afectada ahora, albergó pinos de más de 65 metros de altura y casi 8 de circunferencia, siendo un ejemplo el existente, aún, en el Monte de Agua Agria.

Y terminamos transcribiendo unas frases de aliento y esperanza: " ¡Quién sabe si, a la sombra de estos ingentes pinos de Vilaflor, halló su asiento la tradición famosa de las dos fuentes de las Islas Afortunadas, la de las aguas agrias que hacían llorar y la de las aguas dulces que hacían reír!... Por lo que no se podía beber de la una sin buscar el remedio y consuelo de la otra...".

En la Isla de La Palma, también protegida por la fortuna heredada del Terciario, se conservan enormes pinares, en límite con la exuberante laurisilva, especialmente en la zona norte (Garafía y Puntagorda), donde aún permanecen restos de aquella pasada y esplendorosa época, como puede ser el llamado Pinar de Puntagorda de propiedad particular. Otro lugar digno de conservación por sus enormes pinos es la zona baja de San Pedro o Roque Faro de Garafía. En la zona correspondiente al municipio de El Paso en límite con el de Fuencaliente, se conserva una zona llamada Pinos Altos, al igual que otra en el Pino de la Virgen, en el mismo municipio, que bordeaba el camino real, una senda para bestias de herradura, que une el Valle de Aridane con la capital administrativa y constituye una zona pública, o restos de propiedades de señorío, donde aún  podemos saborear aquella belleza o exuberancia ancestral de la que gozaron intensamente nuestros antepasados.

 ¡Protejamos lo nuestro!