AZUCAR Y CUBA HASTA LA REFORMA CASTRISTA
Por Miguel Leal Cruz
1.-INTRODUCCIÓN
2.-CUBA Y EL AZÚCAR EN LA PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX
3.-PERÍODOS DE ALZA PRODUCTIVA
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1.-INTRODUCCIÓN
El monocultivo del azúcar ha condicionado desde siempre la historia de Cuba. Si bien antes de ser introducido en la vecina isla de Santo Domingo por Colon en su segundo viaje (1494) era producto conocido en todo el mundo euroasiático desde mucho antes especialmente en lo que hoy es Insulindia o en torno al Mar Mediterráneo más tarde, donde es cultivado y aprovechado por romanos, primero y árabes después, entre otros pueblos del entorno.
La producción azucarera constituyó uno de los principales elementos de intercambio comercial, durante la alta Edad Media, tanto entre la Península Ibérica y los archipiélagos atlánticos de las islas de Madeira y Canarias, como, más tarde, entre el Viejo y el Nuevo Mundo. No sólo por el transporte material del producto elaborado final, sino también por el trasiego continuo de los factores de producción que le acompañan: el capital y trabajo. Por los intercambios tecnológicos realizados, por nuevos procesos de adaptación y por cambios ambientales que e produjeron, específicamente en las Antillas, y la escala o dimensión que se alcanzó a uno y otro lado del Atlántico.
Pocos productos han mantenido hasta la actualidad su vigencia de origen y han repercutido, de forma tan decisiva para las condiciones de vida de los habitantes en sus zonas de expansión, con resultado tan representativo en la influencia del Viejo Mundo en la América continental e insular.
Toda Europa se convirtió, a partir del siglo XVI en la gran demandante y consumidora de azúcar, no sólo para utilidad edulcorante e imprescindible en la elaboración de dulces, pasteles y otros derivados sino, al igual que la sal, como conservante de ciertos alimentos.
Los verdaderos orígenes para Cuba de esta planta cuya explotación dará lugar a su principal factor productivo, ningún autor consultado parece coincidir plenamente en el momento de su introducción y desarrollo en la Isla. Manuel Moreno Fraginals, historiador cubano de máxima confianza, nos dice: “Desde tempranos años de la conquista/colonización se habla de la producción azucarera en la Isla”. Cierto auge azucarero parece iniciarse a fines del siglo XVI, cuando la Corona concede ayudas financieras con destino a fundar y beneficiar ingenios de azúcar y, en consecuencia, se constata que para 1597 había en La Habana por lo menos 30 trapiches e ingenios azucareros. Es en este momento cuando, al contrario que el cultivo de tabaco que es llevado a cabo por mano de obra inmigrante, en principio libre, con mayoría procedente de las Islas Canarias, se incrementa la mano de obra esclava traída, exclusivamente para el cultivo de caña azucarera, desde África occidental con escala en Canarias hasta bien entrado el siglo XVII.
Sin embargo, la producción de dicho cultivo en América no comienza en la isla de Cuba, sino en la vecina Santo Domingo, para extenderse con el tiempo por todas las Antillas, pero una vez que a mediados del siglo cesó la producción en las Islas Canarias por excesivos costos, falta de agua y consiguiente falta de rentabilidad, los principales mercados europeos serán abastecidos con la producción cubana principalmente. Los españoles utilizaron las mismas técnicas que empleaban en las vegas Canarias, según nos apunta la investigadora canaria, profesora de la Universidad de La Laguna Doña Ana Brito Viña, heredadas de las de Madeira, sirviéndose de maquinas rudimentarias que producían una especie de azúcar más próximo al llamado guarapo o melaza. Fernando Ortiz, historiador cubano, nos dice que la propia caña se chupaba o masticaba como una fruta.
Es cierto, sin embargo, que este producto encontró en Cuba terrenos mejores y más apropiados para un alto rendimiento que los que se usaban en Canarias paulatinamente sustituidos por la vid que ofrecía mayor adaptación y rendimiento final. En Cuba la casi totalidad de las lluvias tienen lugar a lo largo de los meses más calurosos del año, de mayo a octubre, y la temporada más fresca es asimismo la más fresca, siendo la variedad llamada “criolla” la primera que se plantó en la isla antillana, originaria de los esquejes traídos por Colón y otros desde Canarias ya que, cultivadores de prestigio como los Van De Valle, y otros grandes empresarios canarios se trasladaron a Cuba, con la técnica usada en sus ingenios, precisamente en la comarca del actual municipio de Ingenio en las Palmas de Gran Canaria, al igual que hicieron otros grandes cultivadores palmeros. Esta variedad inicial permaneció hasta 1780 en que fue sustituida por la otra más rentable conocida como “Otahiti” hasta principios del siglo XIX, que es cuando se introduce otra variedad de menor dureza, “cristalina”, que produce menor efecto destructivo en los rodillos de las maquinarias de muela.
Como tal industria azucarera no floreció en Cuba hasta 1595 en que paulatinamente fue disminuyendo la producción de La Española que pasaba a la mayor de las Antillas para competir más tarde con las plantaciones portuguesas en la costa del Brasil y las propias españolas en tierra continental de Méjico o Venezuela. En 1602 la Corona Hispana ordena el pago de 40.000 ducados a cargo de las arcas mejicanas para potenciar la industria azucarera en Cuba, cuya promoción fue encargada al gobernador Valdés. Fueron incrementados y mejorados los primeros ingenios o trapiches, de factura europea, movidos por caballerías o por fuerza hidráulica como se hacía en algunos lugares de Canarias.
La oligarquía cubana se interesó en su explotación y consiguiente rentabilidad para lo que contaba con la ayuda real y la mano de obra barata que aportaban los esclavos negros traídos de África para tal fin, exclusivo en estos momentos y a comienzos del siglo XVII la exportación de azúcar a España, y a otros lugares de Europa, alcanzó unas 50.000 arrobas de azúcar.
La producción aumenta con el paso de las décadas siguientes, así como la superficie de tierras cultivadas que era paralelo al mejoramiento de técnicas agrícolas para la elaboración de más y mejor rendimiento en el producto final. En la última década del siglo XVIII, durante el reformismo borbónico en diferentes posesiones hispanas, se hace necesario un cambio en la legislación agraria para evitar que los ricos propietarios aumentaran a su antojo nuevas tierras cultivables, a veces a costa de las vegas para tabaco, y consiguiente des forestación del suelo, pues no sólo era preciso el desbroce de montes sino enormes contingentes de madera para mantener la industria en los trapiches a base del calentamiento de calderas y otros artilugios. Fue necesaria determinar la llamada “pesa” o control para abastecimiento de carne a las ciudades y por tanto proteger zonas de prados para el ganado productor de carne y leche. La tradicional condescendencia para obtener concesiones por gracia real en concepto de favores o reconocimiento de méritos y, a veces, extralegales, que habían tenido lugar desde el mismo siglo XVI, iban a ser revisadas, pues en el siglo XVII, los terratenientes eran detentadores de enormes superficies de tierras consideradas reales y por tanto no propietarios efectivos de las mismas. Por este motivo, desde 1780 a 1820, los explotadores de caña de azúcar mantienen continuos litigios con los representantes reales, pero en 1815 y 1819, durante las guerras de independencia en la América continental hispana, unos reales decretos, de carácter liberal y a instancias del gobierno en Madrid, llegan a proclamar la libertad de cultivos y libre propiedad a los detentadores tradicionales de la tierra en explotación. A partir de estos momentos la tierra útil en Cuba pasa a ser propiedad privada individual incluidos los montes colindantes que pronto serán desforestados para aprovechamiento de nuevas superficies cañeras.
La industria azucarera propiamente dicha está a merced de las fluctuaciones comerciales, ya desde estos momentos, y su crecimiento será lento hasta mediados del siglo XVII. Los numerosos y rudimentarios ingenios se instalan cerca de los puertos de La Habana, Trinidad y Matanzas. Desde España se demandaba constante producción, a pesar de la producción propia en las costas de Málaga y Granada y de la que recibía desde Brasil (como se sabe las coronas de España y Portugal estuvieron unidos bajo mando hispano desde 1580 hasta 1640), ya que también demandaban dicho producto los Países Bajos y las posesiones italianas. Las guerras europeas habidos a mitad de este siglo provocan una mayor demanda de azúcar que beneficiará ostensiblemente a la isla antillana.
La producción azucarera cubana, como queda dicho, aumentará considerablemente durante el siglo XVIII y será la guerra de independencia de de los Estados Unidos, que tuvo lugar tras la ocupación por breve tiempo de La Habana por los ingleses, la que demandará mayor producción de este producto que será incesante hasta mediados del siglo XX. Otro factor local que favorecerá a Cuba fue la sublevación e independencia del vecino pueblo haitiano que arruina su propia industria azucarera y Cuba terminará siendo la reina del azúcar, cuya denomina “economía estrella” mantendrá hasta tiempos relativamente recientes.
Sin embargo, esta primordial economía cubana, sufrió algunos contratiempos tras las enormes inversiones llevadas a cabo por los propios terratenientes e industriales, unido a los propios estatales como fue la construcción del ferrocarril, antes que en España, en 1837, hasta Guines para en otra etapa rebasa Sagua La Grande-Cienfuegos. Es motivo de preocupación para Cuba cuando aparece en Europa una nueva industria azucarera derivada de la remolacha que pronto aprovecha las técnicas y los nuevos progresos derivados de la máquina de vapor. El temor a la competencia incita a los cubanos a mejorar su propia tecnología y llegará a introducir nuevos procedimientos, algunos copiados de la misma industria remolachera europea, como el empleo de carbón animal para decolorar el guarapo resultante tras la muela de caña, así como modernos filtros para clarificar el líquido resultante. Se aplicará la máquina de vapor a los molinos o centrales sustituyendo la tracción animal. El molino de rodillos verticales cede ante el sistema de rodillos horizontales, que muelen mejor y aumentan el rendimiento. La producción aumenta y la demanda de azúcar crece, especialmente en Estados Unidos y en Europa. La economía esclavista aumenta y va a tener un trasvase de mano de obra desde las salas de máquinas hasta los campos para desbroce y limpieza de montes y así obtener nuevas tierras de cultivo. Esta carrera tras la mano de obra barata, en la que en condición un tanto ambigua o en régimen de semilibertad acudieron numerosos canarios: la esclavitud blanca que llaman Manuel de Paz Sánchez y Manuel Hernández González, en un libro con igual título editado al efecto, esta demanda continua de macheteros asfixiará este crecimiento acelerado. Era urgente y necesario, en aquellos momentos, no sólo un traslado de personal sino una formación adecuada de los mismos esclavos para hacer frente a la mecanización. Pero, el mantenimiento de la esclavitud, impidió esta reconversión necesaria y la transformación industrial se detuvo hacia 1860, para dar paso a la terrible crisis que conlleva la guerra de los Diez Años, consecuencia, en parte del mismo régimen esclavista, abolido en Norteamérica tras el triunfo de los nordistas en la guerra de Secesión. La industria azucarera cubana, fue parcialmente destruida durante la guerra y se debilitó por las mismas razones que habían permitido su auge: el sistema esclavista que España no supo o no quiso abolir en Cuba hasta finales de la década de 1880. En espera de la abolición, los propietarios más ricos modernizan los centrales y aumentan la producción. Se refunden las industrias en grandes complejos azucareros, en los que ya existe capital norteamericano, al tiempo que se reagrupan enormes extensiones de tierras con la sumatoria de aquellos que no superan la crisis y se asiste a la formación del latifundio azucarero.
Es entonces, en la década 1880-90, coincidente con la abolición de la esclavitud en la isla, cuando se incrementan notablemente las inversiones americanas, con objeto de abastecer sus propias industrias en suelo propio con la adquisición masiva de materia prima a través de azúcar cubano sin refinar. El siglo XIX, termina con esta realidad: el incremento de exportaciones de caña semielaborada hacia las modernas fábricas del este de los Estados Unidos, que para 1895 había invertido en suelo cubano más de 50 millones de dólares, según nos datos aportados por Julio Le Riverend, el azúcar cubano quedará atado al dominio del rico vecino del norte, cuyas compañías frecuentemente compran a bajo precio la producción, e incluso grandes extensiones de suelo, a los criollos o españoles en quiebra por los devastadores efectos propiciados por los mambises durante la definitiva guerra de independencia (1895-1898). El dominio de la economía del dólar sobre el azúcar cubano va a empezar para continuar con dominio creciente tras la independencia de la isla en 1898 y durante la primera mitad del siglo XX.
2.-CUBA Y EL AZÚCAR EN LA PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX
La expansión azucarera y consiguiente industria tradicional cubana, que sigue al proceso independentista para adentrarse en el llamado periodo republicano, a pesar de los efectos que siguen a la guerra hispano-cubano-norteamericana (1895-1898), mantiene un continuo y extraordinario desarrollo tanto en el orden internacional como en el nacional. Como indica Julio Le Riverend “supone, de un lado, uno de los casos extremos de la economía capaz de crearse a la sombra de la división internacional del trabajo y de la producción”, (la controversia más discutida en la época).
Cuba debe contarse entre aquellos países dependientes de un casi sólo producto económico de exportación: el azúcar, aún cuando disponga de otros productos de cuantía productiva menor como siempre fue el tabaco. Es el peculiar cultivo estrella cubano el que seguirá marcando el principal protagonismo desde los inicios del siglo XX. Los altos rendimientos de las tierras y la facilidad para aplicar métodos altamente capitalistas de producción y organización industrial, primero españoles y criollos, más tarde norteamericanos, por la presencia cercana del mercado más poderoso del momento que adquiere casi la totalidad de la producción cubana del país, hacen que la economía post bélica cubana se incline preferentemente por dicho producto. No obstante el capital del país vecino no vino a Cuba, desde la última década de la centuria anterior, con el ánimo de invertir en industrias no seguras, sino la adquisición de grandes contingentes de materia prima cañera para complementar la producción industrial propia establecida en la zona este de su propio país. Éste fue el fin último de las inversiones norteamericanas en Cuba.
El establecimiento de la república cubana marcó el inicio de un movimiento extraordinario de restauración de centrales azucareros que supervivieron a las dos grandes guerras cubanas de finales del siglo XIX a los que sumamos los de nueva creación. A partir de 1900 en las provincias de Las Villas, Camagüey y Oriente, menos en las occidentales, se crearon numerosos nuevos centrales, pero nunca hasta la cifra de próximo a 2000 que existían antes de la contienda bélica. El ritmo de creación fue más bien lento, pues entre 1900 y 1909 unos diez, cinco en Oriente. La situación económica internacional, con auge de la producción remolachera en Europa, no estimulaba decisivamente la inversión de capitales en este sector para dicha década.
Sin embargo, Julio Le Riverend, distingue dos periodos en este proceso, antes de 1914 y después. Entre 1900 y 1915 sólo se fundan unos 33 centrales y posteriormente (hasta 1926) surgen 42 nuevos centrales en toda Cuba, especialmente en las provincias centro-orientales como queda dicho. Es evidente que la expansión de la producción era estimulada por el auge de las exportaciones demandadas por países europeos durante el proceso bélico. De no haber mediado dicha circunstancia, el desarrollo azucarero hubiera sido más lento y más ajustado a la demanda tradicional de los países compradores en especial los Estados Unidos de Norteamérica.
Pero dicho auge productivo de la industria tradicional cubana tuvo diferentes pautas según las diferentes regiones del país. Camagüey y Oriente, como se dijo, si bien en Pinar del Río y La Habana se fundaron siete, polarizaron el núcleo más importante ya desde 1910 hasta 1920, para continuar hasta 1926 a pesar de la coyuntura negativa que tuvo lugar en 1921, conocido por año de “la moratoria” por la intervención oficial precisa para corregir los desequilibrios financieros ocasionados por baja de la producción y debido al abaratamiento de coste del producto consecuencia de excesiva oferta durante el año precedente, conocido por el de “la danza de los millones”, crisis felizmente superada en 1922.
Dicho periodo favorable y generador de millones alcanzó igualmente a otros países del área del dólar incentivado por la colosal diplomacia de Wall Street, conocida como la máquina de hacer dinero, que a su vez asombraba a los economistas europeos contemporáneos. En su entorno se creó una abundante literatura periodística y académica que bautizó a los años veinte como "la era del dólar", y señalaba el advenimiento de la mayoría de edad de los Estados Unidos como potencia económica preeminente en América con enormes proyectos de expansión mundiales. Cuba fue uno de los laboratorios preferidos sospechándose tal como indica el refrán español "a ojo de buen cubero" –mejor de economista-, que la situación de inflación en la supereconomía cubana que dio lugar aquel expansionismo utópico, fue provocada artificialmente por los cerebros de la banca norteamericana con objeto de desencadenar la quiebra de los más débiles y de esta forma apropiarse de sus activos globales.
No es de extrañar que sólo unos meses después comenzara a decaer de forma extraña el precio del azúcar, con fuertes desniveles que afectarían las infraestructuras económicas y financieras sobre las que se habían fundamentado las operaciones, especialmente las crediticias.
Ni los colonos, ni los hacendados, ni los bancos del país, pudieron resistir el rápido descenso de las cotizaciones en torno a los precios.
Los primeros afectados fueron los mismos hacendados que habían efectuado fuertes gastos comprando caña a los colonos sobre la base de un precio prefijado de azúcar a producir, superior al que de hecho resultó producido, por lo que hubo de venderse el azúcar a precio inferior al coste. Ésta y otras situaciones semejantes llevaron a la ruina a muchos dueños de ingenios que se vieron obligados a entregar centrales y colonias a los acreedores, en especial a los bancos americanos, europeos y al Banco Internacional de Cuba. Solamente salieron indemnes, y hasta beneficiados en última instancia, los grandes consorcios prestatarios con sede en los Estados Unidos, que pasarían a ser dueños de un número considerable de industrias azucareras adquiridas como gangas a título de acreedores hipotecarios.
Fue terrible el descenso del poder adquisitivo, especialmente el de los obreros agrícolas, tanto cubanos como extranjeros, resultando qué, lo que para los capitalistas inversores fue empobrecimiento o ruina, fue beneficio para las entidades prestatarias. Para el pueblo trabajador, con enormes porcentajes de naturales de Islas Canarias y españoles en suma, se tradujo en miseria con cierre de centros de trabajo, despidos o reducción drástica de salarios.
Superada la crisis, por la eficaz mediación ante el poder económico norteamericano por el presidente cubano recién salido de las urnas, Alfredo Zayas Afonso, ya p ara 1926 se toman medidas para reducir la zafra con intención de hacer subir los precios, pero los demás industriales azucareros, antillanos y brasileños, lanzan al mercado mundial tal cantidad de producto que los precios continuarán siendo bajos. En 1927, el general Machado, decreta la Ley de Defensa del Azúcar para reducir aún más la zafra, que queda en 87 días para una cosecha de sólo cuatro millones de toneladas, sin obtener el resultado deseado con la medida, por lo que se declara oficialmente zafra libre para 1929
Posteriormente con altibajos durante el periodo de caída de Machado, influyeron otros factores y especialmente la baja aún más drástica de los precios, la progresiva restricción de las exportaciones y, finalmente, el cuadro general depresivo ocasionado desde la caída de la bolsa en Wal Street (New York) en 1929 que culmina en 1932.
En estos momentos de crisis social y decrecimiento en el principal sector económico de Cuba, el acaparamiento, a veces ilegal, para acceder legalmente a la propiedad, posesión e inscripción registral de las grandes fincas azucareras, motivó el continuo enfrentamiento con pequeños colonos, arrendadores, y poseedores de tierras desde la época colonial. Es significativo en los denominados “realengos” o posesiones de cesión real desde tiempos de la dominación española.
Luis Felipe Gómez Wangüemert, el periodista canario, afincado en Cuba, nos describe esta situación social, en un artículo escrito desde La Habana para el periódico TIEMPO de Santa Cruz de La Palma, de fecha 17 de enero de 1934, cuando nos dice: " ¿Un realengo? Es una extensión de terreno del Estado, grandes trozos entre fincas deslindadas en tiempos de la Colonia, que Martínez Campos, en su carácter de Gobernador General de la Isla de Cuba, cedió, al hacer la Paz de Zanjón, a los campesinos orientales que colgaron el fusil y el machete de la guerra para consagrarse a las labores agrícolas, rehaciendo sus hogares deshechos por diez años de lucha. Y al poblar y trabajar los realengos, en una extensión de veinte y seis mil caballerías de tierra productora, acudieron más de veinte mil familias, entre ellas no pocas de canarios. Durante unos treinta años, mientras gobernó España y, en el período presidencial del íntegro Estrada Palma, fue respetada la propiedad de los campesinos, laboriosos y buenos. Ellos no pensaban que en la República soñada, en aquella por cuyo advenimiento pelearon en la manigua, ya hecha realidad, con leyes, y con gobernantes, pudieran ser desalojados del suelo que, primero con la sangre y luego con el sudor, habían regado para que fuese más fértil”.
Añade el periodista palmero:
“Pero no pensaron bien, no sabían de la ambición de los geófagos, de la venalidad de los jueces y de la infamia de funcionarios dispuestos al soborno. No sabían del poder del oro norteamericano, de la formación de poderosas compañías extranjeras que habrían de adquirir tierras vecinas para luego ensancharlas arrebatándoles las suyas a los indefensos labriegos, a los moradores de los realengos cedidos por Martínez Campos. A lo largo de los años, y de sucesivos gobiernos, poco a poco, las grandes empresas agrícolas yanquis se fueron apoderando de lo que no es suyo, amparadas y ayudadas por cubanos venales, de todas las categorías, a los que no importó nada la injusticia cometida. Nada la desesperación de los campesinos, nada las lágrimas de sus mujeres ni el lloro de los niños allí nacidos. Así, por viles procedimientos, fueron desalojados y lanzados "al camino real" miles y miles de seres, gentes honradas que habían hecho la ilusión de lograr ser relativamente felices, después de haber contribuido en la medida de sus fuerzas a la liberación de la Patria.
El conocimiento de tantos despojos y el anuncio de que una de tantas compañías del Norte reclamaba como suyas tierras del Realengo 18, Guantánamo, hizo que las seis mil familias que las ocupan, se dispusiesen a defenderlas contra sentencias y órdenes de desahucio, contra el empleo de las fuerzas armadas, apoyándose en el derecho de posesión. Demostrando con documentos ser suyas, dadas por el legítimo representante de España, por el general pacificador.
Y en anuncio, al tratar de convertirse en hecho, halló a los “realenguistas” transformados en rebeldes, en resueltos rebeldes dispuestos a la defensa, a morir de ser preciso. Se organizaron, se unieron, se abrazaron, buscaron armas y erigieron jefes. Los irritados "geófagos", las empresas millonarias no concebían que aún hubiese guajiros que se les opusiesen.
En vista que por los métodos que consideraban "ordinarios" no podían arrojar a los referidos campesinos de sus legítimas tierras, laboradas por generaciones de aquellos guajiros humildes, muchos de procedencia "isleña", como queda dicho, los terratenientes insaciables, acudieron a toda clase de vericuetos jurídicos para producir el desalojo legal, utilizando todo lo "utilizable" o todo lo vendible incluidos los periodistas corruptos. Se lanzó contra estos desgraciados la más acostumbrada y socorrida acusación del momento: “eran comunistas revolucionarios y pro soviéticos a los que era necesario eliminar, aplastar en nombre del orden establecido universalmente contra la ideología imperante en la antigua Rusia, y del propio de los principios del régimen cubano”.
Pero también surtió efecto, entre la opinión pública, la contumacia de los campesinos del Realengo 18 en la defensa de lo que creían eran derechos adquiridos de muchos años. El Presidente de la República dispuso que el Ministro de Justicia se personara en el lugar del conflicto acompañado de periodistas y fotógrafos, siendo recibido con suma cortesía por el responsable de los agricultores en conflicto. Le fueron expuestos al Ministro los documentos justificativos que daban derecho a las seis mil familias para seguir viviendo en aquellas tierras.
El Ministro informó al Gobierno que dispuso un tenso compás de espera y suspendiendo los lanzamientos judiciales en vigor, y para cuya ejecución se precisan fuerzas del Ejército dispuestos a matar, sabiendo que los campesinos se defenderían también con armas de fuego. "Cubanos disparando contra cubanos decididos a morir defendiéndose", como bien apunta Gómez Wangüemert en el citado artículo en el que añade: " ¿Qué sucederá, al fin, siendo tan aplastante la influencia de los yanquilandios (sic) y habiendo crisis de patrimonio y de moral? ¿Irán los campesinos del Realengo a sumarse a los tantos despojados, que clamaron en el desierto y ya figuran en el espantoso contingente de los hambrientos?
Pero, a pesar de todo, será la iniciativa del capital norteamericano, otra vez, el que potenciará de nuevo verdaderos gigantes de la producción, que sorteando la crisis económica depresiva lograron estabilizar la producción en torno a 1939. Pero es a través del proceso de auge que tiene lugar durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), con nueva repatriación de capitales para reinvertir en dicha industria, cuando el grupo cubano-norteamericano alcanza enorme importancia en la distribución mundial del producto.
Para la década anterior a la Revolución Cubana, iniciada en enero de 1959, la producción azucarera corresponde a diversos grupos financieros o sociedades anónimas, pero en mayoría con aportación de capitales y propiedad cubana constituyendo un hecho de indudable interés a la vista de las nuevas tendencias financieras de la post-guerra, especialmente de los Estados Unidos, más interesados en zonas asiáticas o europeas o en industrias nuevas con capacidad de expansión internacional, que en la tradicional industria azucarera cubana.
Sin embargo, la economía estrella cubana de todos los tiempos, continuaba firme en 1959 en que los porcentajes de superficie dedicada al sector azucarero, alcanzaba el 83,6 % del territorio cultivable, frente al café, 10,1%, o tabaco, 4,3%.
En 1958, cerca del 50% de los trabajadores agrícolas trabajan en zonas azucareras, es decir, unos 471,000 obreros. Esto quiere decir que unos 2 millones de personas vivían de este sector agrícola-industrial. En vísperas de la revolución, el volumen de azúcar en las exportaciones cubanas alcanzaban el 81% del producto interior bruto y ascendía a próximo 600 millones de dólares. NOTA Jean Lamore. De Martí a Castro, Universidad de Burdeos, 1971, p. 68
Pero la historiografía cubana insiste en que los latifundios continuaban reinando en el suelo agrícola en el que 22 compañías poseían más de 80 mil hectáreas de promedio cada uno y, conjuntamente, el 70% de las tierras útiles para producción azucarera. De estos 22 latifundios 9 pertenecían a la burguesía cubana y 13 eran propiedad de norteamericanos. El más importante era el de La Cuban Atlantic Sugar Co, que ocupaba 248.404 hectáreas, seguido por la Cuban American Sugar Co que poseía 143.862 hectáreas o la United Fruti Co, hasta 109. 480.
3.-PERÍODOS DE ALZA PRODUCTIVA: “LA DANZA DE LOS MILLONES”
Consecuencia de los excelentes resultados económicos que brindaba la incesante producción azucarera, el bienestar económico que disfrutaba la "Perla de las Antillas" a lo largo de prácticamente la segunda década del siglo XX, comenzaba, sin embargo, a decaer hacia la mitad del año 1920. Las causas, entre otros avatares coyunturales, fueron la excesiva oferta que motiva la constante creación de nuevos centrales azucareros por empresarios norteamericanos afincados en Cuba desde principios del siglo, y prácticamente desde la década final del anterior, siempre bajo el efectivo proteccionismo económico y al amparo de la Enmienda Platt, creada como anexo en la Constitución cubana y de obligado cumplimiento. Según el economista cubano citado, Julio Le Riverend, entre 1918 y 1920 se fundaron, en diferentes lugares de Cuba, 53 nuevos centrales azucareras sobre las ya existentes que dio lugar al abaratamiento lógico del mercado y consiguiente crisis al año siguiente.
Para analizar las causas que dieron lugar al periodo de caída que se inicia, habremos de retrotraernos a los acontecimientos mundiales ocurridos unos años antes que afectaron, singularmente, también a Cuba y a su economía estrella: el azúcar. (Al respecto nos esforzamos al máximo en conocer las causas de aquella memorable caída productiva y crisis subsiguiente en 1921 publicando una ponencia expuesta al respecto en la Casa de Colón, Coloquios de Historia Canario-Americana, año 2000, Ediciones del Cabildo de las Palmas de Gran Canaria, bajo título Cuba y la crisis de 1921)
La guerra de 1914 a 1917, obligó a los cubanos a convertirse en la principal nación abastecedora del dulce cañero de todo el mundo hasta 1919, quedando liberalizada la producción y venta por norteamericanos, en cuyas manos, con altas y bajas, siempre estuvo el control real de todo factor económico en la isla caribeña. Como consecuencia lógica de lo que en términos económicos se denomina actualmente inflación, tendencia que surge como consecuencia de excesiva oferta de producto, paralelamente obligó a la compra de grandes cantidades de azúcar (refinada o por refinar) por los propios norteamericanos, principales interesados, cuyo precio llegó a 22 centavos la libra en mayo de 1920, produciendo enormes beneficios que vinieron en llamarse con el término tan significativo de "La Danza de los Millones". Fue entonces cuando la economía cubana vivió su más firme etapa coyuntural de febril enriquecimiento conocida entre los beneficiarios como "la época de vacas gordas". La riqueza del país era enorme. Todos los valores económicos subieron, desde las colonias de caña hasta la manteca, que llegó a cotizarse a un peso la libra, así como cualquier otro bien de consumo básico o de lujo.
Fue en torno a esta favorable coyuntura económica cuando tiene lugar otra etapa, aún más intensa que las anteriores, de la siempre permanente emigración [desde Canarias] hacia Cuba: la que tiene lugar en los momentos previos al periodo histórico de penuria económica en la isla antillana, 1920-1921, conocido por "el año de la moratoria", que afectó singularmente a las Islas Canarias y regiones españolas de oferta migratoria laboral intensa con dimensión tradicional.
Coincide precisamente con los primeros síntomas de declive de aquella permanente relación ancestral entre canarios y cubanos. Cuba era el paraíso para muchos que habían vivido en la miseria económica y social más espantosa en sus islas de origen, bajo el yugo del caciquismo imperante prácticamente desde el mismo siglo XVI pero acentuado drásticamente durante el XIX y principios del XX.
El momento que sigue a la primera gran guerra europea, con la crisis consiguiente, llevó a Cuba a una ingente masa de emigrados canarios cuyo punto culminante fue el bienio 1919-1920. Los barcos repletos de gentes que partían de los puertos de Las Palmas de Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife y Santa Cruz de La Palma, resultaban pocos para la gran avalancha migratoria, siendo superadas, casi siempre, las plazas disponibles.
Los periódicos de la época se hacen eco de ello, y así lo confirmamos en sus editoriales o noticias cuando leemos en La Prensa de Tenerife, número correspondiente al 27 de enero de 1920, que: "los emigrantes canarios en Cuba, llegados últimamente. Sobrepasan los 12.700 individuos", y añade que "durante los últimos meses ha sido necesaria la demanda de cuatro nuevos buques de pasaje, que deberían llegar en breve, procedentes de la Cía. Transatlántica francesa que ya había trasladado a numerosos emigrantes de estas islas con destino a las labores de la nueva zafra azucarera cubana". Sobre este mismo asunto el periódico habanero "El Día", con fecha 23 de enero, nos informa de la problemática que a su vez recoge el tinerfeño "La Prensa", que publica la crónica de su corresponsal en La Habana donde dice que: "tomando en consideración la futura ascendencia de nuestra zafra azucarera, por la que puede calcularse que han de entrar en Cuba casi mil millones de pesos que paliarán las deudas de los hacendados y colonos cubanos, nuestros industriales y agricultores, que trabajan el suelo más propicio del mundo para la planta sacarina, y así se colocarán en condiciones de resistir victoriosamente todas las contingencias del porvenir. Son tales las condiciones favorables de nuestros campos cubanos y de nuestro clima, que una posible baja de los precios de nuestro primer producto podría llevar a la ruina a los hacendados y agricultores de otros parajes del planeta, obligados siempre a labrar, abonar y regar, mientras se mantuvieran en pie nuestras fábricas y prósperos nuestros campos".
Este rotativo habanero hizo de perfecto agorero ya que a finales del mismo año, la famosa crisis cubana que siguió a la denominada "danza millonaria", arruinó a hacendados, agricultores e industriales de aquella isla y naturales de estas Islas Canarias allí residentes, los más como mano de obra agrícola.
Sin embargo, no sólo los hacendados, colonos o trabajadores se vieron afectados por la crisis azucarera de 1920, puesto que los bancos menos poderosos que habían prestado dinero para las cosechas con la garantía estipulada de un determinado precio del azúcar almacenado, así como de la caña sembrada, se vieron tácitamente afectados por los bajos precios y consiguiente desbarajuste económico que les impedía recuperar los préstamos concedidos. Las declaraciones de algunos magnates bancarios provocaron la inquietud en los depositantes o ahorradores tradicionales que conllevó la inmediata extracción de fondos por ventanilla. El día 9 de octubre de 1920 ya comenzaba el verdadero pánico entre los ahorradores que tenían depositado su dinero en bancos cubanos. Sus directores al comprobar que no podían hacer frente a la situación, acudieron al presidente Mario García Menocal, quien dictó la Ley de Moratoria Bancaria el mismo día 10 de octubre, por cuyo nombre es conocida esta crisis que marcó el triste epílogo a la llamada "Danza de los Millones" cómo así fue conocida aquella etapa económica de fervor para cubanos y emigrantes. Por el Decreto número 1.583/1920, el Gobierno cubano intentó por todos los medios paliar la situación creando medidas legales de prórroga para actividades económicas, entre las que destacaban las subastas judiciales o administrativas que quedarían suspendidas hasta diciembre próximo, así como la prohibición de hacer efectivos los créditos hipotecarios vencidos o por vender que fueron prorrogados, al igual que las letras de cambio, giros o pagarés. Estas medidas gubernamentales dieron un respiro a los más endeudados en aquella crisis.
Paralelamente a estas medidas de carácter interno del Gobierno cubano, desde Washington se obligó al establecimiento, por parte de la Banca con sede en Nueva York, a efectuar un exhaustivo control para asegurar las inversiones, no sólo en Cuba sino en todos los países del área y de América del Sur, para lo que se acordó la intervención de un porcentaje de las recaudaciones aduaneras de aquellos países que, previsiblemente, no pudieran cumplir con los compromisos adquiridos. Estas supervisiones, siguiendo al economista hispano Carlos Marichal, eran llevadas a cabo por funcionarios norteamericanos que, como había sido habitual en Cuba, se convertían en procónsules financieros para asegurar la recuperación del producto invertido como apunta otro economista de prestigio en Hispanoamérica en 1988: Carlos Marichal. Los políticos nativos cubanos nada opusieron a esta intromisión externa en el manejo de las finanzas de su propio Estado al considerar que la presencia de los mismos contribuía a sanear y atraer nuevos préstamos e inversiones del exterior, aspecto que no siempre ocurrió por la excesiva abundancia de capital en los mercados monetarios del "coloso del norte" y, sobre todo, por que la crisis del año 1921 remontó lentamente.
No obstante, la obsesión norteamericana por la economía cubana, con el pretexto de garantía para sus inversiones, no cesaba en exigencias llegando a tomar medidas al amparo de la Enmienda Platt que afectarían a la propia soberanía cubana, consistentes en la intervención militar a indicación de los consejeros norteamericanos residentes en La Habana, Crowder y Sumner Welles, de forma paralela al apoyo financiero a políticos cubanos o a determinadas fuerzas políticas obedientes a los intereses de Norteamérica.
Se constata, claramente la influencia de los mandatarios estadounidenses en el periodo que estudiamos cuando, a fines de 1920, agudizada la crisis económica a la vez que política para el Gobierno cubano, aquellos consejeros norteamericanos persuadieron al Presidente García Menocal aceptar un préstamo extraordinario que sería concedido por los mismos Estados Unidos. Igualmente, hicieron saber a los cubanos que la concesión de dicho préstamo dependía de que el presidente cubano fuera "asequible y obediente a sugestiones o consejos de la legación americana.
Esta táctica era norma habitual de la política yanqui en la isla antillana, acompañada de la formalidad previa como era la amenaza de intervención militar. Así tuvo lugar, sólo tres años antes, cuando los liberales con Zayas Alonso, se oponían a la reelección del ex presidente Menocal en 1917, durante cuya crisis el papel desempeñado por los militares norteamericanos fue decisivo aunque no con la efectividad práctica esperada.
En la problemática zafra de 1920, que nos ocupa, fue el propio ministro cubano Boaz Long el que, a finales de septiembre de dicho año ya en plena crisis azucarera, solicitaba el reforzamiento de las tropas norteamericanas estacionadas en Camagüey desde la anterior crisis cubana de 1917, utilizando para ello la argumentación acostumbrada: "que el presidente de la Cuban Railroads Campany, Herbert C. Lakin solicitaba protección para los intereses azucareros norteamericanos en las cuatro provincias orientales cubanas y, toda vez, que la producción más importante habrá de ser controlada por los intereses de sus empresas que serían las primeras afectadas en caso de alzamiento o revolución". Las tropas no serían retiradas a Guantánamo y a territorio estadounidense hasta enero de 1922 ya superada la crisis que nos ocupa.
Es el Gobierno cubano presidido por Alfredo Zayas Afonso, de ascendencia "isleña", quien tendría que usar de la más hábil política económica para poner remedio al desajuste económico surgido tras la "Crisis de 1921". El violento inesperado impacto que esta coyuntura produjo en la economía cubana, obligó a depender de la política financiera propugnada por los Estados Unidos y de su principal valedor en la isla caribeña Mr. Crowder, como queda dicho.
Hasta mediados de los años veinte los banqueros e industriales del vecino país del dólar, habían depositado en Cuba más dinero que en cualquier otra nación del continente americano. En plantaciones de caña y refinería llevaban invertidos, sin contar los 60 millones de dólares traspasados a la isla desde principios de siglo, unos 600 millones que siguieron al “machadato”, a lo que habría que añadir otros 400 millones más en ferrocarriles, plantas de energía eléctrica, telégrafos, teléfonos, sin contar otras numerosas firmas y filiales, capitales estos que monopolizaban virtualmente el comercio interior y exterior cubano.
Hacia 1920 los Estados Unidos eran proveedores directos del 70% de las importaciones cubanas y receptor de las exportaciones en más de un 80%, especialmente en azúcar y tabacos.
El plenipotenciario ministro y consejero máximo del gobierno norteamericano general Enoch H. Crowder, apodado "El Virrey", supervisaba e influía en la política cubana del momento incluidas las elecciones a la Asamblea, como así ocurrió en el proceso electoral de 1920 que nombró a García Menocal, amigo de Crowder. Estas elecciones fueron anuladas y repetidas en marzo de 1921, en plena crisis azucarera, siendo ganadas por su oponente el ya mencionado Alfredo Zayas un antiguo autonomista que pronto olvidó sus juveniles ideales anti norteamericanos.
Este presidente cubano, injustamente tratado su mandato por la historiografía cubana revolucionaria, hubo de someterse a la disciplina de los banqueros neoyorquinos para sanear la nefasta economía cubana consecuencia de la repetida crisis de 1920-21.
Hubo de soportar una nueva intromisión del ejército norteamericano bajo la supervisión Crowder, quien desde el acorazado "Minnesota", anclado en el puerto habanero, dictaba las órdenes al presidente cubano bajo el pretexto de protección a los ciudadanos e intereses de su país en Cuba.
La decadencia de una economía exuberante y en continuado ascenso durante la década, especialmente en 1910 y 1920, para decaer con perspectivas poco halagüeñas durante los meses finales de este mismo año, es lógico que produjera enorme desaliento entre los numerosos canarios afincados en la Isla, que con gran sacrificio ganaban los pesos que ahorraban y remitían a sus familias en estas Islas Canarias. Llegó a ser tal el trasvase dinerario que su volumen llegó a superar el de los ingresos obtenidos por exportación de fruta desde las islas a Europa.
El diario matutino, La Prensa de Tenerife el de mayor circulación en Canarias, en aquel momento, en su número 3.514 correspondiente al día 25 febrero de 1921, leemos : “… continúa causando enorme preocupación en toda Cuba la grave crisis por la que atraviesa la industria azucarera y de la que hemos venido informando asiduamente a los lectores de este periódico. El general Crowder, enviado especial de los Estados Unidos, esta interviniendo asiduamente en cuanto se relaciona con la situación económica y el problema de la zafra azucarera. El presidente de la República, reelegido con ayuda norteamericana, García Menocal, reunió en su despacho a varios hacendados y colonos, convocando las facilidades que deben darles los bancos a los mismos para continuar la zafra. Esto evitará que tengan que venderse azúcares a bajos precios y así poder solventar los gatos y otros compromisos propios de la zafra. Se busca la manera de que los bancos entreguen anticipos a los hacendados para poder realizar trabajos de la zafra que ya se corta y los centrales que faltan por hacerlo, evitándose que suspendan las que están funcionando ”. Y añade: “La Asociación de colonos de Julio en Bayamo, envió un telegrama al Secretario de Agricultura, dándole cuenta de la sesión celebrada por aquel organismo y en la que se trató de esperar el resultado de las gestiones que está haciendo el Sr. Presidente de la República encaminadas a obtener una mejoría en el precio del azúcar y en la adquisición de recursos con que pagar las labores de la zafra. Si el resultado… no es satisfactorio, los colonos de Julio darán por terminada la zafra dejando de cortar caña por hacerse insostenible la situación que prevalece en estos momentos”.
Sólo unos meses antes, los grandes complejos azucareros cubanos de Oriente (Chaparra y sus gemelos), eran elogiados por la prensa tinerfeña, en este caso a través del periódico republicano autonomista El Progreso, en el que el articulista Arturo Roca Mandillo expresaba la importancia que la zafra tenía para los canarios empleados en gran cantidad en dichos complejos donde obtienen abundantes pesos que giran a sus familias en estas islas. Denominaba a Cuba como “prodigioso país del oro”. Los ricos y enormes ingenios de “Chaparral Sugar Company” son inagotables en producir pesos para sus trabajadores. La danza fabulosa de los millones continúa en zafra gigantesca moviéndose al día más caña que la que produce la colonia más grande del país. Miles de emigrantes canarios tiene allí un buen empleo que les permite ganar de 10 a 12 pesos diarios, bajo clima saludable parecido al de Canarias y con amoroso y buen trato. Es la gran obra del Presidente García Menocal, de tan buen recuerdo para la colonia isleña y que dio a Cuba un período de prosperidad económica jamás igualado. Este gran trust económico posee potentes locomotoras de mil caballos y millones de carros para el arrastre de caña, líneas férreas, telegráficas, marítimas, postales o radiográficas. Los empleados canarios envían a sus familias más de 99 millones de pesetas solo en el transcurso de ocho meses, según datos de los propios bancos. La compañía tiene asegurados a todos sus obreros y empleados con hospital, medicinas gratis y modélica asistencia. La nómina para el pago de los empleados importa en un solo mes la cantidad de 1.688.748 pesos, más que lo pagado en España en ese mismo tiempo a todos los cuerpos civiles, militares y eclesiásticos que prestan sus servicios en la provincia de Canarias. Esta lluvia de pesos para el florecimiento de nuestras islas es la bendición a su sacrificio e inaudito esfuerzo, aportando con sus remesas más producto dinerario que el obtenido por la exportación de frutos (plátanos y tomates) de todos el Archipiélago. Añade y finaliza su autor: “ Aquí ofrezco datos y no palabras”.
Estas centrales azucareras y filiales se encuentran el la región oriental de Cuba con una extensión total de más de 2000 kilómetros cuadrados, entre zonas productivas, pueblos e instalaciones, superior a la Isla de Tenerife. Sin embargo, la grave crisis que se intuye para la zafra de 1921 produce desaliento entre los hacendados, trabajadores y en la misma banca cubana o norteamericana que facilita y supervisa los créditos necesarios para la recolección. La Prensa tinerfeña denuncia que se organizan compañías integradas por elementos extranjeros para adquirir de la mejor manera posible algunos centrales azucareros y otras propiedades cubanas aprovechando la difícil situación por la que actualmente pasan hacendados y colonos. El Banco Internacional de Cuba, con tantas relaciones con Canarias, publica el siguiente aviso: “Contra nuestra voluntad y a pesar de las enérgicas y sensatas medidas que fuimos los primeros en poner en práctica para salvar el dinero de nuestros depositantes, tendremos que aceptar los preceptos de la Ley Corriente, liquidando este banco. El día que pueda ocurrir está cerca, y ese días nuestros créditos pasarán a manos de una comisión liquidadora que procederá rigurosamente con todos los clientes, porque no esta obligado a tenerles consideración alguna. Luego será tarde para poder cobrar de alguna forma. Hoy todavía pueden cobrar nuestros depositantes en Bonos Hipotecarios o Pagarés Comerciales”.
Sin embargo, el espíritu de esperanza, de valentía y cohesión de la colonia canaria no decaía, toda vez que en el mismo diario La Prensa, aparece un anuncio que decía: “ En la morada del Sr. Antonio G. Ruano, los asociados residentes en la zona de Jesús del Monte, se reúnen para constituir oficialmente el Comité de Propaganda de la Asociación Canaria en aquel Barrio. Al acto concurrieron el presidente de la sección Sr. Rosendo Carrillo y varios locales de la misma. También en el local se reunió la sección de Intereses Morales y Materiales para celebrar sesión extraordinaria”.
Éste es el momento en que aparecen los agiotistas que, a decir del historiador canario Julio Hernández García, tanto hicieron sufrir al emigrante desde su salida de los puertos canarios hasta su llegada a Cuba. Los negociadores en río revuelto que como en todas las coyunturas críticas de este tipo, constituyen sociedades y abren oficinas que, con apariencia de legalidad, aportan dinero o solvencia con objeto de sanear o resolver la situación económica de empresarios, hacendados, colonos e incluso labradores, ofreciendo para ello cuanta ayuda sea necesaria, incluida la subrogación de acciones o propiedades. Norteamericanos, europeos e incluso cubanos hicieron su agosto a costa de haitianos, jamaiquinos, o canarios. A este respecto leemos en La Prensa del jueves 7 de octubre de 1920 la denuncia, hecha a priori, que llevan a cabo los “bajistas” para cazar incautos y desestabilizar el mercado azucarero que, efectivamente, tendría lugar a comienzos del siguiente año.
A finales de 1921, el nuevo presidente cubano, Zayas Afonso, apeló nuevamente a la banca norteamericana en solicitud de nuevos préstamos para cubrir el elevado déficit resultante de la crisis apuntada. Tras consultas con el Departamento de Estado, la banca "Morgan and Company" adelantó al gobierno cubano cinco millones de dólares al objeto de subsanar el déficit nacional, no sin que antes el general Crowder exigiera al presidente Zayas reformas fiscales que más tarde ratificó el congreso cubano. Se le exigió, asimismo, que nombrara un gabinete de ministros y diputados dispuestos a apoyar un programa de reformas en pro de intereses norteamericanos.
La política llevada a cabo, que fue conocida por el "gabinete de la honradez", fue, a decir de historiadores cubanos de finales del siglo pasado, "un grupo de desfachados desfalcadores del tesoro público cubano, encabezado por Zayas y sus cuatro gatos, con el visto bueno de los inversores norteamericanos que realizaron jugosas operaciones financieras".
Sin embargo, en aras de la verdad histórica y de justicia a la gestión del presidente cubano, éste, tan pronto mejoró el precio en las ventas de azúcar y del tabaco, ya disponiendo de fondos propios, juzgó conveniente cambiar la política que le imponía Crowder. Para ello, haciendo uso de sus prerrogativas presidenciales, tuvo valor para destituir al Secretario de Hacienda y de Obras Públicas entre otros hombres colocados bajo los designios del "virrey americano" Crowder.
El Departamento de Estado estadounidense protestó, argumentado incumplimiento del compromiso adquirido por Alfredo Zayas para mantener el "gabinete de la honradez", a cuya petición el presidente hizo caso omiso, logrando, además, que el gobierno norteamericano destituyera al mismo Crowder, quien, sin embargo, regresaría más tarde a La Habana como embajador de los Estados Unidos.
Alfredo Zayas Afonso logra superar la crisis intervensionista con notable éxito, llevando a cabo sus designios personales, pero no pudo lograr evitar la cada vez más acentuada corrupción política en la vida pública cubana. La cada vez mayor desorganización estatal fue más caracterizada actuación de los gobiernos de la época. Sin embargo, fue bajo su mandato cuando el Senado de los Estados Unidos decide y aprueba el tratado Hay-Quesada por el cual se reconocía para Cuba la soberanía plena sobre la Isla de Pinos, cuestión que se hallaba pendiente desde la imposición de la citada Enmienda Platt, cuyo territorio insular, al igual que la base de Guantánamo, quería conservar el gobierno norteamericano, en principio bajo pretexto de constituir puertos para escala y aprovisionamiento de carbón a sus buques mercantes en tránsito por la zona.
Fue, Alfredo Zayas Alfonso, un buen presidente, que por su ascendencia "isleña" ayudó a sus compatriotas y a la Asociación Canaria por ellos fundada, en uno de cuyos actos dio a conocer personalmente su origen canario-materno, por lo que sentía enorme orgullo. Este acto fue recogido y encomiado por el periodista cubano, también de origen canario, Luis Felipe Gómez Wangüemert un ilustre palmero asentado desde tiempo en "La Perla de Las Antillas", como un cubano más, y donde desempeñaba trabajos periodísticos para medios cubanos o como corresponsal para otros en las Islas Canarias, especialmente los de su isla natal: La Palma.