LA OTRA GUERRA
Por : Orlando Oramas León (Fecha publicación: 20/03/2004) *
El jueves 20 de marzo del 2003, tras la caída de las primeras bombas en Bagdad, tuvieron lugar más de 300 actos y manifestaciones antibélicas en toda la Unión. En Europa, Asia y otras latitudes millones de personas se lanzaban a las calles bajo la consigna de 'No a la guerra'.
En Nueva York, todavía herida por los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, miles de personas desafiaron la lluvia en la plaza de Times Square. 'No en nuestro nombre', coreaban entonces.
Un año después de la agresión y posterior ocupación de aquel país, luego de presiones e intimidaciones, resurge con renovada fuerza el movimiento ciudadano contra la guerra, al cual comienzan a unirse incluso familiares de los militares caídos o destacados en Irak y Afganistán.
Este sábado 20 de marzo será una confirmación de tal aseveración. En más de 245 urbes estadounidenses tendrán lugar marchas y manifestaciones, como parte de una jornada mundial de protesta al rumbo belicista de la Administración del presidente George W. Bush.
Y es que la Casa Blanca no podía aspirar a mantener, sin recoger los frutos, la práctica de la intimidación ciudadana como forma de sustentar su visión ideológica del mundo.
La alegada cruzada antibelicista impuesta al planeta, por la cual Estados Unidos se adjudica el derecho de lanzar guerras preventivas en 'cualquier rincón oscuro', tiene peligrosas implicaciones para los propios ciudadanos de ese país.
El propio Hans Blix, ex jefe de los inspectores de armas de la ONU, ha reconocido que fue presionado por personeros de la administración Bush, que a la postre forzó la salida de esos especialistas sin que hubieran concluido su investigación en Irak.
Bush y sus halcones creían o querían creer en la existencia de armas prohibidas en el país árabe, pero lo que más deseaban era tener el pretexto para derribar al régimen de Saddam Hussein y poner a esa nación petrolera bajo su control.
'La guerra en Irak atiza el peligro del terrorismo en el Medio Oriente', dijo Blix recientemente en Chicago. Su visión contrasta con el slogan repetido por Bush de que los 'iraquíes quieren que las tropas extranjeras se mantengan para poder ser libres'. Una libertad basada en la dominación, según el enfoque del mandatario estadounidense.
Hoy los estadounidenses están en mayor peligro que antes, tanto en su territorio como allende los mares, donde la política de Washington alienta odios, revanchismos y posturas extremas saldadas muchas veces con sangre inocente.
Pero aún dentro de las fronteras del país, los norteamericanos están sujetos a controles, prohibiciones, campañas de intimidación e incluso sufren el deterioro de sus libertades ciudadanas, siempre bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo.
Hasta la propia capital sufre cambios en su fisonomía. En las azoteas de los principales edificios federales baterías antimisiles apuntan al cielo en previsión de ataques, mientras en torno a monumentos e instituciones se erigen muros de protección que afean a la ciudad y le dan aspecto de campamento militar.
Atrás van quedando en el tiempo aquellos días en que los habitantes y visitantes de la ciudad se tomaban fotos en las escalinatas del Capitolio, cuyos accesos están hoy bajo control de policías acompañados por perros entrenados en la detección de explosivos.
Al interior de muchas de las dependencias gubernamentales la decoración asemeja más a salas aeroportuarias, con detectores de metales, máquinas de Rayos X y guardias armados que deambulan de un lado a otro.
En el transcurso de este año el Buró Federal de Investigaciones y otras agencias de seguridad obtuvieron mayor potestad para realizar arrestos preventivos, allanar viviendas y realizar espionaje telefónico y electrónico.
Bajo el Acta Patriótica, además, se autorizan los arrestos políticos, detenciones por tiempo indefinido y la discriminación y persecución racial y religiosa. Se trata de la misma guerra, pero en casa, donde el enemigo es también el propio ciudadano estadounidense.
La última Navidad estuvo marcada por las alertas amarilla y naranja, en previsión de atentados que nunca ocurrieron, pero sustentaron el recurso del miedo.
Las líneas aéreas sufrieron perdidas con la suspensión y retardo de vuelos, mientras se imponía en los principales aeropuertos y terminales marítimas el llamado chequeo biométrico de los viajeros.
El gobierno republicano mintió a sus compatriotas y al mundo sobre los pretextos de la agresión a Irak. Ahora culpa a los servicios secretos por supuestos informes que daban cuenta de la existencia de armas prohibidas en aquel país.
A estas alturas todo parece indicar que la CIA, convertida en chivo expiatorio, dijo lo que Washington quería escuchar. Sobre todo luego que el director de la Agencia, George Tenet, señaló ante el Congreso que en más de una ocasión debió 'corregir' en privado al vicepresidente Richard Cheney, quien apuntalaba la tesis de las armas prohibidas en Irak.
La Casa Blanca se apresuró a repartir el pastel iraquí entre aquellas empresas vinculadas al gobierno. Es así como la corporación de servicios petroleros Halliburton recibió contratos sin previa licitación. Hoy esa firma, de la que el vicepresidente Richard Cheney fue su más alto ejecutivo, enfrenta a la justicia por cometer fraude y recargar los precios a servicios prestados al Pentágono en esa nación ocupada.
También de la oficina del vicemandatario se filtró a la prensa la identidad de una oficial encubierta de la CIA, toda una operación de castigo contra el esposo, un ex embajador que desmintió la versión oficial sobre la participación de Bagdad en programas para fabricar armas de exterminio.
No se trata de la única asignatura pendiente. Miles de estadounidenses, incluso de la reserva y la Guardia Nacional, han sido llamados a filas para cubrir vacantes en Irak, donde las bajas prosiguen en ascenso, en la misma medida que la censura intenta esconderlas.
No por gusto una de las mayores manifestaciones pacifistas convocadas para este sábado tendrá lugar en Dover, capital del estado de Delaware, sitio adonde llegan los restos de los militares muertos en la nación árabe, y cuyas imágenes están prohibidas para las cadenas televisivas.
Un año después, el fracaso de la guerra en Irak arroja brasas a la campaña electoral norteamericana. Pero más allá del debate entre Bush y el rival demócrata, John Kerry, el tema comienza a calar en la ciudadanía y de ello dan fe las encuestas y 'raiting' de popularidad, en los cuales el mandatario muestra una tendencia a la baja.
Mientras las bombas resuenan en Bagdad, en Estados Unidos comienzan a romperse las barreras del silencio y el miedo. Quizás, en noviembre, las voces que hoy dicen No a la guerra, se multipliquen en las urnas para decir No a Bush.
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